lunes, 24 de noviembre de 2014

¡Jesús!, perdón

No sé de dónde me sale esta vena de discreción y delicadeza cuando mi origen son los secos y solitarios campos de Albacete, donde la única institutriz que conocí en mi niñez fue la de Heidi… y sólo cuando se veía el único canal de la tele que teníamos. 
En fin, que siempre he intentado en mi relación con los demás ser educada, ponerme a la altura del momento y no pronunciar palabras que pudieran herir sensibilidades, aunque mi partenaire fuera un burro con orejas. Conste que esto no es una bendición ni una virtud celestial, es una jodienda y de las gordas, porque se pueden contar por miles la de veces que me hubiera gustado mandar a más de uno a Siberia… por no decir a la mierda y seguir con mis finos modales.
Pero a lo que voy, he detectado que hay palabras de cortesía que han perdido todo su sentido porque la actual sociedad que antes las veía bien las ha incluido en su listado de políticamente incorrectas.
Por ejemplo, si alguien estornuda, yo, de toda la vida, he respondido Jesús, pero claro si te encuentras con que el estornudado practica el Islam, no le vas a recordar a tu mesías. ¿Qué digo entonces, salud? Pues me cuesta.
Luego están esos momentos en los que te encuentras con personas de las que no sabes nada desde hace años. Por educación y no por cotillear, siento la obligación de preguntar por su estado civil y, claro, ya no puedes preguntar si estás casado, si tienes marido o mujer. Esto tengo que borrarlo ya de mi vocabulario porque puede que sea homosexual, que no crea en el matrimonio o que esté recién divorciado. Así que si deseo que la conversación no sea silenciosa debería preguntar simplemente si tiene pareja como si tal cosa. Además, en el caso de que el cuestionario vaya a más, ya tengo claro, clarísimo, que por el trabajo no pregunto. No vaya a ser que, aparte de recién divorciado esté parado. Lo mejor es que para que no se altere mi reputación de exquisita delicadeza zanje cualquier futura conversación con una persona de la que no sé nada cruzándome de acera o levantando la mano sin dar opción a pararnos. Como dice el refrán, quien evita la ocasión evita el peligro.
Y luego hay otras palabras, que no entrarían en el listado de políticamente incorrectas, pero que estos tiempos modernos les han hecho perder su nobleza. Por ejemplo, perdón. ¿Recordáis cuándo teníamos que pedir perdón a un compañero de clase por haberle lanzado una piedra, a tu hermano pequeño por quitarle la silla cuando se iba a sentar o a tu madre por pillarte sisándole unas monedas para un flash? ¡Qué humillación!  Aquella palabra me ardía tanto que al pronunciarla salía tan disparada que sonaba más a patrón, cabrón o a cualquier otra que terminara en on. Sin embargo, ahora se pronuncia con una soltura tan natural que no tiene ya esa función de reconocimiento de culpa. Y luego está Rajoy, que la lee.
Dejo para otra ocasión aquellas palabras nuevas que describen momentos y situaciones también nuevos. Mientras tanto, me dedicaré a abandonar mis estudios de idiomas para revisar mi vocabulario nativo y me camuflaré entre el ruido para no tener que decir ni Jesús, ni perdón ni preguntar por parejas o trabajos.