miércoles, 4 de octubre de 2017

Turbas

He hecho la firme promesa de no hablar de Cataluña. Claro que, por otro lado, como la promesa me la he hecho a mí misma, me la puedo saltar sin que nadie me critique ni me llame incoherente, hipócrita, independentista ni españolista. 
Pero no, no voy a romper mi promesa. Y no porque no pueda. Perfectamente, estoy informada y tengo criterio. Ni tampoco es porque no me interese. Demasiado y por eso mejor ni lo miento.
Sin embargo, hay un temita anexo a este conflicto y a otros contemporáneos que veo, noto y siento cada vez que se produce el roce o la confrontación. Se trata de la pérdida de consciencia cuando dejas de ser uno y te difuminas en la turba, y no me refiero a la del macetero de la terraza. 
La turba es indefinida, no tiene forma, ni sabor ni color, pero es notable, se la ve de lejos y se la oye a leguas. De hecho, forma un coro improvisado pero perfecto y lanza consignas, una tras otra, como si fueran trovos, con su rima y todo. Sin embargo, toca de oído, hasta tal punto que con su sonido, estruendo, muchas veces pierde su naturaleza, el motivo de su origen y se dispersa sin perder el compás.
Porque la turba, entonada, en el fragor de la ‘batalla’, olvida en muchos momentos la justicia de la reivindicación más honorable. Lo estamos viendo constantemente en una protesta, en algún movimiento, cuando arremete contra cualquier bicho viviente, la policía, la prensa y contra todo aquel que no se le una, ciega, obviando al rival real. 
Me dan miedo las turbas. Muchas veces son afines al linchamiento, y luego nadie ha sido. Ya se sabe, entre todos la mataron y ella sola se murió. Son las que aúpan tonadilleras cuando salen de la cárcel o políticos que entran al juzgado. 
En la turba todos pueden tener razón pero es demasiado fácil perderla. Puede ser un gran escondite o excusa, puede ser el escenario perfecto para el tímido, que se siente respaldado y alzado a cada soflama. Pero es una estructura maleable, a merced del más listo. 
Es un subgénero de la concentración y la manifestación. Y lo peor es que con ella la posibilidad de diálogo es nula. 
En la turba no hay inocencia, hay ignorancia, pérdida del sentido, de casi todos ellos. Es el escondrijo para agitadores profesionales, el granero para oportunistas, el altavoz para desollar a diestro y siniestro. 
Cuando la movilización ciudadana se deja captar a mordiscos para convertirlos en turba pierde todo protagonismo, toda presencia, toda su fuerza. Desgraciadamente, la reunión pacífica, ordenada y reivindicativa está en peligro. Cada día más. Y, claro, el provocador (en singular y masculino pero no exclusivamente), causante de la protesta, se va de rositas. Por eso yo emito mis opiniones aquí, individualmente. Hace tiempo que me aparté de cualquier atisbo de turba y es que, de momento, es la única independencia que necesito. Cuidado que la turba, turba. Solo la veo buena para los geranios.

martes, 28 de marzo de 2017

Excusas

Yo misma creo necesitar excusas para escribir en este blog, que tengo abandonado, aunque como es mío no está sujeto a imposiciones y, como es para mi propio regocijo, tampoco a obligaciones. De hecho, he encontrado distintas a lo largo de estas últimas semanas para escribir, pero a veces las excusas se quedan en lo que son, una razón menor, un argumento frívolo. Para que estas alcancen la categoría de motivo tienen que encontrarme con ganas y convencida.
Sin embargo, reconozco que algunas de las excusas que me inspiraban momentáneamente para escribir se difuminaban tan sólo con tiempo. Además, eran del mismo nivel y debilidad que las que otros necesitaban para salir a la palestra a darse de tortazos. Y cito ejemplos, los más recientes.
Frente al televisor me topo con unos padres que se lían a puñetazos por algún ridículo percance durante un partido de fútbol en el que juegan sus hijos, muy pequeños. Quería escribir sobre ello, era una excusa estupenda para salir en tromba y advertir de que el padre es el primer referente de un niño, el ejemplo a seguir incluso durmiendo, y terminar diciendo que si la competitividad nos la lleváramos a cambiar este mundo, si la energía fuera entubada hasta intentar equilibrar este planeta, de aquí, de la Tierra, no nos echaba nadie. Con esta muestra y con cientos más, tengo serias dudas de que subsistamos. Abandoné la intención y reduje a máxima potencia las ganas de escribir sobre ello.
Hay excusas, muy tontas, muy flojas, para salir a atacar a quienes piensan diferente. Sobre esto también pensé en escribir. Nos sirven unas palabras sacadas de contexto o una opinión rebelde para tirarnos en plancha al espacio público con los cañones relucientes y reclamar además que todos nos acompañen. Precisamente, el supuesto veto a la película 'El guardián invisible' por las desafortunadas palabras, sin gracia, de una de las actrices sirvieron para que algunos no sólo pidieran que no fuéramos al cine y enarbolaran la bandera patria, sino para desgraciar el plan de ver el thriller contándonos el final. Ojalá supiera yo los resultados de los partidos de fútbol, de Gran Hermano… para compensarles. También, renuncié a esta excusa y aproveché mi tiempo en ir a ver la película.
Otro día, vi por las redes un vídeo en el que un borracho ruso golpeaba al personal de un centro sanitario y salieron las hordas de xenófobos, probablemente ebrias también, criticando la inmigración, que si nos roban el trabajo, viven a cuerpo de rey, se aprovechan de nuestra sanidad, de nuestra educación y encima nos maltratan. No era un inmigrante, era un ruso en algún lugar de Rusia. Por las mismas fechas, unas imágenes del atentado en Londres muestran a una chica ataviada con velo hablando por teléfono mientras un herido era atendido, otra excusa para propagar el bulo de que, como era musulmana, pasaba de las víctimas. Sólo tranquilizaba a los suyos explicando que estaba bien. Aunque no es comparable, sirve también otro ejemplo: en la tele unos niños interfieren divertidos en la entrevista a su padre en la BBC. Todo el mundo creyó que la mujer que intentaba llevarse a los críos era la niñera por su origen asiático. Dale una corta excusa a un corto prejuicioso, de esos que no se han leído un libro en su vida y el mundo se derramará con desvarío y avaricia. Algún día se lo tragarán los océanos. Igualmente, dejé que la excusa para escribir sobre ello se fuera. Seguro que al día siguiente o en diez escasos minutos tendría otra contra tanto malicioso estereotipo y tanto enemigo del diferente.
Y ahora la última excusa, la que me ha empujado a escribir hoy, la de un 'periodista' apartando, placando, empujando a otra periodista para que no hiciera una pregunta incómoda a un político. Sin embargo, aunque esta vez sí ha sido para mí la razón de volver a este blog, no voy a decir nada. 
La verdad es que no necesito excusas para escribir, sólo las necesitan los siniestros personajes que viven ansiando una ínfima coartada para sacar a pasear sus trastornos.

lunes, 20 de febrero de 2017

Ejemplos

Recuerdo que de pequeña, cuando me enzarzaba en alguna trifulca, sobre todo con mi hermano, mi padre, tras echarme la correspondiente regañina, terminaba con aquello de que tenía que dar ejemplo. Entonces la razón que alegaba es que yo era mayor.
Años después siguió con la misma cantinela, en situaciones de conflicto, con aquello de que tenía que dar ejemplo, pero entonces ya venía con el pretexto de que para algo me estaba pagando los estudios. Entiendo que era una forma de decirme que estaba por encima de mis enfados y de la gente que intervenía en ellos. Me lo sigue diciendo.
Sin embargo, aunque por aquel entonces yo entendía aquella enseñanza como ceder o poner la otra mejilla, reconozco que ha ido calando en mí de tal manera que, pese a que los referentes actuales son ‘youtuber’ haciendo el ganso, tertulianos sacándose los ojos, reality en los que la gente se casa con un desconocido o en los que se revuelca para tener un momento de gloria, estoy convencida de que quienes aún tenemos en muy alta estima la buena educación, el comportamiento socialmente correcto y nos envolvemos en banderas de justicia e igualdad conservamos nuestro público y, por él, por muy escaso que sea, hay que dar ejemplo, sobre todo si eres madre o padre, aunque no exclusivamente. También cuando eres vecino, compañero de trabajo y, siempre, siempre que seas un personaje público.
Me da igual el ámbito público en el que se encuentre. Aunque hoy no me voy a referir al mundo político, ¡con lo que ha dado de sí esta última semana! (ya están los telediarios y el resto de programas informando de que si el ex gobernador del Banco de España, que si la infanta y su marido, que si algún presidente de Comunidad Autónoma, sentencias de la Gurtel...). No hablaré de ellos porque al final, estos personajes ni son ejemplo para nadie ni pasarán a la historia, si pasan, por nada, en todo caso por entrar y salir de los juzgados.
Hoy me quedo con esos personajes públicos que pese a sus fechorías son un ejemplo a seguir porque perdurará en la memoria de millones de seguidores un gol mítico o una canción extraordinaria o un papel en una película emblemática.
Por elegir a uno, ahí tenemos a Maradona, a quien en su país le consideran Dios, pero para mí, como persona nada mitómana y como mujer, me asquea su desagradable, injustificada y enfermiza agresividad, porque esa actitud echa por tierra sus logros, su don de futbolista célebre. Claro, para mí, pero ¿qué pasa con esos millones de niños que juegan al fútbol soñando en convertirse en maradonas, quizá creyendo que ser lo más grande en un estadio lleva aparejado ser un tipo violento? Y como seas del Barça, ahí tienes las ruedas de prensa de su entrenador soltando exabruptos como si no hubiera un mañana. Las chulerías, conducir saltándote las normas de tráfico, consumir drogas, hacer un mal uso de las redes sociales y otros muchos comportamientos son lo contrario de un modelo a copiar. 
Los futbolistas por los millones de seguidores que mueven y por los millones en general que se levantan deberían tener comportamientos más ejemplares. Porque no es solo que se enzarcen con la prensa o con un jugador del equipo contrario, es la inmensa difusión que tienen, creando bandos con sus manadas de adeptos y oponentes argumentando justificaciones poco ejemplares. Para colmo, los programas deportivos, cada día más del estilo de cualquier 'sálvame', les dan un protagonismo tan desmesurado que tienen para llenar horas enteras de emisión con actitudes reprobables. Luego, claro, los aficionados son capaces de vociferar los insultos más humillantes. Tienen el campo, mejor dicho el estadio, abonado. 
En fin, ser famoso y ganar mucho dinero puede ser consecuencia de tener un don o una capacidad pero hay que ser un verdadero Dios para no perder la cabeza en público (luego en tu casa y sin meterte con nadie puedes ser un canalla). Porque puede resultar muy difícil conseguir popularidad pero está claro que es muy fácil ser un ejemplo, un mal ejemplo.

domingo, 15 de enero de 2017

Chistes

¿Os acordáis de aquello de las armas de destrucción masiva del régimen iraquí? Aquello que tantos titulares dio y tanto justificó a los gobiernos del mundo occidental para intervenir en el país asiático se quedó en aguas de borrajas. Sin embargo, esas armas existen, están muy repartidas, muy extendidas y son tan utilizadas que todo un sistema antiterrorista mundial no podría aplacarlas.
Están todas en el móvil y a veces se disparan con el botón de publicar o twittear y donde haya caído la bomba ha caído. Otras veces, la artillería comienza al pulsar el envío de un wasap. Entre que nos creemos todo lo que nos cuentan, que muchos (y aquí no me incluyo para nada) no tienen el hábito de contrastar informaciones y que nos encanta estar en el filo de la noticia por una cuestión de protagonismo estamos todo el día pegando tiros y pasándonos por el arco de triunfo las consecuencias.
La persecución de seguidores y de palmeros nos hace perder el norte en muchas ocasiones y esto, sumado a esa obsesión por provocar la risa, nos lleva a meternos en jardines frondosos en los que ni el uniforme de camuflaje te salva.
Un ejemplo claro es el revuelo, desproporcionado para mi gusto, con los chistes sobre Carrero Blanco de la tuitera Cassandra, a la que quieren enchironar cuando, la verdad, ha bromeado sobre un personaje de quien se ha hecho más de un chiste, y de dos, en este país.
Vamos a ver, pertenecemos a una tierra de graciosos, nos hemos reído toda la vida de los discapacitados, de los gangosos, de algunas etnias, de monjas, de la Guardia Civil, del presidente del Gobierno (pasados y presente) y luego está Lepe. Nunca se han puesto puertas al inmenso campo de la gracia. Yo misma he hecho chistes poco afortunados, claro que me considero suficientemente avispada como para no publicarlos. Ahí está una de las claves, para dar a conocer al inmenso mundo una ocurrencia, hay que tener ciertos principios y saber que lo que digas en las redes, dicho queda y tiene una repercusión imposible de controlar.
Si ya, por nuestra propia idiosincrasia, nos reímos de todo, ahora además, cuando algo nos hace gracia lo compartimos sin pensar y para colmo nos lo aplauden nuestros seguidores, lo que nos llena de orgullo y satisfacción, así que ¿qué queremos? ¿respeto para todos? ¿tolerancia para los de mi pueblo? ¿que se imponga una censura sobre algunos temas? ¿libertad de expresión para todos y sobre todo? Primero vamos a aclararnos y a no crear alarmas falsas y aterradoras cuando el chiste ofende a un sector social cañero y malintencionado o simplemente viene de un tuitero a quien se la tenemos jurada por lo que sea.
En igual proporción, somos graciosos, criticones y no nos tiembla el pulso para condenar e insultar a alguien. Hace nada he leído el siguiente comentario: “Dais más asco que la mierda que os coméis por las mañanas”. Perdonadme si peco de mojigata, pero he flipado, y no es la primera vez. He llegado a cerrar los ojos ante el escándalo de hordas vociferando, echando espumarajos por la boca, contra un personaje que es de ideología contraria. ¡Qué miedo!
Yo, para mis adentros, me cago en todo, pero no lo publico. No debo. Así que el límite debe estar en nosotros mismos, en nuestro código ético. Que tengo solo 50 amigos en Facebook o 30 seguidores en Twitter, me da exactamente igual. No es algo vital. Para nadie. Prefiero a dos personas cabales que a un ejército que me dispara desde cualquier flanco.
En definitiva, si tengo que elegir entre el chiste y el insulto, me quedo con el primero. Pero condenar a un persona por unas gracietas sobre un político (asesinado, es verdad, y que, como se decía no hace mucho, que el Señor lo tenga en su gloria) es ir contra natura, es otro chiste, y este sí, de muy mal gusto.

martes, 3 de enero de 2017

Propósitos

Pasadas las felicitaciones y los besos, todo a cientos, a borbotones, como si no hubiera un mañana, toca diseñar el listado de buenos propósitos. Es el momento idílico, utópico, somnoliento y resacoso del año en el que creemos, de verdad, que nada más que por el hecho de que comience un nuevo calendario vamos a conseguir lo que llevamos meses, incluso años, cultivando, alimentando, alentando, y con mucho vicio.
Que somos fumadores, pues nada, en la lista de buenos propósitos aparece con prioridad, dejar de fumar; que somos unos deslenguados o mal hablados, pues colocamos en primer lugar lo de no decir tacos o no criticar. Hay propósitos de todos los colores y manías, nunca mejor dicho.
Hay quienes deciden no volver a pelearse con el prójimo o ponerse a dieta, apuntarse al gimnasio… En fin, tontadas que para el 17 de enero (San Antón, y hasta San Antón Pascuas son) ya nos hemos pasado por el forro… del olvido y estamos enredados en otros menesteres. Pero es cierto, se acaba la Navidad con sus buenos deseos, su amabilidad, su cariño, sus abrazos y toda su inconmensurable bondad, y el mundo con sus océanos, sus desiertos, sus paraísos y sus habitantes nos vuelve a importar un pepino, así, en general.
Para lo único que podrían servirnos estas fechas es para demostrarnos que también somos capaces de lo mejor. Sin embargo, dentro de esa categoría (muy acotada, como si la fuéramos a agotar), de ese amplio espectro, infinito si todos juntáramos nuestra versión buena, hay muy pocos pensamientos para Alepo, para los refugiados, los exiliados, los desahuciados, los huidos, para los desmanes y las injusticias, para la violencia y los atropellos, tampoco para la verdad. En fin, nos acordamos nada, incluida yo, de todos aquellos que no pueden pensar en ponerse a dieta porque viven en ayuno constante ni en quitarse el tabaco porque tampoco la cosa les da para financiarse el humo. Y lo curioso es que ellos son parte perenne, vecinos de toda la vida, de este mundo nuestro de ayer y de siempre.
Por eso, mis buenos propósitos no tienen nada que ver con quitarme los kilos de más, total ya no me van a llamar para desfilar en Cibeles, sino que prefiero dedicárselos a quienes de verdad y desde la distancia lo necesitan con urgencia. A ver si, por lo menos, las intenciones positivas, responsables, comprometidas, solidarias… se convierten en una gran marea que mueve algo de este mundo hostil donde la bondad es solo en Navidad y la mala baba para el resto del año.
Así que feliz año a todos, en especial a esa gente que, si estuviera en este lado, tendría como buenos propósitos dejar de fumar o adelgazar, pero no se nos puede pedir más, es nuestra naturaleza.