domingo, 31 de marzo de 2024

Semana Santa

El domingo de Ramos, día en el que mi madre nos decía cuando éramos niños que si no estrenabas nada no tenías ni pies ni manos, y por eso cada año renovaba mis calcetas de hilo que me llegaban hasta las rodillas… sigo, que me pierdo, el Domingo de Ramos me despertaron los gritos de una persona con una diarrea verbal (textualmente, porque el único verbo que conjugaba era cagar en su forma reflexiva) que no dejó títere con cabeza. Despotricó contra toda la Semana Santa y contra todos sus protagonistas sin excepción (vivos y sobrenaturales). Por supuesto, mi primer pensamiento fue ¡vaya borrachera lleva el amigo!, pero no, beodo, no estaba. Iba enfadado, mucho, muchísimo, un cabreo que puso el grito en el cielo y, sobre todo, en la tierra (en concreto en mi calle), así que en su arremetida también se refirió a los hipócritas que celebran (aunque no debería ser una celebración teniendo en cuenta que lo que se conmemora es la tortura y crucifixión de Jesucristo) esta Semana Santa sin verdadero sentimiento cristiano, mientras practicamos otros sentimientos más terrenales y profanos, incluso reprobables según la lista de pecados capitales: la soberbia, la avaricia, la gula o la envidia. Vamos, el pan nuestro de cada día sea o no santo.

El pobre hombre chillaba como poseído, pero entre su delirio y mi somnolencia reflexioné sobre esa hipocresía contra la que se manifestaba de forma tan violenta. Y ahí, el susodicho tenía más razón que un santo (ya que estoy, me pongo en tono religioso). Así que quien no se considere hipócrita que tire la primera piedra (ahí va otra referencia católico-apostólica).

Porque no nos engañemos, los participantes de la Semana Santa pueden estar guiados por la devoción pero muy pocos practican la fe todos los días del año, virtud, por otro lado, bastante imposible a no ser que estemos hablando de milagros.

Como en cualquier otro momento, en Semana Santa no se abandonan los pecados que practicamos a diario, aunque algunos utilicen la cuaresma para ponerse a dieta y controlar la avaricia por la comida. Nos dejamos llevar, inconscientes, por la vanidad que nos hace pensar que somos mejores que nadie y, claro, nos gusta desfilar ante la mirada de cientos de personas que únicamente te observan para que les des un caramelo. También nos lanzamos en brazos de la envidia cuando se desmorona la vanidad y concebimos que hay otros que llevan las puntillas de cabo de andas o de estante mejor planchadas o, en el otro lado, la bolsa de caramelos más llena. Además, nos importa un bledo el prójimo, a quien podemos empujar ante el lanzamiento de una piruleta.

¡Y la gula! Nos gusta comer y beber como si fuéramos a morir mañana, a todos sin excepción (porque también “en la cara del cura siempre hay hartura”), incluso a quienes sueñan con desfilar en Cibeles. En fin, que mucho golpe de pecho, mucho rosario colgando pero con el mazo dando.

No obstante, no es sólo el caso de esta Semana Santa ¿hay alguna festividad en el calendario que no esté relacionada con la religión? En los pueblos todo gira en torno al patrón o patrona (que en esto sí que hay paridad) y raro es que no haya procesión o misa solemne en el programa de fiestas. Los santos son la excusa para celebrar y ponernos hasta las trancas. No hay más.

Los datos así lo revelan: En España, un 43% de la población se declara no religiosa, según el estudio de Ipsos 'Global Religion 2023. No debe estar muy desacertado el estudio cuando publicaciones católicas reconocen que desde 2013 se ha producido una brutal caída de las bodas religiosas. Ese año, una de cada tres bodas era por la Iglesia y en 2022 era una de cada cinco. Precisamente, la celebración de bodas es un buen termómetro de cómo está la cosa. Sin embargo, seguimos paseando al santo de turno y eso es de hipócritas. De hecho, otro informe, esta vez de ABC de Sevilla, afirma que la participación en cofradías, hermandades y procesiones en la capital andaluza en vez de decrecer, aumenta, de hecho, en 2023 había el doble de nazarenos procesionando en la Semana Santa que en 1995. Y no nos engañemos, no se trata de religiosidad ni de fe, sino de que nos gusta más una fiesta que a un tonto un capirote. Así que mientras hay un efecto “descristianizador” hay otro pro verbenero y, la verdad, no compensa ni equilibra, quizá favorece sólo a la Iglesia.

De todas formas, el mundo sigue girando y el próximo año, si Dios quiere (of course), volveremos a ‘celebrar’ la Semana Santa y la Navidad y todos los festines (sí, festines) por todo lo alto y da igual  que el calendario religioso no nos haga mejores por mucho reclamo de acontecimientos cristianos ni por mucha moraleja que traigan.

Eso sí, en mi caso, para escribir este artículo, he refrescado el Catecismo, he actualizado los diez Mandamientos, los siete Sacramentos y hasta los pecados capitales, así que ya he cumplido con la Semana Santa, lo cual no significa que sea mejor persona porque, la verdad, a nadie le amarga un dulce (o caramelo).