sábado, 12 de marzo de 2016

Parejas

Desde que el presidente del Gobierno en funciones se refirió al rigodón cuando tomó la palabra en el Congreso, no paro de pensar en los requisitos necesarios para formar nuevas parejas de baile. Porque cuando se trata de dos desconocidos o no amigos que se lanzan a la pista, yo creo que el objetivo es que después haya ‘tomate’ ¿o no?
Sin embargo, antes de eso, primero tiene que haber un avistamiento profundo, como si se tratara de ojeadores de futuros fichajes de fútbol, porque es cierto que no gusta todo el mundo para marcarse un baile.
Hay personas que no formarían pareja con otra porque no les gusta como viste, porque no les entra bien físicamente o incluso porque de buenas a primeras les asusta. 
Y en el caso del futuro gobierno, en el que el dúo se queda corto y hasta aburrido, hay que empezar como mínimo por los tríos, y claro, a ver cómo bailas ‘agarrao’ si hay multitud, porque siempre se ha dicho que tres son multitud. 
Para empezar, reconozco que naranja y morado no pegan. Aquí el test de compatibilidad da resultados negativos. A lo más que van a llegar es a una sola y animada charla. El líder de Ciudadanos parece el amante que todos desean pero para sexo esporádico, no para casarse con él, entre otras cosas porque parece ‘facilón’.
PP y PSOE (o sea azul y rojo, que tampoco los veo yo muy combinables) son la típica pareja que nunca se habrían conocido si sus familias no se hubieran empeñado. Vamos, su unión sería un matrimonio de conveniencia de libro.
Sin embargo, PSOE está loco por revolcarse con Podemos, pero la abuela, que sabe más por vieja que por diablo, se empeña en que no, porque le da miedo, demasiado fresco, con una temible lengua viperina, poco fiable y, en caso de conflicto, les va a sacar los ojos, se va a quedar con todo. Además, le mira con más desconfianza que a ningún otro candidato porque sabe que es el hijo bastardo que ha venido a reclamar la herencia.
Mientras tanto, el PP representa al solterón, quien ha disfrutado de libertad y autonomía para hacer y deshacer a su antojo, pero ahora ya, entrado en edad, quiere una pareja estable, y claro habitualmente las relaciones vienen cuando vienen, no cuando uno las planifica. Además, tiene la dificultad añadida de vivir esa soledad derivada de un insistente rechazo a la compañía. Creo que en general uno debería plantearse pareja de baile, aunque sea para una pieza, con el fin de acostumbrar el cuerpo y el paso. Así, más adelante cuando te entren ganas, también tengas la costumbre. En estas circunstancias el solterón es castigado y no solo por su anterior autonomía, sino también por pertenecer a una familia clasista, a la que no le vale cualquier pareja, sino una específica que mantenga su estatus y su alta posición social, sobre todo ahora que está en decadencia.
Y luego hay otros dúos, que vienen sin dote, pero que pueden ayudar a consolidar la pareja ofreciendo cierta lujuria a demanda, aunque a cambio reclamarán que al menos le pongan un piso.
Así es que tal y como yo lo veo está difícil encontrar parejas de baile con disposición a la compañía puntual o a la relación duradera. Por tanto, mi consejo es que se dejen de pasos y posturas delicadas, de danzar sin casi tocarse, para tirarse al barro y pasar del rigodón al ‘reguetón’.