lunes, 22 de septiembre de 2014

Por un Día sin Conductores

Hoy, Día sin Coches, aunque para la mayoría es como si fuera el Día sin Magdalenas, le da lo mismo. Y es que si al ciudadano en general casi todo se la trae al pairo, para el ciudadano conductor el pasotismo es su traje de pilotar... aunque su coche no sea una nave.
Yo, si fuera administración, aprovecharía el Día sin Coches para situar en cada rotonda a un agente, de manera que todo aquel que cruzara de una tacada desde la izquierda todos los carriles hasta su salida le pondría una suculenta multa y le haría dar vueltas a la rotonda hasta que se quedara sin combustible, como si estuviera en la escuela escribiendo cien veces 'No volveré a escribir burro con v', que debe ser la única forma de que algunos les entre en la cabeza que aunque su héroe sea Fernando Alonso, ni llevan su coche ni tienen su destreza ni preparación ni están en un circuito profesional.
Lo del egoísmo y la chulería a la hora de conducir es algo que sobrepasa mi entendimiento. Juro que a mí no me pasa porque yo voy al volante con cara de estreñida del miedo que me dan los demás. Debe ser que me perdí alguna clase en la autoescuela, esa en la que explicaban que cuando te pones al volante, tú eres el rey, el que manda, el dueño del asfalto.
Lo de no saber qué hacer en una rotonda no tiene nombre pero ¿y lo de pitar a la primera de cambio? Yo, por cada bocinazo, además de una suculenta multa, le llenaría el coche de sardineros borrachos empeñados en entonar con sus pitos de plástico chino el 'bailando' de Enrique Iglesias.
En fin, que los coches hacen mucho daño al medio ambiente, pero sus dueños son capaces de jorobar el día a cualquiera, en el mejor de los casos. Así que abogo más por un Día sin Conductores, de esta manera mataríamos dos pájaros de un tiro

jueves, 11 de septiembre de 2014

En busca del milagro

Hay que ver que para los cada vez menos creyentes, incluso menos gente esperanzada en una futura tranquilidad tangible, sí que contemplo mayor fe o apuesta por algo siempre tan infinitamente lejano como el milagro. 
Tal y como está el panorama uno ya no busca la oportunidad, se deja ver ante la posibilidad o flirtea con la casualidad. Tal y como están la cosas, el desesperanzado, el cansado de esperar, el deseoso de un cambio vital o profesional, se confía a lo más inesperado, a lo más improbable, a lo imposible, al milagro. No vale ni confiar en la buena suerte.
No obstante, como en todo, en el milagro también hay intensidades o categorías. Es decir, para un parado el milagro sería encontrar un trabajo digno, para un enfermo, la cura, y para un corrupto como Fabra, el milagro es esquivar la cárcel.
Y, también, igual que en otras tantas cosas, el milagro se hace menos sobrenatural en unos casos que en otros, ya que éste no sigue criterios de justicia, bondad, autenticidad... El milagro llega y al que toque tocó, como la lotería, esa que tanto ha premiado a Fabra.
Y es que no es fácil que llegue lo lógico, ni lo correcto ni lo supuestamente normal o natural. Por eso entiendo que alguien diga convencido que sólo salvaría su situación un milagro. Y, si no, siempre puede uno joderse, como sentenciaba en el Congreso de los Diputados la hija de Fabra, otro ejemplo de milagro por llegar tan lejos con tan poca inteligencia.
Así que no queda otra que tener fe y esperar a que llegue eso tan improbable y tan próximo, eso que parece tan fácil para quienes creemos que no lo merecen. Aunque quizá el auténtico milagro somos nosotros, verdaderos resilientes de estos malos tiempos para vivir.