No tiene mérito nada. Ni tu título universitario, ese que daban después de cinco años de carrera en un tiempo en el que no todos podíamos estudiar ni mucho menos marcharnos desde el pueblo o desde provincias a, por ejemplo, Madrid.
domingo, 14 de noviembre de 2021
Mérito
lunes, 1 de noviembre de 2021
Cementerios
Para mí, el Día de Todos Los Santos ha sido tradicionalmente una jornada no laborable, de tiendas cerradas y de reportajes informativos sobre multitudinarias visitas a los cementerios. Hoy también ha sido un día así, pero no quiero que pase sin pena ni gloria, quiero grabarlo, lacrarlo en mi memoria para compensar todos esos futuros días de Todos los Santos que ya no serán como este. Quiero celebrar esta jornada porque un año más nadie espera en ningún camposanto que le lleve flores, porque todos los míos siguen conmigo.
miércoles, 28 de abril de 2021
Mudanza
“Tengo el cuerpo hecho al traslado”. Es un mantra que me acompaña casi como un soniquete desde hace ya mucho. Yo me lo inventé como resumen y también como respuesta a la dificultad de la pregunta ¿de dónde eres?, que siempre he rehuido.
Trasladarse o mudarse puede ser una especie de alzamiento pero también un movimiento suave que te lleva sin darte cuenta a otro lugar o momento. He tenido muchas mudanzas, al principio eran un cambio físico, de lugar y de personas que dejabas atrás, textualmente, a través del parabrisas de un coche cargado de maletas y alguna caja que se había salvado del camión con los enseres familiares.
Muchas casas, muchos vecinos, demasiados lugares. Eran cambios que te despojaban de todo, de un hogar del que conocías hasta el número de losas del largo pasillo, la puerta que no encajó nunca, la cocina de formica lustrada cada día por mi madre y el perchero tras la puerta del baño con el uniforme de mi padre.
Había que empezar de nuevo cada década, como mínimo. Parecía fácil y rápido que todo se ensamblara pero de aquel peregrinaje no se puede salir indemne. El reguero de amistades, de centros educativos, objetos y recuerdos que se quedan inmortalizados en una nostalgia ciega son demasiado equipaje aunque lo dejes abandonado y esparcido en cada uno de los trayectos.
No puede ser introvertida ni tímida la persona que tiene que empezar de nuevo en un ambiente desconocido y yo lo era. Mucho. No obstante, la novedad del recién llegado me abrió puertas con facilidad en algún lugar, el único del que guardo recuerdos. Todos los demás, el resto de destinos, se quedaron en pabellones fríos distribuidos en patios interiores, como una corrala fortificada bajo el lema ‘Todo por la patria’ sobre una bandera, que entonces solo te enseñaban en los libros a modo informativo y nadie enarbolaba en nombre de nada, si acaso, podías identificarla en la cima de un edificio alto, muy escasos, y sobre todo en las guirnaldas de las calles en fiestas. La bandera agitada era para los cuartos de algún mundial del que nunca salíamos bien parados.
Yo viví esos traslados. Pero todos tenemos mudanzas. Cambiarte de piso, cambiar de trabajo, cambiar de pareja, aumentar la familia... A veces te mudas sin moverte del sitio y es curioso cómo lo soportas todo, cómo tu piel se va estirando para ajustarse y cubrir cualquier circunstancia o situación. Y ya no vuelves a ser la misma persona ¿cuántos individuos pueden caber en un solo cuerpo?
No sabes qué es lo que te cambia si las personas que vienen con la mudanza o si tu propia reconversión al modificar tus costumbres y gestos para asemejarlos al nuevo hábitat. Y cambias y sufres inquietud, temor, vértigo...
Da igual la edad que tengas. Da igual si has buscado la mudanza, da igual incluso si es lo que quieres o necesitas. Llega y yo, que tengo el cuerpo hecho al traslado, lo encaro y lo asumo. Salga quien salga de ahí.
domingo, 21 de febrero de 2021
Presencial
Nada. No me han convencido. La semi presencialidad de las clases es un apaño poco útil. Y estoy siendo sutilmente cauta.
Al margen del esfuerzo de los profesionales de la educación, a quienes me he encontrado por diferentes rincones de mi casa, una mañana sí y otra no, la fórmula no es más que un ensayo que hace aguas. Para la próxima pandemia, aviso para los creadores de la ocurrencia: revisen y corrijan. Es más, inventen otra cosa, y si puede ser, no se esperen a que estemos contaminados hasta las orejas.
lunes, 1 de febrero de 2021
Colas
La vida independiente que tienen nuestros recuerdos es algo que admiro y me sorprende a partes iguales, incluso reconozco que me atemoriza el hecho de que no pueda controlar su presencia ni su invisibilidad. Saltan y se esconden sin mi intervención y ello, he de confesar, me desconcierta y hasta me inquieta.
Así es que la actualidad de estos días, ha hecho brotar imágenes amodorradas, poco nítidas casi amarillentas, tanto que no puedo entrar en detalles visuales pero sí me ha hecho revivir sentimientos y sensaciones poco agradables. Aunque, al menos, me ha servido para atar cabos, porque, qué son si no los recuerdos... pues eso, una ristra de piezas que explican casi al tuntún lo que somos.
Por tanto, me ha venido a la cabeza esas mañanas de sábado, muy lejanas y frías, en las que tenía que ir a la tienda a hacerle “mandados” a mi madre. Entonces era muy cría, ni siquiera adolescente, y entraba a la carnicería, donde por arte de magia empequeñecía más al verme rodeada de tantas mujeres con su larga lista de pollos, chuletas y huesos de espinazo. Yo me aprendía de memoría todas las caras y estaba pendiente de quienes entraban después de mí para saber con exactitud matemática cuándo me tocaba. Por aquel entonces no me atrevía a levantar la voz delante de tanta gente ni siquiera para hacer la típica pregunta: ¿quién es la última? o ¿quién da la vez? Y era un rato de mucho nervio y de mucho temor. Mi timidez me impedía imponer mi presencia y ello me provocaba una tremenda ansiedad ante la posibilidad de que alguien se me colara, algo que me pasaba con cierta frecuencia y me producía una impotencia demasiado grande para lo chica que yo era.
Entonces, no entendía bien por qué me hacía sentir tan mal que alguien me adelantara, pero se convirtió en una tara que me ha perseguido durante toda mi vida. Ahora no me pasa nadie pero la desazón perdura, como una huella petrificada. Sólo se me cuela quien yo permito, por ejemplo, cuando hay alguien detrás de mí en una caja de supermercado con un par de cosas y yo llevo la cesta llena, aunque eso forma parte de la buena educación. Es generosidad, es solidaridad. Sin embargo, soy incapaz de pedir que me dejen pasar porque llevo una sola cosa... yo, que no soporto esperar ni en los semáforos.
Y ahora, en plena debacle por saltarse la vez, el turno o el protocolo de vacunación me han venido a la cabeza estos miedos que se te agarran como una tos crónica porque el gesto de que alguien te aparte y se crea con derecho a adelantarte, conlleva cierto maltrato: es un intento de decirte mi tiempo es mejor que el tuyo, soy más válido que tú y tengo que estar antes, y también es una forma de menospreciarte. En el caso de las vacunas es aún peor porque es visualizar que en este mundo de todos somos iguales seguimos mimando actitudes que priorizan vidas, incluso las que están a salvo, cuando la realidad es que nadie, ninguno, somos imprescindibles.
Mientras poco a poco logro tener mis taras adiestradas, seguiré respetando las colas, algo que aconsejo porque es una vieja forma de mantener el orden y nos sirve para conservar la ilusión de que aún somos iguales.