sábado, 24 de diciembre de 2016

Felicidades

La recepción de la felicitación número tropecientos, me ha llevado a una ecuación mental cuyo resultado dista de la realidad, como todo lo que se imagina o piensa. Lo cierto es que estos días de felicitaciones, de buenos deseos, de besos y abrazos te pueden llevar a cometer el error de creerte que todo el mundo es bueno y que de verdad los deseos son conscientes y sentidos.
Pero vamos a ver, si hay gente con la que no he tenido relación en más de un año; si de hecho no tengo ni su número en mi lista de contactos y no hemos tenido la necesidad de buscarnos ni por su parte ni por la mía, y ahora en víspera de Navidad, te felicitan, y es más te obligan a inventarte unos buenos deseos que de manera natural no surgen. Y luego están esos 'amigos' a quienes les pediste un favor hace más de 18 meses, que los tengo contados, y de pronto también te felicitan, como si les importaras cuando les das igual, si no, te habrían hecho ese favor o habrían tenido la valentía de decirte que no puede ser.
En fin, ¡cuánto mal han hecho las redes sociales que te enganchan a gente que ya no está en la categoría de amigos o que quizá nunca lo estuvieron, y te empujan a enviar mensajes de buenos deseos en fechas señaladas, aunque en el fondo te da igual si su día especial es mejor o peor! A ver, no es que les desees algo malo. No. Pero es que las redes te obligan a acordarte de quien no te acuerdas de forma natural y espontánea.
Si es lo mismo que cuando decimos buenos días. Porque ¿estamos pensando de verdad en que esa persona tenga un buen día? Oye, que si lo tiene, genial, pero al final son palabras sin sentimiento, sin consciencia.
Por todo ello, echo de menos el género epistolar, esas felicitaciones de cartón llenas de nacimientos, de árboles repletos de bolas que comprabas habiendo seleccionado previamente esa corta lista de personas con las que no tienes relación desde hace años pero de quien te acuerdas en plena consciencia, sin copiar y pegar mensajes para enviar a bulto. Así no... 
Y todo este rollo no es más que para felicitar la Navidad de forma sincera, sentida y consciente a todos esos contactos que hoy y ayer y mañana estáis pululando por las redes pulsando la tecla de ‘me gusta’ a mis publicaciones. Gracias, y Feliz Navidad. Y lo digo lúcida y haciendo acopio de responsabilidad y franqueza.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Consumidores






Como todo el mundo está hablando del triunfo de Trump, preguntándose por qué, llorando por las esquinas, asemejándolo con otros éxitos incomprendidos, incluso absurdos para la mayoría; por ejemplo, el Brexit en Inglaterra o el ascenso de partidos xenófobos en Europa, y como a mí me gusta salirme del redil, aunque esté perfectamente capacitada para estar dando la murga con el temita, hoy voy a romper una lanza por todos los ciudadanos en general, los capaces de votar a Trump, al Frente Nacional francés, a partidos corruptos e incluso a los más honestos (por si hubiera alguno). Todos en el mismo saco, aunque, claro está, no se parecen y algunos tienen más delito que otros.

A ver, llevo una racha que ya presiento un complot internacional contra mí que, para bien o para mal, no soy nadie influyente o con poder. Y es que no es concebible que esté en guerra con tantas empresas sin buscarlo ni pretenderlo. Llevo tantas trifulcas acumuladas que ya no sé si estoy reclamando una comisión bancaria a la compañía telefónica o un móvil nuevo a mi caja de ahorros. Y lo peor es que no me dan tregua. Estoy por meterle un palo a un trozo de sábana blanca para hacerme una bandera y firmar mi rendición. Pero no, pero no porque no me dejan un minuto de paz. En cuanto, me digo, “bah, no merece la pena”, viene algún listo y me vuelve a calentar.

La última fue con esa compañía que te regala hasta un piso en Marbella si contratas con ellos. Cuando voy a cumplir la permanencia, una artimaña sacacuartos propia de timadores callejeros, me llama para ‘regalarme’ la fibra óptica y así atraparme un año más, cuando la verdad es que yo no tenía previsto abandonarles... aún. Diez meses después me vuelve a llamar para informarme de que tengo que pagar aquello que me ofrecieron de manera gratuita, a razón de 30 euros al mes. Le monté tal pifostio que aún estoy afónica. Claro, la empresa juega al si cuela, cuela. El cabreo me duró días, con sus noches, las mismas que dejé de ver ‘El hormiguero’ porque su presentador me recuerda mucho, muchísimo, a mi compañía, ex compañía ya. 

Lo curioso (creo que están todos compinchados, de hecho, los teleoperadores tienen todos el mismo acento) es que a los diez minutos otra empresa me propone una nueva ganga. Pero claro, lo cierto es que le he dado tantas vueltas a las telefónicas que ya me tienen fichada y a la hora de contratar no puedo hacerlo con mis datos, así que casi les di los del perro para poder beneficiarme de la oferta como cliente nuevo. Reconozco que hubo un momento durante la contratación que ni sabía cómo me llamaba ni dónde vivía por evitar repetir datos. Pues nada, me han tenido con el proceso de portabilidad más de una semana, sin teléfono, sin internet... Mira que lo dice mi madre, “de molinero cambiarás, pero de ladrón no escaparás”.

No obstante, antes de esta tuve otra del mismo nivel con una cadena de electrodomésticos, que me dejó sin teléfono durante un mes y medio. Acudí a las oficinas del consumidor, presenté reclamaciones y los puse verdes en las redes sociales. Sí, todo eso, que no sirvió para nada, porque yo estuve sin móvil todo el verano. La recompensa fue que de los más de 300 euros que me pedía por la reparación, me salió gratis y me pidieron perdón. Algo es algo.

Y las he tenido con empresas eléctricas, con bancos (mis preferidos) y hace un rato con un bar que se ha empeñado en cobrarme 2,50€ por un sobre de manzanilla y otro de poleo en un vaso de agua hirviendo. Vamos, ni que el agua viniera de un glaciar de Groenlandia traído en peregrinación.

Todo esto ocurre porque no reivindicamos nada, porque lo perdonamos todo. Protestar quema mucha energía pero de otra forma tenemos lo que tenemos, un planeta que gira cada vez más endemoniado y más perturbado. 

Por tanto, consumidores del mundo, no importa a quién votéis, pero al menos luchad contra el pillaje, la estafa y los caraduras, y algo cambiaremos de este mundo incomprensible.

sábado, 29 de octubre de 2016

Oposición

Ya está, se acabó el extraño y tedioso proceso de investidura. Ya tenemos presidente y ya se supone que volvemos a la normalidad, ese estado tan buscado y esperado, y que tanto se mima desde sectores sin aspiraciones y temerosos del diablo. Una normalidad que es un mal menor, porque ya nadie sueña ni apuesta por una situación distinta, nueva. Nos agarramos al “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”.
La normalidad, que puede ser muy nefasta, es maravillosa para quienes no tienen ni quieren que nada cambie, un terreno abonado para la misma cosecha que, demostrado queda en este país, no da para que coman todos los súbditos. Sin embargo, esa normalidad es el escenario en el que nos gusta movernos porque, claro, luego está Venezuela.
Rajoy es un ganador y se merece estar donde está. De esto, sin ironía, no tengo ninguna duda.  Ya, no. Porque está claro que estos 300 días sin presidente ni gobierno han sido una competición para ver quién se quedaba con el trono, que se ha llevado finalmente el Partido Popular. Muchos dirán que para ese viaje no hacía falta maletas. Puede, pero las contiendas se pueden ganar con distintas estrategias, y la de la resistencia, plegadas las filas sin dejar un hueco, por muchas que fueran las pedradas sobre corrupción, incongruencia, precariedad..., ha sido la mejor, con diferencia.
El resto de contrincantes, unos más que otros, se han quedado de segundones y, además, literalmente apedreados.
Rajoy volverá y lo hará sin un rasguño, cuando lo lógico es que uno regrese de la guerra medio herido, pero son los del bando contrario, los que ahora harán oposición, quienes vienen desorientados, rozando el desvarío.
Por eso, más que felicitar al vencedor o ningunear al perdedor, que no hay que hacer leña del árbol caído, lo mejor es empezar a exigir a los vencidos que se preparen para rejuvenecer o actualizar su irremediable papel de oposición y no solo con dignidad, que sí, también con eficacia e inteligencia, la que no han tenido durante estos 300 días ya pasados. Insisto, unos más que otros.
Y es que se puede gobernar sin gobernar. Me explico, estar en la bancada de la oposición no debe ser entendido como un castigo por no ganar unas elecciones, un lugar al que van los perdedores a hacer penitencia y coger fuerzas para ganar los siguientes comicios o una palestra desde la que negarse a todo. Estar en la oposición debe ser asumido, sobre todo ahora que será una legislatura en minoría, como un papel activo y responsable, en el que cada gesto, discurso o propuesta se presente como una auténtica alternativa a la acción del gobierno. Proponer, negociar y forzar pactos que sirvan a la inmensa mayoría de los ciudadanos debe ser a partir de ahora la tarea de quienes no han logrado el poder.
Porque no hay que olvidar que toda esa oposición, muy amplia en esta nueva legislatura, representa a muchos millones de ciudadanos, de manera que no gobernar no significa dejar el cuerpo muerto a esperar tiempos mejores. Esta vez, dadas las circunstancias y la representación obtenida por cada grupo, no se le podrá echar la culpa de todo lo malo que pase a Rajoy o al PP.
De hecho, lo mejor de esta nueva etapa es que no habrá rodillo porque, con las cuentas en la mano, no sale la suma. Esta vez el rodillo ha quedado atascado y serán los contrincantes quienes tengan la última palabra. Por tanto, se podrá gobernar, o sea, decidir, sin ser ministro ni estar en el partido que sustenta el poder. Ahora ya no es solo el PP gobernando quien se juega su prestigio, el resto, también. Y ahora es, además, el momento de recompensar a los ciudadanos que, ilusionados, pusieron su confianza en los líderes y formaciones finalmente vencidas después de venderles la moto de una sociedad mejor.
Así que comienza un nuevo tiempo para hacer una oposición que ponga patas arriba esta vuelta a la normalidad y donde los vencidos demuestren que, después de todo, votarles mereció la pena.

domingo, 9 de octubre de 2016

Suerte

Hasta ahora lo de tener suerte siempre me ha parecido una entelequia, algo indefinible y muy aleatorio. Pero con todo ese cisma en las entrañas del PSOE, he logrado acercarme al concepto con más claridad que nunca.
Tener suerte era hasta entonces un pensamiento inútil, porque cuando uno está en el lugar o en el momento oportuno es probable y lógico que le toque la lotería, encuentre al hombre o mujer de su vida, apruebe una oposición... Y es que no me creo eso tan frecuente de “no he abierto el libro y he aprobado”. Mentira. Y mentira que un resultado positivo sea cuestión de suerte, porque para que se produzca hay que estar, hay que hacer la apuesta. Igual pasa con la mala suerte. No creo que existan los gafes ni la racha aciaga, por eso yo no tengo en cuenta si he pasado por debajo de una escalera o si se me ha cruzado un gato negro. Es más, la experiencia me dice que todo lo que decidimos tiene sus consecuencias buenas o malas en función de la inteligencia que haya en esa decisión. A veces no pelear, no plantarte o permitir te lleva a una situación perjudicial. Posiblemente, muy merecida. En fin que creo que todo ocurre porque estás, porque vives, porque decides, porque te mueves. Acostado en el sofá de tu casa es casi imposible que te suceda algo, bueno o malo.
Y hasta aquí mi teoría, porque luego viene Rajoy y me hunde todo el razonamiento hasta el punto de pensar en la suerte como algo real, palpable y muy deseable. Para mí, el presidente del Gobierno en funciones sí es un tipo con suerte, y ese debería ser su epitafio, ya que nunca está en el sitio adecuado ni tampoco hace apuestas, deja el cuerpo muerto y gana. Solo hay que fijarse en el hecho de que, tras las elecciones de diciembre del año pasado, declinó formar gobierno y en los siguientes comicios, logró más votos.
Puede permitirse lo que quiera, consentir desahucios o promulgar recortes en Sanidad, en Educación y hasta en la alegría de millones de ciudadanos. No pasa nada. Es el líder más votado. Igual ocurre cuando le sale un tesorero avaro, una lideresa díscola o una Rita rebelde, sigue ganando con más apoyos. Que atiende a la prensa poco o en plasma, no solo gana sino que tiene un ejército de periodistas que bebe los vientos por él.
¡Si hasta tuvo un accidente en helicóptero y salió casi ileso! Está claro, tiene mucha suerte.
Ahora, sus contrincantes se despedazan como hienas ¡qué también son listos!, y Rajoy, sin un solo jirón ni una mueca, recoge los frutos de la guerra mientras su figura emerge robustecida. 
Al presidente no le hace falta nada, ni carisma, ni una fuerza especial, ni convencer de sus virtudes ni alentar a las masas. Ahí está sin que nada ni nadie le afee ni le haga sombra. Nunca tanta inacción, tanta pasividad y tanta inercia han logrado tanto éxito. También es cierto que mientras la izquierda escenifique su debilidad para qué se va a esforzar con nada. No hace falta ni recorrer de mitin en mitin todo el país, ya está el PSOE linchándose para darle al presidente lo que necesita, más apoyo y credibilidad ¡y sin que se lo haya pedido!, sin un escaño a cambio, ni un piso.
¡Qué los de la izquierda aprendan y dejen de tirarse pedradas por el poder! Lo más gracioso es que el ansia y la ceguedad por el poder también se da en el PP, solo hay ver cómo se agarran Rita o Esperanza o Pedro Gómez de la Serna a sus respectivos sillones, pero a ellos no se le nota.
En fin, es ahora cuando frases como caer de pie o nacer con estrella cobran todo su sentido aunque a mí me han sonado siempre a sospecha, a no explicarse por qué alguien ha llegado tan lejos, como si no se lo mereciera.
A Rajoy no le hace falta trabajar por su liderazgo ni sus triunfos. En él funciona eso de cuanto peor, mejor. Desde ahora es mi talismán, cada vez que necesite un empujoncito, no invocaré al más allá, nombraré a Rajoy porque, señor presidente, es usted un tipo con suerte.

domingo, 2 de octubre de 2016

Canadá

Tengo, desde hace años, una fijación que raya la rareza y la extravagancia. Consiste en un irrefrenable deseo, cada vez más grande y difícil de gestionar, de marcharme a Canadá.
¿Por qué Canadá?, bueno ¿y por qué no? Yo es que me imagino el país rodeado de montañas y de paisajes naturales exuberantes, bañado de lagos, grande, verde y con gente silenciosa. Y para colmo es el país de las cataratas del Niágara y de Leonard Cohen.
Entiendo los obstáculos: que si hace frío, que si está muy lejos… pero son inconvenientes fácilmente superables, sobre todo cuando hay verdaderas ganas de un cambio profundo y de poner tierra de por medio. Uno de los principales escollos podría ser el idioma y, sin embargo, me resulta una ventaja genial ¡Qué alegría no enterarme de casi nada, vivir sin ruido!
Entre lo que me imagino y lo que sé, como por ejemplo, que los canadienses son capaces de celebrar referéndums para resolver la exigencia de independencia de la provincia de Quebec sin tanto jaleo, no tengo dudas, debe ser el paraíso. No obstante, sé que para reconocer un paraíso es preciso tener conocimientos de su contrario, no digo el infierno, pero sí una nación más inhóspita, que es como siento esta tierra de ciudadanos conformistas y complacientes, donde muchos jóvenes se van y también muchos mayores aguantan con absoluta normalidad verdaderos excesos y tropelías. Un país donde los políticos nos dan cada día motivos sobrados para meterlos en un avión y olvidarlos como náufragos en una isla virgen y muy lejana, y que ya aprovechen y se coman entre ellos; un país donde hay más mediocres por kilómetro cuadrado que roedores, donde el periodismo es una profesión de comunicados o confrontación, donde nos pasamos los derechos fundamentales por el forro y donde la meta está en encontrar un trabajo esporádico que no te gusta por menos de mil euros.
Llamadme traidora, pero depende también del concepto que tengamos de traición, porque si no lo son quienes se llevan el dinero a paraísos fiscales, ni quienes son sospechosos de, no digo robar, sino malgastar el dinero público, ni quienes nos intentan dar gato por liebre, por qué lo iba a ser yo, que solo aspiro a respirar aire puro rodeada de un entorno diferente y distante que nunca me ha decepcionado.
Ni siquiera busco el exilio, solo vivir sin que me persiga la desazón y la desesperanza, que siento cuando leo un periódico, me asomo a alguna red social o entro en la pescadería, donde siguen con el debate de si fulano debe o no facilitar la investidura de Rajoy. Porque cuando no es la designación para el Banco Mundial del ex ministro Soria, dimitido por los llamados 'Papeles de Panamá'; es Rita, expulsada del PP, durmiendo en el Senado, al que se agarra como una lapa votando no a la eliminación de los aforamientos, es decir, votando por su bienestar y su cuerpo serrano, y si no, es el trasnochado de Felipe González montando un cirio en su partido y desgajándolo para vergüenza de propios y extraños; o son las imágenes del juicio a los abusones de las tarjetas black, que encima sonríen porque estar ahí no debe ser ninguna deshonra… ¿Cómo no voy a pensar en salir corriendo?
Y no solo lo pienso yo, conozco a unos cuantos que como tuvieran la más mínima oportunidad huirían despavoridos, con lo puesto y sin volver la vista atrás.
Llevan años proponiéndome irme de hippie a La Gomera, y es que la cosa viene ya de lejos. No sería mala opción siempre y cuando se instaure como lengua oficial el silbo gomero, porque ya con más no puedo.
Así es que, Canadá adóptame. Prometo no molestar. Ni te vas a enterar de que he llegado.

domingo, 21 de agosto de 2016

Desgana

Siempre he creído que aquellas personas que tienen un comportamiento correcto, al menos públicamente, los vicios de cada uno en su casa para él se quedan; aquellas que no salen a la calle a jorobar al prójimo, y no porque profesen los preceptos cristianos, sino porque han nacido así; aquellas que reciclan con meticulosidad, que respetan los pasos de peatón, los turnos, que no miran con desdén a nadie, ni le sueltan exabruptos, que no permiten que sus hijos pisen las plantas de los jardines… que a todas esas les tenía que ir muy bien la vida y siempre obtendrían una respuesta amable de sus congéneres.
Sin embargo, este pensamiento, igual que creer en el sueño americano más que en Dios, inspirados ambos de ver tanta película ‘hollywoodiense’ es un grave error: Te puede ir muy mal, peor incluso, siendo justo, coherente e incluso bueno. Y no lo digo por mí, que soy mala malísima, sino por una amiga.
Me cuenta ella que ha decidido cambiar de barrio porque tiene a todos los establecimientos vetados, ya no puede ir al kiosco porque un día fue a comprar un periódico y el estúpido que la atendió, que le podría haber dado mil y una excusas como 'no lo tengo', le soltó un ‘ese periódico es de rojos’. Mi amiga, que es muy buena, soltó toda una retahíla de improperios que dedicó con mucho afán al kiosquero y a toda su familia hasta el quinto o sexto grado de consaguineidad.
Otro día, dice, que se acercó al bar que hay debajo de su casa y pidió una consumición, pero el camarero, que aún no había recogido la terraza y que estaba de guasa con los dos colegas de siempre, le contestó con un ‘estoy cerrando’.
La última fue en la zapatería, le preguntó a la dependienta por una talla concreta y ésta, alta, delgada, joven y monísima, la despachó con 'solo queda ese número', sin más alternativa. Al final se llevó las sandalias en la tienda de enfrente, donde tampoco tenían su talla, pero la chica que la atendió, más curtida, le ofreció otras posibilidades.
Y es cierto que todos tenemos malos días, pero tantas jornadas de tanta gente distinta da que pensar. Por ejemplo, a mí me sugiere que lo que existe en esta maravillosa sociedad es desgana, una abultada y asfixiante desgana porque hay muchos trabajadores, de los que aún trabajan, que están donde ni han elegido ni quieren estar.
Cuando yo, ya no mi amiga, sino yo, entro en alguna oficina de la Seguridad Social noto mi propio ánimo decaído, algo que me ocurre sin intención. Eso sí es pánico escénico, y es que tengo la experiencia de que el funcionario te salga por peteneras, si fuera por burlerías aún le perdonaría, a veces hasta te amenaza y te trata como un infractor. Claro que a mí el pánico se me pasa pero la cara de depresivos que tienen algunos se la llevan a casa porque eso no se va ni con una fiesta sorpresa.
En fin, desgana.
Por eso cuando un día te topas con un funcionario o cualquier otro trabajador que está de cara al público, que te sonríe, te habla con sumo respeto y te ofrece soluciones te dan ganas de llevártelo a casa y hacerle una ofrenda floral.
Puede que no parezca importante pero si tenemos en cuenta que hay unos 'milloncejos' de parados, con los otros tantos de desganados no salimos del pozo ni dando saltos.

lunes, 8 de agosto de 2016

'Pasa'

Yo, desde los últimos resultados electorales, he decidido no escribir, no reciclar y algunas otras cosas. Incluso se me pasó por la cabeza dejar de comer pero tampoco hay que ponerse tan digna.
He dejado también de firmar para aquellas organizaciones que recaban colaboración para causas nobles y justas. Ah, y tampoco respondo a los impulsos de mis paisanos cuando critican la falta de trabajo, las listas de espera, la corrupción, la desigualdad... Nada. Me hago la sorda y no tarareo la canción de Luz Casal 'No me importa nada' de milagro, por no faltar al respeto.
Pero como ya se me ha pasado aquí estoy de nuevo y afortunadamente para todos no voy hablar de política ni del gobierno fantasma que tenemos... O sí. (Nota: fantasma por lo de en funciones, a ver si ahora que se me ha pasado el berrinche me voy a buscar un lío).
En esta ocasión, prefiero dar pie a recibir opiniones que a dar yo la mía. Estoy tremendamente interesada en averiguar cómo se llega a disculpar, incluso perdonar, los pecados de la clase política para seguir votándola. Es curioso que unos hermanos se dejen de hablar por un metro cuadrado de terreno o por el jarrón desportillado de la abuela y, sin embargo, puedan entregar su confianza a unos que no les tocan nada y que ya la han traicionado.
O cómo se llega al estado ese del 'pasa' o del 'no te compliques la vida' cuando estas observando o sufriendo una injusticia. Yo entiendo que llega un momento que la cosa es tan tremenda que es necesario cerrar los ojos para darle un descanso al alma, pero ninguna sociedad ha dado un paso adelante o ha evolucionado sesteando, claro que yo hace tiempo que no cojo un libro de historia.
Y el caso es que tanto en el fondo como en la superficie, sobre todo de la barra del bar, somos capaces de distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo bueno de lo malo, algo que además nos han inculcado desde pequeñitos nuestros padres, los mismos que, después de castigarte por no dirigirte con educación a un mayor, por desobedecer o por sisar dinero del monedero, siguen votando sin escrúpulos a los mismos por miedo a perder la pensión.
En fin que no entiendo lo qué pasa. Y, como estoy escribiendo una novela, muy documentada, necesito saber cómo llegar al estado de ceguedad y de perdón, no precisamente cristiano, incluso de fervor por quienes no te tocan nada pero te lo pueden quitar todo. Me recuerda ese pasaje bíblico en el que unos ciudadanos ignorantes prefieren al delincuente Barrabás en vez de a quien propugnaba el amor al prójimo.
Ese estado de transigencia, de indolencia y hasta de abandono, debe ser el paraíso, el cielo, y yo quiero probarlo y describirlo en mi novela, que habla precisamente del ascenso del mediocre, maleducado y hacedor del trapicheo y cómo lograr una confianza que ni se ha ganado ni por supuesto se merece.
A lo que voy, la sesión de catequesis y el avance de la novela es daño colateral, lo que interesa es saber llegar al estado del 'pasa' para unirme y defenderlo hasta el final, aunque me va a costar, porque para mí pasa es del verbo pasar, que me indica movimiento no parálisis, pero me pongo ya mismo en posición de borrado en espera de respuestas que me guíen hasta el pasotismo.


sábado, 18 de junio de 2016

Redundantes

En muchas ocasiones mientras nos arrastramos por nuestra propia rutina, encuentras algo especial, original o distinto que te hace sentir hasta optimista, alegre y con ganas de bailar, sobre todo si lo que has hallado es un grupo musical que no habías escuchado nunca o una canción vieja en una versión nueva.
Lo que pasa es que lo habitual es que, como te pongas a buscar, no se produce el hecho diferente. Es justo lo que siento con esta campaña electoral. Por cierto, ¿a qué se dedicaban las televisiones antes de toda esta marabunta de entrevistas, reportajes, declaraciones, imágenes… de políticos? Sólo me falta verlos ya presentando el tiempo. 
Pues eso, entre que estoy esperando, no sin cierta ansiedad, alguna novedad que me haga pensar, ‘mira, ha merecido la pena’, no llega nada que no sea un lugar común, una acusación reiterada, un reproche manido. Bueno, hay dos excepciones, el emocionante campo de alcachofas y la irrupción de la socialdemocracia para paliar la estrategia del miedo.
Incluso, si borráramos de nuestra mente cualquier alusión a Venezuela, seguirían estando esas decenas de lugares comunes que nos traen los reportajes, entrevistas, imágenes… de la tele.
Cada vez que oigo a algún líder del PP decir que España está creciendo y que hemos salido de la crisis me da el mismo tic nervioso que al presidente en funciones, al estilo de Josema Yuste cuando protagonizaba aquellos ‘sketchs’ de Martes y Trece.
Y luego está Pedro Sánchez que en cuanto sale a la palestra es para convencerse él de que va a ganar las elecciones y para aleccionarnos de que representa el cambio. Claro que, acto seguido, aparece Alfonso Guerra, un peso pasado, sí pasado, haciendo chascarrillos. Sin embargo, lo que me produce exasperación es esa afirmación de que estamos de campaña por segunda vez en seis meses porque Podemos no ha querido pactar.
Así llegamos a Pablo Iglesias, que le está tirando tanto los tejos a los socialistas que ya me da hasta grima.
Por supuesto, en cuarto lugar y no menos redundante ni pesado, Ciudadanos. Albert Rivera sí que ha cogido perra con Venezuela y además, sigue dale que te pego con la unidad de España y con la amenaza de ruptura nacional.
Esta campaña parece una tortura consistente en hacerte oír una y otra vez lo mismo, a ver si te da por ir a votar o votar algo distinto. Yo ya me estoy planteando incluso darle mi papeleta al que menos me gusta.
Pero ahí no queda la cosa, podemos encontrar cientos de alusiones a los casos de corrupción, de aquí y de allá, al paro, a los salarios precarios y a los jóvenes que se marchan, aunque no oigo a ninguno hablar de los mayores que se han quedado, esos que después de 20 o 30 años de actividad profesional están en tierra de nadie, esperando a que estos terminen por fin la campaña y cumplan una sola promesa que les haga cambiar de rumbo o rutina. 
Esta poca originalidad (¡quién me lo iba a decir!) me lleva a echar de menos esas enredosas series que se alargan hasta la madrugada por los tediosos cortes publicitarios. Ya que no me dan nada original y se repiten más que el Disney Channel, que, por favor, no trastoquen mi rutina, que yo ya me he pasado al Clan TV.

sábado, 28 de mayo de 2016

Chivatos

Leyendo un artículo sobre las profesiones de más tirón en estos momentos, me puse a pensar en las poquísimas posibilidades que tiene aquella gente que no está relacionada con la informática. No se habla nada de políticos comisionistas, ni de constructores mafiosos ni de empresarios evasores fiscales ni de famosos licenciados en ‘Gran hermano’ que, de momento, es lo que se lleva y marca tendencia. Por cierto, les va de muerte hasta que se les acaba o les pillan ¿Los pillarán a todos?
Y cuando son descubiertos les puede dar por cantar, como le pasa al constructor David Marjaliza, que está largando hasta las tablas de multiplicar, porque de eso iba la trama Púnica de forrarse por dos, por tres… a costa de las administraciones y de los ciudadanos.
Se le podrá llamar chivato, pero si corrupto es un término que ha perdido fuelle por la profusión de casos, el de chivato puede empezar a verse como el nuevo héroe. Y es que hacen falta soplones para conseguir transparencia o información real, ya que, claro está, por medios naturales parece complicado.
Me da igual que el tipo esté intentando salvar su culo ¿quién no?, me da igual que haya entrado a saco, lo que me interesa es que dé nombres y nos cuente los pormenores de la trama, a la que por cierto, se tilda, y no sin razón, de tonta. Es decir, que han robado ‘a pajera’, a la vista de todo el mundo, con la connivencia de muchos y el silencio de otros y sin inventar una rocambolesca estrategia de ingeniería física para evitar que los pillen. Nada, a manos llenas y a plena luz.
Pero a lo que iba, reivindico a los chivatos y, para que se conviertan en una profesión en boga, deberíamos cambiarle el nombre y así conferirle un carácter rimbombante, incluso en inglés, al estilo de ‘business developer’, ‘Engineering, Procurement and Construction’ o ‘growth hacker’… No se me ocurre ahora, pero ya daré con una denominación que le quite esa imagen de acusica , renegado o infiel (esos son otros) y emerja una nueva actividad que salvaguarde y defienda las instituciones de todos aquellos que vengan con intención de exprimirlas y sorberlas hasta dejarlas secas, sin fuerza ni ganas ni proyectos ni nada. Si hubiera vigilancia y denuncia constante sobre lo que se cuece en las administraciones no estaríamos como estamos.
En este punto siempre he dicho que quien ve y oye actitudes delictivas y se calla, es igual de culpable que quien comete las tropelías. No nos vale ya el pasotismo.
Es necesario que haya muchos que canten, aunque sea ‘bachata' y luego no sirva ni siquiera para echarnos las manos a la cabeza ni, menos aún, para cambiar el voto, pero esa es otra cuestión, decepcionante, triste y estúpida, sin embargo, harina de otro costal, que se suele decir. Yo colocaría a un chivato en cada esquina de cada departamento administrativo, con su nómina, sus extras, sus ‘moscosos’, sus vacaciones y sus desayunos, que vigilar también cansa. Además, creo que para definir su perfil basta con ser valiente, tener las manos limpias y saber diferenciar lo que está bien de lo que no. Parece ‘peccata minuta’, pero no hay tantos con ese alto sentido de la responsabilidad ni de la ética.
Los chivatos deberían articular sistemas de escucha y de videocámara porque, tras décadas de depositar nuestra confianza en personas, supuestamente eficaces, para gestionar la administración y vernos ahora traicionados qué menos que controlarles hasta los móviles, que para eso se los pagamos. Y sus viajes, que los enmascaran de misión comercial y no venden una escoba pero se lo pasan pipa, y sus reuniones… eso sí sería transparencia. Así es que ¡viva el chivato!

domingo, 8 de mayo de 2016

Culpables

Pues ya estamos liados otra vez, irremediablemente abocados a otras elecciones. Y nuevamente los ciudadanos tienen el encargo, por no decir el marrón, de resolver el embrollo. Lo hagamos como lo hagamos siempre nos toca la china, que hay crisis, nos recortan sueldos y abaratan los despidos, o tenemos que pagar por servicios sanitarios o educativos que antes eran gratuitos, que el resultado electoral ha salido raro o distinto, pues venga, repetimos hasta que votemos ordenadamente y los políticos puedan gobernarnos sin tener que sacar la calculadora ni tener que negociar nada. 
Así que aquí estamos los ciudadanos intentando arreglar el descosido, y encima nos miran como si fuéramos los culpables de esta situación. Pues por ahí no paso, porque a día de hoy no soy una evasora fiscal, ni tengo dinero en paraísos fiscales, no he metido la mano en ninguna caja que me estuviera prohibida legal o éticamente, he cumplido con todos mis compromisos y responsabilidades y no hago promesas que no pueda ejecutar. 
Por tanto y, pese a mis enormes defectos e insalvables manías, no soy culpable de casi nada, menos aún de ir a votar a quien me dé la gana. Así que no admitiré a ninguno de estos que no ha sabido ceder, ni negociar, ni mirar hacia la gente sino hacia sus partidos, que digan que esos complicados resultados electorales del 20D son los que hemos querido los ciudadanos. Así dicho es una evidencia que ni hace falta citar, pero si trae la connotación de culpabilidad, de que somos los votantes los causantes de que no haya gobierno, no se lo consiento. Porque si ante el primer escollo no saben qué hacer, apaga y vámonos. 
Esta inutilidad nos deja huérfanos. Y no somos culpables de nada, y menos de votar, porque individualmente pensamos en el partido o líder que nos puede garantizar cierto porvenir o, en el peor de los casos, no nos vaya a martirizar más.
Estos no han dado la talla, y sean de la vieja guardia o de las nuevas hordas han demostrado no saber moverse en el terreno del pluripartidismo. Todos siguen viciados y contaminados de bipartidismo.
Quizá todo este paripé de semanas no es otra cosa que escenificar de cara a la sociedad lo que el propio Rajoy ha mostrado desde el minuto cero y sin disimulo porque se ve que tampoco inspiramos respeto, ningún interés por alcanzar acuerdos con nadie.
Por tanto, conste que a los ciudadanos no nos ha gustado nada el desenlace de estos meses, incluso nos escandalizamos del gasto de una nueva convocatoria y de que los diputados no tengan que devolver el material entregado, que no es precisamente de la marca blanca de Media Markt.
Está bien que no nos conformemos y que protestemos, porque es esto de lo único que somos culpables los ciudadanos, de que nuestra rebelión por determinadas causas sea incapaz de cambiar muchos vicios. Sin embargo, en este punto la culpabilidad también tiene grado, y yo me siento menos responsable porque jamás voto a quienes les persigue una agria fama o simple sospecha de corrupto. Que cada uno asuma las consecuencias de sus decisiones y actos, pero hay que ser muy consciente de la papeleta que se escoge porque votar es también castigar o premiar a un partido, y no puede ganar quien no haya hecho méritos. 
De momento, estos últimos meses los candidatos de los partidos no han logrado ni el aprobado raspado, sin embargo, los ciudadanos que sí hemos hecho los deberes tendremos que soportar la tabarra de una nueva campaña electoral, a la que llegamos empachados como nunca.

domingo, 24 de abril de 2016

Plantes

Desde que los nuevos han irrumpido en el ‘sagrado’, formalizado y acomodado mundo político, observo comportamientos, opiniones y decisiones de la sociedad en general que me llevan a confirmar el cinismo, la hipocresía, las medias tintas y las verdades sesgadas que forman parte del pan nuestro de cada día. Y es así porque lo que no se admite a los nuevos, se les aplaude a los viejos.
La última verificación de esto es el plantón, posiblemente muy merecido, que los periodistas dieron a Pablo Iglesias por decir algo tan simple como que la prensa que sigue a Podemos está obligada profesionalmente a hablar mal del partido morado. Creo sinceramente que ni es una gran frase ni dice nada tan polémico como para estar rasgándonos las vestiduras. En todo caso, me resulta exagerado.
Efectivamente, de toda la vida, vende más y es más profesional en cualquier medio de comunicación tratar el defecto de un político que la virtud, pero tiene que existir sí o sí el defecto.  Y es que para dar jaboncillo ya está la seleccionada cohorte de asesores.
Por eso no entiendo los aspavientos ni el ruido que se han montado en torno a esa declaración de Iglesias, que me da la impresión que han venido a darle la razón. Al día siguiente, uno de sus antiguos profesores le llama directamente ‘tonto’ en un periódico nacional y no se produce ninguna hecatombe. Cosas de la libertad de expresión, que justifican a unos y condenan a otros.
Insisto, posiblemente el plante sea merecido e incluso no sea solo por estas declaraciones o por citar con nombre y apellidos a un periodista sino por ser la gota que colma el vaso, que también puede ser. Tanto salir en los medios puede tener efecto boomerang. Así es que en ese sentido que se calmen quienes critican a los medios de comunicación por dar tanta cancha al líder de Podemos. Comprobado queda que no es garantía de inmunidad, aquella que sí tienen otros políticos, los investigados por la justicia, apoltronados a la sombra de las instituciones democráticas.
Ahora, también es cierto que, llegados a este momento, debo recordar los plantes que no vi en su día y que me hubiesen encantado. En los últimos días se han citado en las redes sociales algunos que ya forman parte de nuestra memoria, pero yo voy a empezar por uno de los recientes, cuando el entrenador del Barça, Luis Enrique, contestó con ese tono chulesco y agresivo, tan característico suyo, a un periodista apellidado Malo queriendo hacer entender que su pregunta era igual que su apellido. No vi entonces ningún desplante en solidaridad con ese compañero y, la verdad, hubiese sido necesario. Este mismo entrenador, posiblemente la referencia y héroe de miles de niños que le admiran, se regodea en esa actitud, que reitera cada vez que tiene enfrente un micrófono o una cámara. Sin embargo, ¿qué hacen los compañeros cuando un periodista es burlado?, pues algunos medios hacen programas enteros, concediéndole una notoriedad que es una auténtica vergüenza.
Por supuesto, tampoco se ha visto ningún gesto de, por lo menos, contrariedad cuando se invita al medio de comunicación a una rueda de prensa y el convocante no admite preguntas, aparece en una pantalla de plasma o elige muy interesadamente quién debe, e incluso qué puede, interpelar. Tampoco hay plantes cuando un organismo público, obligado a ser transparente, se escuda detrás de comunicados destacando el perfil bueno.
Si vamos a empezar a plantarnos, que sea contra todo lo que reduce el derecho a la información. De momento, mi solidaridad y aplauso a los periodistas que no nos hacen olvidar a los refugiados ni a la víctimas y también a aquellos que nos han mostrado los ‘papeles de Panamá’. Cuando queráis, por vosotros me planto.

sábado, 9 de abril de 2016

Europa

Con la que está cayendo, mi gran duda del momento viene en forma de pregunta: ¿Quién quiere ser europeo? El viejo continente, el de la larga historia, el de la gran civilización, el aristócrata e intelectual se muestra más flojo que nunca, como un mastodonte de movilidad reducida, por pesado y por viejo.
Ahora, con la crisis de los refugiados, apostados casi en tierra de nadie, una tierra sin petróleo ni oro, claro, como si Europa esperara a que se disuelvan con el tiempo, que se aburran o que se coman entre ellos, me viene a la cabeza la ‘gran hazaña’ de este continente cuando se mataban salvajemente en los Balcanes, donde me demostró casi por primera vez su incapacidad y hasta pasotismo. Lo de estos meses, semanas y días ya no es ineptitud, es un repugnante ultraje a la raza humana.
Tanta Unión Europea para absolutamente nada cuando lo urgente y vital no sabemos contenerlo ni solucionarlo ni… ganas.
La Europa colonizadora, a la que nunca le ha importado explorar y explotar otros mundos, se resiste sin inteligencia ni diligencia a la entrada masiva de refugiados y lo deja todo al vaivén del mar o, peor, a soluciones crueles: ¡Qué se ocupen los turcos!
Entiendo que el reto se muestra inabarcable y desmesurado, más grande aún si el responsable es un inútil.
Pero Europa tiene otros frentes, otras amenazas que exhiben su debilidad, como es el terrorismo. El viejo continente no sabe o no quiere buscar salidas dignas a los refugiados llegados, pero tampoco sabe ni puede reprimir o abortar ataques enloquecidos y siniestros.
Tampoco se lo ponen fácil sus súbditos, ni quienes se rebelan, como Holanda esta misma semana, ni quienes callan para pasar de puntillas por los grandes asuntos.
No estamos en el mejor momento de enarbolar la bandera europea. Personalmente no me siento nada orgullosa de este continente tan inválido, insolidario y desalmado.
Pero tengo esperanzas, las que, también esta misma semana, me han dado los ciudadanos islandeses quienes con un sentido exclusivo y privilegiado de democracia han echado a su primer ministro, uno de los cientos de evasores con empresas opacas en Panamá. Otros europeos (también los hay de otros continentes, razas y sexo), influyentes y conocidos, muchos de ellos españoles, como no podía ser de otra manera, esos que besan las banderas de sus países igual que Judas, se siguen excusando, como si fueran víctimas de una estafa cuando los únicos estafados son los compatriotas que cumplen religiosamente con sus obligaciones fiscales.
Hay momentos muy concretos en los que la denuncia de una larga lista de ricos que eluden los impuestos de sus países cae mucho peor porque el resto de ciudadanos vive con ciertos apuros. Además, los evasores, cuyo dinero escondido tiene un origen oscuro, son los que luego opinan sobre el tipo de gobierno más idóneo para su país, ese que traicionan cuando hay unos euros de por medio. Son quienes remueven las manos en los bolsillos de sus abrigos de piel en busca de monedas para los pedigüeños. Por eso, estos días sólo puedo verlos como esos hinchas holandeses bebidos y bárbaros que humillaban a unas desgraciadas rumanas que mendigaban.
Europa debe ser revitalizada, reanimada, rejuvenecida o renovada y, si para ello es necesario que sea colonizada propongo que, ya que hemos reprimido y cercado a los sirios, nos dejemos invadir por los islandeses.

sábado, 12 de marzo de 2016

Parejas

Desde que el presidente del Gobierno en funciones se refirió al rigodón cuando tomó la palabra en el Congreso, no paro de pensar en los requisitos necesarios para formar nuevas parejas de baile. Porque cuando se trata de dos desconocidos o no amigos que se lanzan a la pista, yo creo que el objetivo es que después haya ‘tomate’ ¿o no?
Sin embargo, antes de eso, primero tiene que haber un avistamiento profundo, como si se tratara de ojeadores de futuros fichajes de fútbol, porque es cierto que no gusta todo el mundo para marcarse un baile.
Hay personas que no formarían pareja con otra porque no les gusta como viste, porque no les entra bien físicamente o incluso porque de buenas a primeras les asusta. 
Y en el caso del futuro gobierno, en el que el dúo se queda corto y hasta aburrido, hay que empezar como mínimo por los tríos, y claro, a ver cómo bailas ‘agarrao’ si hay multitud, porque siempre se ha dicho que tres son multitud. 
Para empezar, reconozco que naranja y morado no pegan. Aquí el test de compatibilidad da resultados negativos. A lo más que van a llegar es a una sola y animada charla. El líder de Ciudadanos parece el amante que todos desean pero para sexo esporádico, no para casarse con él, entre otras cosas porque parece ‘facilón’.
PP y PSOE (o sea azul y rojo, que tampoco los veo yo muy combinables) son la típica pareja que nunca se habrían conocido si sus familias no se hubieran empeñado. Vamos, su unión sería un matrimonio de conveniencia de libro.
Sin embargo, PSOE está loco por revolcarse con Podemos, pero la abuela, que sabe más por vieja que por diablo, se empeña en que no, porque le da miedo, demasiado fresco, con una temible lengua viperina, poco fiable y, en caso de conflicto, les va a sacar los ojos, se va a quedar con todo. Además, le mira con más desconfianza que a ningún otro candidato porque sabe que es el hijo bastardo que ha venido a reclamar la herencia.
Mientras tanto, el PP representa al solterón, quien ha disfrutado de libertad y autonomía para hacer y deshacer a su antojo, pero ahora ya, entrado en edad, quiere una pareja estable, y claro habitualmente las relaciones vienen cuando vienen, no cuando uno las planifica. Además, tiene la dificultad añadida de vivir esa soledad derivada de un insistente rechazo a la compañía. Creo que en general uno debería plantearse pareja de baile, aunque sea para una pieza, con el fin de acostumbrar el cuerpo y el paso. Así, más adelante cuando te entren ganas, también tengas la costumbre. En estas circunstancias el solterón es castigado y no solo por su anterior autonomía, sino también por pertenecer a una familia clasista, a la que no le vale cualquier pareja, sino una específica que mantenga su estatus y su alta posición social, sobre todo ahora que está en decadencia.
Y luego hay otros dúos, que vienen sin dote, pero que pueden ayudar a consolidar la pareja ofreciendo cierta lujuria a demanda, aunque a cambio reclamarán que al menos le pongan un piso.
Así es que tal y como yo lo veo está difícil encontrar parejas de baile con disposición a la compañía puntual o a la relación duradera. Por tanto, mi consejo es que se dejen de pasos y posturas delicadas, de danzar sin casi tocarse, para tirarse al barro y pasar del rigodón al ‘reguetón’.

sábado, 27 de febrero de 2016

Miedo

El miedo es una cualidad inherente al ser humano, posiblemente la que más nos asemeje al animal. Tener miedo es un sentimiento universal, pero se diferencia de vivir con miedo, que es otro grado mucho mayor, alcanzado por millones de personas en este mundo y despreciado por quienes el terror es un estado puntual, pasajero, canjeable. Por tanto, vivir con miedo es terriblemente peor porque se prolonga en el tiempo, lo llevas puesto allá donde vayas.
En el siglo XXI, cuando todos podemos saber de todos, aunque no de todo con mesura e inteligencia, cuando se planea cultivar en Marte y se combaten con cierta eficacia las plagas que llegan al primer mundo, y sólo cuando llegan hasta aquí, somos unos auténticos inútiles para enfrentarnos a lo que nos persigue desde la Edad de Piedra: La guerra, el hambre y la injusticia. Incluso, cuando salpica al primer mundo.
Sólo unos pocos residentes en este lado confortable reconocemos el miedo, del puntual, cuando nos topamos con amenazas, supuestamente lejanas, como las que padecen actualmente los sirios, los enfermos graves, los moribundos por hambre, que son quienes viven con miedo.
Pero nuestro pánico es igual de inútil que esa incapacidad para mejorar el planeta, porque no nos lleva a ningún sitio. Por eso creo que aunque sea exageradamente peor vivir con miedo, es lo único que te empuja a tomar decisiones para sacudírtelo.
Es lo que entendí cuando el otro día me puse a ver el documental ‘To kyma’, que cuenta el esfuerzo de una ONG española por rescatar a los refugiados sirios del mar. Sólo el terror diario a la muerte, sobre todo de los tuyos, te puede llevar a jugártela a cara o cruz. Si no, se trataría de un suicidio colectivo y, para eso, no hace falta buscar una barcaza y pagar por tirarse al mar.
Reconozco que mi miedo, ese que va por días, incluso por momentos, me impidió ver el documental de un tirón. Veía cuatro imágenes y cambiaba de canal, y volvía.  La diferencia entre mi pavor y la de los refugiados es la que define la cobardía y su enorme distancia de la valentía.
Sin embargo, uno no elige ni tener miedo ni el grado que le corresponde. Es aleatorio. Y nadie está a salvo, ni quienes viven miserablemente en este lado y se agarran a su escasez con avaricia, ni siquiera quienes están en la cima, porque temen perder su bienestar o su poder. Estos últimos utilizan su posición de dominio para hacer de su pánico un pavor contaminante y genérico. No hay más que ver cómo algunos ministros relacionan ETA con un gobierno de izquierdas o cómo algunos presuntos corruptos se envalentonan aupados por su terror para culpar de sus acusaciones a sus contrincantes políticos. Son tantos ya los investigados por corrupción en este país que a veces pienso, bueno, más bien fantaseo con la idea de si no será todo calumnias de los rivales. Sin embargo, es sólo una flaqueza derivada de mi miedo inútil y puntual. Luego, me recompongo e intento, sin éxito, ponerme en lugar de quienes utilizan su propio terror para superarlo y superarse.
En cualquier caso, hoy sólo me quedo con el miedo vencido de quienes se tiran al mar a rescatar a quienes viven con miedo, aunque yo lo vea a medias por culpa de otro miedo, muy descafeinado por mi propio confort.

sábado, 13 de febrero de 2016

Versionando

Si nos detenemos un momento, nos daremos cuenta de que todo tiene al menos dos versiones, incluido el amor. No es sólo porque seamos distintos en este mundo de la globalización que nos intenta convertir en manada, sino porque hay titiriteros, de los que nunca jamás van a la cárcel, que nos manipulan en silencio y a oscuras. Así que, dependiendo del marionetista de turno, cada cual se muestra con una versión diferente de lo que nos acontece.
Se nos llena la boca al hablar de que la justicia es igual para todos, algo que nos creemos ahora más porque estamos viendo a la Infanta Cristina de Borbón en el banquillo, pero es mentira. La justicia no es igual para todos porque depende del juez y del abogado que te toque en suerte, cada uno con su versión distinta y a veces distante de la justicia.
En estos días de enorme polémica por el encarcelamiento de unos titiriteros que, según la versión del juez, practicaron en su obra enaltecimiento del terrorismo, obviamos, porque ni nos acordamos ni nos interesa, la cantidad ingente de canalladas que soltamos por nuestra boca en las redes sociales o donde nos venga bien y que no se llamarán enaltecimiento del terrorismo, pero es violencia y agresión, aunque según nuestra versión estamos practicando la libertad de expresión, y además lo que decimos es verdad, pero una verdad versionada.
Y así aplaudimos e incluso admiramos inmensas burradas de burros que no han pensado en lo que dicen porque lo de pensar les viene grande. Si no, ¿por qué dejamos pasar voces que comparan a nuevos políticos con los agentes de las SS nazis? Debe ser porque estos no practicaron la violencia ni provocaron una sola muerte, según la versión de la historia que hayan leído, si es que saben leer.
Si vamos a encarcelar a todos aquellos a quienes se les vaya la boca y a aquellos cuya libertad de expresión puede ser tildada de terrorismo, arduo trabajo tenemos por delante. Habrá que empezar por ir nombrando censor. Mira, con la gente que hay en busca de trabajo, hasta podría resultar una salida profesional, poco digna, pero no estamos para remilgos.
Y mientras nos enredamos en elegir la versión que más nos gusta para afiliarnos a ella y ponernos enfrente de la otra u otras, nos creemos suficientemente informados y sobradamente libres, cuando sólo seguimos la música de un flautista cualquiera.
Yo también tengo una versión de los titiriteros encarcelados cinco días en Madrid, que quizá no es ni mía, y es que si su espectáculo hubiese sido contratado por cualquier otro ayuntamiento no gobernado por gente de Podemos, las consecuencias habrían sido otras, mucho menos duras, quizá igual de polémicas, pero sin cárcel.
Así, contra la confusión y la manipulación que traen las diferentes lecturas de cualquier cosa, yo intento escucharlo todo para fabricar mi propia versión. No es un método infalible porque se basa en criterios muy subjetivos, pero al menos me creo que tengo una opinión casta y no contaminada.
Sin embargo, al final, incluso yo, con mi palabrerío, también versiono, pero como no soy titiritera no necesito quedarme en la sombra.

viernes, 15 de enero de 2016

Resistencia

Deberíamos agradecer a la gran Lola Flores esa mítica frase que dice 'si me queréis, irse', a la que hoy me agarro para reunir unos cuantos nombres de personas públicas, tan distintas como distantes y a la vez unidas por verse envueltos en causas judiciales. Hay que ver que, en este caso, lo que surgió separado, la justicia ha unido, aunque sólo sea por coincidencia en el tiempo.
Pedro Gómez de la Serna, Cristina de Borbón y Artur Mas son tres claros ejemplos de resistencia ante la voz unánime que pide que se vayan o se alejen. Se trata de una resistencia, en el sentido más triste de la palabra porque en otro tiempo se aplicaba a gestos valientes, que les está proporcionando peor rédito que la inteligente decisión de abandonar puesto y privilegios en el primer momento. Creo firmemente que una buena retirada a tiempo puede ser un gran éxito.
A Mas, aunque se pueda tomar como 'postureo', su reciente abandono del Parlamento catalán, se produce a contra pie, justo cuando finalmente tiene que ceder la presidencia de la Generalitat para permitir la puesta en marcha de la nueva legislatura, atrancada desde las elecciones de septiembre de 2015.
Le ha costado. Su empecinamiento, el suyo y el de todos los citados, no puede verse como un gesto de enfrentamiento a una acusación injusta, sino como una cabezonería irracional, cuando no un salvoconducto. Pero ya no está y tendrá que dar la cara ante la causa abierta por esa supuesta consulta ilegal y también por la implicación del partido que preside en el caso Palau y el de la comisión del 3%.
Ahora, lo de Cristina de Borbón no hay por dónde cogerlo. Después de apartarla de la Casa Real, de quitarle el título de duquesa y de vivir el desaire de parte de su familia, resistirse a renunciar a sus derechos dinásticos, es mucho más que terquedad, es como morir matando, cuando, a no ser que haya un diluvio universal y sea elegida para entrar en el arca, difícilmente tendrá acceso a la Corona. Hay, entre hermanos y sobrinos, una buena cola antes que ella y sus hijos.
Y luego está el diputado recién devuelto al Congreso Pedro Gómez de la Serna, sobre el que hay sospechas de cohecho, blanqueo, corrupción en transacciones internacionales e incluso organización criminal, ahí es nada. Pero el buen señor se sienta tan fresco en su escaño, después de que hasta su partido le dé de lado y mostrando la jeta de darse de baja del PP, como si fuera víctima de un agravio.
Muy mal los tres, porque desde luego no aman las instituciones que les han aupado ni los ciudadanos representados por éstas, aunque saco una conclusión más triste si cabe: Si esas mismas instituciones a las que pertenecen estos feos ejemplos de personajes públicos no tienen ni el carácter ni la fuerza suficiente para provocar su desvinculación, apaga y vámonos.
Y en las próxima semanas, contemplaremos la propia resistencia de Rajoy, a quien yo le diría que, visto el final de Mas, cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar.
Así que al ‘si me queréis, irse’,  se podría sumar la famosa exigencia de Aznar: ’Váyase, señor González’ que, actualizada, quedaría: ‘Váyase, señor Rajoy’.