miércoles, 29 de abril de 2020

Desinformación

Mientras, casi de una tacada, se han silenciado de las calles de nuestras ciudades las conversaciones, los motores, los pitidos, las carcajadas, el griterío infantil de los viernes por la tarde y los ladridos desprevenidos, mientras parece que podemos disfrutar de una excepcional e inaudita calma, nos empeñamos en llenarnos de ruidos, que no dejan de ser sustitutos peores de los que sólo flotaban en el ambiente sin mayor utilidad que el que pueda tener un jarrón vacío encima de un aparador.
Está claro, no sabemos vivir tranquilos ni adaptarnos al nuevo hábitat y estamos siendo tan ridículos y absurdos de incrementar el volumen de un ruido bronco y malintencionado, incapaz de traer algo de bienestar a nuestros hogares. Es más, le abrimos la puerta cuando tantas veces la trancamos a oportunidades que nos harían mucho bien. En fin, somos animales de costumbres donde reina a sus anchas la contradicción. No he descubierto nada nuevo.
Esta incipiente moda del bulo o de las fake news nos ha hecho pasar, en lo que dura un pestañeo, de la sociedad de la información a la era de la desinformación, y es que cuando hay ruido, estridencia e histeria no se puede escuchar la música.
Me entristece que esta macabra moda haya convertido en hinchas a cientos de personas, por no decir miles, de productos enlatados y a medida de quienes no se preocupan o no saben que la verdad hay que trillarla y que muchas veces no se da de una. Los bulos son como las dietas milagro, que son mentira y a veces te dejan con efectos secundarios, aunque lo peor es que, después de vociferar como energúmenos una defensa ciega de una supuesta noticia sin contrastar o comprobar, no hay nadie que reconozca el error de su adhesión idiota a una publicación sin sustento, es más, tras descubrirse la falsedad, se sigue creyendo que la verdad es una manipulación. ¡De locos!
Me entristece también que se llamen periodistas quienes levantan y engordan estos bulos y que se consideren medios de comunicación quienes los difunden. Esto ya no es lo que era, cuando en la redacción de un periódico te obligaban a llevar las dos versiones de una denuncia, si no, olvídate de publicar. 
Hemos vuelto a la Edad Media cuando las leyendas y fantasías eran dogma de fe. Sin embargo, a favor de aquellos antepasados he de decir que la inmensa mayoría ni sabía leer, ni había visto un libro, pero mis coetáneos, casi todos ellos, tienen como mínimo un graduado escolar.
En esto, lamento decir, las redes sociales, que para mí tienen una utilidad fascinante, son un cuchillo de doble filo, lo mismo me encuentro un hilo maravilloso sobre cine o sobre una historia de superación que decenas de publicaciones faltas de seso y, peor, sin gracia.
Entiendo que la avalancha informativa provoque confusión y cueste separar el grano de la paja. Es probable que sea necesario cierto entrenamiento y, si se me permite un consejo, si alguien quiere información veraz que lea un periódico o atienda un telediario, es más, seamos ambiciosos, leamos  dos periódicos distintos y dos informativos de canales que sean competencia. Sólo así se podrá rozar la verdad, lo demás es todo estridencia.