sábado, 14 de marzo de 2015

Silencios que matan

Una vez alguien me dijo que el que calla es porque no tiene nada que decir. Esta afirmación que no es nada brillante, en aquel momento se me quedó atascada. No obstante, también oigo muy a menudo esto de que el que calla, otorga. Y esta otra frase ni es brillante ni cierta.
Cada vez más para mí los silencios son espectaculares y ocultos oasis, que te ayudan a ordenar. Cada vez más creo que los silencios bien administrados son signos de una singular inteligencia.
Sin embargo, saber cuándo hablar o cuándo callarse es tarea harto complicada y no precisamente apta para todo ser humano.
Se puede pecar de incontinencia verbal o de una mudez tras la que sólo está la pretensión de hacerse invisible. No hablo, no me ven y si no me ven, dejarán de buscarme. Como en el juego del escondite. Algo así es lo que pasa a muchos miembros de la política de todos los colores y, como ejemplo ilustrativo, tenemos el papelazo que el ministro de Defensa, Pedro Morenés, ha jugado en el caso de la comandante Zaida Cantera, una militar acosada, y otras muchas cosas más, por sus superiores, de apellidos de gordos y mente estrecha.
Para lo poco que se le ha visto en público al ministro, la verdad es que podría haber aprovechado y salir a la palestra a hablar con lucidez. Muchas mujeres y hombres se lo habríamos agradecido. Pero ha preferido practicar una táctica, que no sé si será militar, consistente en callar, hablar y después disculparse. No he entendido la estrategia, debe ser de última generación.
Otro demostrativo ejemplo de silencio es el que asume mucha gente, a la que no le cuesta absolutamente nada decir ‘te llamo’, ‘te contesto’ o ‘ya te digo algo’. Creo que cuando pronuncian esas frases están pensando en lo que van a comer, porque nunca llaman ni contestan ni nada. Las utilizan sólo como un latiguillo y dejan a su interlocutor quizá esperanzado, animado, expectante. Aquí el silencio impuesto por una de las partes no es más que una forma de mentir, sin medir las consecuencias que ese compromiso entraña.
Esto lo hacemos constantemente, aunque en mi caso yo prefiero decir ‘a ver si nos vemos’, que es una redundante forma de dejarlo todo en manos de la providencia.
Contestar me ha parecido siempre un signo inequívoco de buena educación, de empatía. A veces sólo requiere una palabra, una palabra sola que para el que espera es un manjar. 
Así que, los silencios debemos reservarlos para situaciones en las que es mejor callar porque se evita polemizar, porque el interlocutor no se merece una opinión tuya o simplemente porque no se tiene un pensamiento claro.
Pero cuando se tienen responsabilidades, los silencios deberían estar vetados. Hay que dar respuesta al que espera, al que necesita, al que desea… Y es que, aunque esa contestación no sea positiva, al menos te dejan el camino despejado para seguir. Después de conocer el caso de Zaida Cantera, que lleva años buscando solución, he comprendido al fin otra frase poco brillante pero que he oído mucho, hay silencios que matan.