jueves, 11 de octubre de 2018

Sentido y sensibilidad

Te acercas a una barra a tomar café, ese café en el que cada mañana pones toda tu confianza porque le atribuyes la energía y la claridad necesarias para sobrellevar el resto de la jornada. Llegas convencida, con prisas, porque sabes que se trata de una parada rápida, casi una interrupción, y te pides ese que, después de tantas catas es el que más te satisface, el que más cumple con tus gustos, porque para ser una bebida de rutina debe tener unas características tan concretas que más que un café parece la decisión de tu vida.
Sin embargo, a veces, el amargor del café no tiene que ver con la cantidad de edulcorante, ni con que la leche sea desnatada, esté ardiendo o el grano proceda de Colombia o Etiopía. Tiene que ver con el paisaje, el escenario en el que se sorbe. 
Y así, una mañana colocada en esa barra, que también es elegida aunque sin una reflexión previa, casi te rozas con un ser anónimo cuya espalda se encuentra con la tuya sin tocarse y cuyo rostro es absolutamente desconocido, un ser improvisado por el que no sientes curiosidad y, por tanto, no sientes nada. No obstante, aunque tu interés sea igual a cero, el hecho de que vaya acompañado de su perro impoluto e inquieto te obliga a prestarle una atención minúscula que se convierte segundos después en una inspección profunda y persistente hasta el punto de dedicarle este artículo.
Porque en mitad de ese café el perro se pone a ladrar con cierta desesperación; me sobresalta, pero con el susto en el cuerpo me doy cuenta de que su aullido estaba motivado por el paso de una persona indigente, algo destartalada, que no llevaba intención de nada más que de andar su camino.
La dueña, advirtiendo mi alteración, se disculpa y lo podría haber hecho diciendo un claro y rotundo ‘lo siento’, ‘perdona’, pero no. Prefiere soltarme un “es que es muy intuitivo, tiene un sexto sentido”. Debió entender que yo era de su cuerda, que yo sentía y pensaba como ella, que para mí todo el que presente un aspecto sospechoso o descuidado es un delincuente. No. A mí quien me da asco, habitualmente, son los que miran por encima del hombro, los que se creen mejores y no lo son, los que me adhieren a su bando sin preguntar.
El perro podría tener un sexto sentido, no lo pongo en duda, pero a costa del alguno/s de los que le faltaba a su dueña. Sentido y sensibilidad.