lunes, 30 de junio de 2014

Inútiles reverencias

Anoche estuve en la presentación de un colectivo cultural y saqué una conclusión que me gustaría compartir. (Por cierto, cuando me llegó la reflexión aún no había comenzado el ‘lunch’, de manera que estaba en plenas facultades). Yo, que en una larga etapa de mi vida (de cuyo nombre no quiero acordarme) he tenido que escribir discursos para políticos, preparar actos (consistentes en delimitar, por no decir vallar, el asiento del alto cargo) y realizar, con el cuidado y el ahínco que un poeta se tomaría su gran creación, la secuencia de un acto (abre fulanito, baja, sube menganito, saluda…), me sorprendo ahora de que en el desarrollo de un evento, cada interviniente comience sus palabras agradeciendo a tal político su presencia, su sola, exclusiva y única presencia, sea diputado ‘emérito’ (de los que ocupan escaño en agradecimiento a los servicios prestados al partido) o concejal a tiempo parcial. Pero antes de ese reconocimiento gratis, ‘porque él lo vale’, en cuanto llega ese cargo público al lugar de celebración se le recibe con cierta pleitesía, casi doblando el lomo, aunque le hayas pedido una subvención para llevar a cabo tu proyecto y te la haya negado. Si después, el acontecimiento incluye cóctel, se le sitúa en un lugar apartado, vip. Y veo impertérrita cómo se le ofrece, se le presenta a unos cuantos elegidos, se le pregunta si tiene frío o calor…y nos olvidamos de que es quién es porque nosotros lo hemos decidido. No es nadie tocado con cetro divino, ni obra milagros, ni es un cerebro privilegiado procedente de Oxford, ni tiene el poder para casi nada. Si no ¿cómo íbamos a estar donde estamos? Así es que mi reflexión es que cuando los ciudadanos dispensamos ese trato exclusivo estamos apartando al político de la normalidad, de lo común, de lo cotidiano. Tenemos parte de culpa de que estén tan alejados de la realidad, de la calle. Y no sepan lo que cuesta un café ni estén acostumbrados a pagar, e incluso pasen los tiques de los bombones que se comen. Dejémonos de idioteces y de falsas e inútiles reverencias, que duran lo que dura el susodicho en el cargo. Porque, eso sí, luego, cuando han dejado el puesto, si te he visto, no me acuerdo.

martes, 10 de junio de 2014

Los protegidos

No entiendo muy bien la reivindicación de aforamiento para el Rey. ¿Por qué tanta preocupación? Después de casi 40 años de reinado ¿es lo único, lo importante? Este tipo de discusiones pueden ser fútiles, completamente. Pero ¿y si no lo son? ¿Y si lo que motiva verdaderamente este nervioso entresijo es que existen indicios de una futura acusación? Bien, pues señores, la apertura de la sospecha es para mí más inquietante como ciudadana y como súbdita que el ocaso del bipartidismo, el ascenso de grupos izquierdistas, con lo que, por cierto, aunque aún no lo había compartido, estoy encantada; y la reclamación de la república, con la que no sé si estoy de acuerdo, pero sí que quiero un referéndum para que me dé la alternativa de decidir. La posibilidad de opinar es siempre lo que distingue a la democracia de lo que no lo es. En fin, a lo que iba, la inmunidad, el aforamiento y la protección de los representantes ciudadanos me resulta carca, incierta y maliciosa, además de clasista, ya que parece que su búsqueda entraña la coartada para salvaguardar a presuntos. Y en España, sólo, solamente, hay 10.000, entre políticos, jueces, fiscales… No digo que no sea necesario para aislar a determinados responsables con el fin de que se centren en su oficio, pero lo de a pajera abierta… Si es como todo, cuando existe cierta exclusividad en el privilegio, la posesión o la virtud uno se siente especial y único, pero cuando la globalización entra a saco no tiene ninguna gracia. Es curioso porque he visto a políticos que por el mero hecho de serlo se arrogan automáticamente ese halo de inmunidad de una forma salvaje, atropellada e irracional. Sabiendo como saben desde el minuto cero que su puesto es caduco, algunos fornican con su grado de protección como si no hubiera un mañana. Hacen y deshacen sin sutilezas, contratan de forma feroz, colocan y descolocan con la bravura de creerse indemnes porque se sienten intocables, y juegan como vándalos ausentes y alejados de la pobreza, el desahucio, la enfermedad y hasta la muerte. Invencibles e inmortales. Si de verdad todos fuéramos honestos, todos jugáramos a las cartas sin trampas, no existiría ninguna necesidad de protección. La protección sólo quedaría limitada al coito.

lunes, 2 de junio de 2014

El día de hoy

Un día como hoy, que te levantas por inercia y no porque haya una motivo que anime, te encuentras abocado a sobrevivir sin novedad, consciente de que será una jornada cualquiera, de las muchas, muchísimas, que pueblan una vida y, sin embargo, con esa percepción incrustada, vas tirando como un autómata sin esperar, ni siquiera desear, nada. Y de pronto, un Whats App, que dice ¡Rajoy hace una comparecencia pública! Y entro en Twitter y leo que se trata de anunciar la abdicación del Rey. Minutos después el presidente del Gobierno lo confirma. Y ya está, este día cualquiera, normalito, se convierte en una fecha histórica, de esas que los escolares tendrán que memorizar dentro de nada. A continuación, mientras se digiere la noticia, comienza a pedirse un referéndum para que los ciudadanos elijan qué quieren a partir de ahora, se reivindica la república y se convoca una manifestación para reclamarla. De pronto pienso en mí, en lo que yo quiero, y no sé. No sé si aceptar a pies juntillas que el Rey abdique en su hijo o unirme a la república. Y, de pronto, la tranquilidad asociada a un día aburrido y tonto se torna en inquietud por no dejar pasar la oportunidad que me brinda la vida de opinar y de opinar con convicción y con argumentos. Sea lo que sea, ya hoy no es un día de los que pasan y se olvidan. Y me alegro por ello.