sábado, 12 de noviembre de 2016

Consumidores






Como todo el mundo está hablando del triunfo de Trump, preguntándose por qué, llorando por las esquinas, asemejándolo con otros éxitos incomprendidos, incluso absurdos para la mayoría; por ejemplo, el Brexit en Inglaterra o el ascenso de partidos xenófobos en Europa, y como a mí me gusta salirme del redil, aunque esté perfectamente capacitada para estar dando la murga con el temita, hoy voy a romper una lanza por todos los ciudadanos en general, los capaces de votar a Trump, al Frente Nacional francés, a partidos corruptos e incluso a los más honestos (por si hubiera alguno). Todos en el mismo saco, aunque, claro está, no se parecen y algunos tienen más delito que otros.

A ver, llevo una racha que ya presiento un complot internacional contra mí que, para bien o para mal, no soy nadie influyente o con poder. Y es que no es concebible que esté en guerra con tantas empresas sin buscarlo ni pretenderlo. Llevo tantas trifulcas acumuladas que ya no sé si estoy reclamando una comisión bancaria a la compañía telefónica o un móvil nuevo a mi caja de ahorros. Y lo peor es que no me dan tregua. Estoy por meterle un palo a un trozo de sábana blanca para hacerme una bandera y firmar mi rendición. Pero no, pero no porque no me dejan un minuto de paz. En cuanto, me digo, “bah, no merece la pena”, viene algún listo y me vuelve a calentar.

La última fue con esa compañía que te regala hasta un piso en Marbella si contratas con ellos. Cuando voy a cumplir la permanencia, una artimaña sacacuartos propia de timadores callejeros, me llama para ‘regalarme’ la fibra óptica y así atraparme un año más, cuando la verdad es que yo no tenía previsto abandonarles... aún. Diez meses después me vuelve a llamar para informarme de que tengo que pagar aquello que me ofrecieron de manera gratuita, a razón de 30 euros al mes. Le monté tal pifostio que aún estoy afónica. Claro, la empresa juega al si cuela, cuela. El cabreo me duró días, con sus noches, las mismas que dejé de ver ‘El hormiguero’ porque su presentador me recuerda mucho, muchísimo, a mi compañía, ex compañía ya. 

Lo curioso (creo que están todos compinchados, de hecho, los teleoperadores tienen todos el mismo acento) es que a los diez minutos otra empresa me propone una nueva ganga. Pero claro, lo cierto es que le he dado tantas vueltas a las telefónicas que ya me tienen fichada y a la hora de contratar no puedo hacerlo con mis datos, así que casi les di los del perro para poder beneficiarme de la oferta como cliente nuevo. Reconozco que hubo un momento durante la contratación que ni sabía cómo me llamaba ni dónde vivía por evitar repetir datos. Pues nada, me han tenido con el proceso de portabilidad más de una semana, sin teléfono, sin internet... Mira que lo dice mi madre, “de molinero cambiarás, pero de ladrón no escaparás”.

No obstante, antes de esta tuve otra del mismo nivel con una cadena de electrodomésticos, que me dejó sin teléfono durante un mes y medio. Acudí a las oficinas del consumidor, presenté reclamaciones y los puse verdes en las redes sociales. Sí, todo eso, que no sirvió para nada, porque yo estuve sin móvil todo el verano. La recompensa fue que de los más de 300 euros que me pedía por la reparación, me salió gratis y me pidieron perdón. Algo es algo.

Y las he tenido con empresas eléctricas, con bancos (mis preferidos) y hace un rato con un bar que se ha empeñado en cobrarme 2,50€ por un sobre de manzanilla y otro de poleo en un vaso de agua hirviendo. Vamos, ni que el agua viniera de un glaciar de Groenlandia traído en peregrinación.

Todo esto ocurre porque no reivindicamos nada, porque lo perdonamos todo. Protestar quema mucha energía pero de otra forma tenemos lo que tenemos, un planeta que gira cada vez más endemoniado y más perturbado. 

Por tanto, consumidores del mundo, no importa a quién votéis, pero al menos luchad contra el pillaje, la estafa y los caraduras, y algo cambiaremos de este mundo incomprensible.