lunes, 26 de octubre de 2015

Impunidad

Atención, pregunta: Con la investigación por supuestos cobros del 3% de comisión por parte de Convergència  en Cataluña ¿cuántos casos de corrupción llevamos ya en este país (que aún está entero)? La pregunta da para una respuesta infinitamente larga y con demasiadas variables sobre, qué partidos, cuántos políticos, en qué comunidades… Se puede incluso obtener datos de los protagonistas atendiendo al sexo, origen familiar, lugar donde cursaron estudios. Fascinante.
Y quizá, después de un extensísimo estudio, descubramos que no hay conclusiones generales ni denominadores comunes, sólo que han contado con un aliado imprescindible y extraordinario: la sensación de impunidad. No encuentro otra motivación, estímulo o razón para esta epidemia que se extiende salvaje.
Es curioso que todos los casos de los que tenemos noticia señalan a personas económicamente solventes. El ejemplo más claro es el de Rodrigo Rato. Como no se me ocurre una minúscula explicación para que este hombre, rico de cuna, se haya aprovechado, supuestamente, de sus puestos de responsabilidad, algunos de carácter internacional, y se haya forrado, he empezado a especular con teorías muy locas, como por ejemplo: ¿y si todo esto responde a una demostración empírica para algún organismo internacional sobre el tiempo y la cantidad que uno puede estar llevándoselas  sin que nadie se entere?, o se trata de un caso grave de ludopatía y se juega al bingo el infinito y más allá, o quizá es que sea víctima de alguna mafia rusa. Puede ser también que sea un Robin Hood que, como tal, pretendía repartir entre los necesitados. Tal vez lo hizo por venganza a su partido al no conseguir ser candidato a la presidencia, o podría ser que no soportara más a su familia y la única forma de perderla de vista era con una detención… Yo qué sé.
Y mientras nos enteramos de todos estos procesos, salta a la palestra Messi con todos sus balones de oro y una denuncia por fraude. Y tampoco entiendo la motivación, como no sea que en su país natal los cálculos se hagan de otra forma o que está hasta los mismísimos de que Hacienda se lleve un buen trozo de su pastel.
Sigo pensando que todo esto debe responder a ese poderío, esa sensación de impunidad, de sentirte invencible o intocable, porque si no, es difícil comprender que uno pierda tanto la cabeza, cuando además todos los días se están dando a conocer nuevos casos. Debe ser que hay muchos que se escapan y por eso merece la pena. Pero cuando te pillan con las manos en la masa, la pérdida es mucho mayor que todo el dinero logrado, desde el estatus hasta el prestigio y la invalidez para volver a ser lo que se fue. Y todo por un dinero que no se necesita para vivir aunque, a veces no se trata ni de eso. A veces el simple hecho de obtener un alto puesto o posición, incluso por méritos propios, ciega tanto que se pierde el norte y la noción de lo que es íntegro, justo, honesto, responsable… y se coloca a amiguetes utilizando concursos públicos para obtener un nombre ya elegido de antemano, como parece haber ocurrido en la Universidad de Cantabria y como pasa todos los días en todos sitios, incluida esta Región de Murcia, o te da por quitar multas a los afines o te da por manipular la información de una televisión pública para que te saquen siempre guapo.
En fin, suma y sigue. Ojalá llegara el momento en el que pudiera escribir o reflexionar sobre temas que no estuvieran relacionados con corrupción y prevaricación, pero son malos tiempos en esta tierra para la lírica.

sábado, 3 de octubre de 2015

Mentiras

He descubierto que mi champú tiene extracto de higos y es revitalizante, hidratante y no sé cuántas cosas más. Pero es mentira, como casi todo lo que vemos y oímos, como casi todo lo que nos venden.
Yo creo que es fácilmente justificable que alguien que quiera hacer negocio exagere las cualidades de su producto, eso forma parte del marketing, pero de ahí a otorgarle propiedades medicinales, pues no. Pero lo mejor es que todos estamos vendiendo siempre algo, incluidos a nosotros mismos. Por tanto, mentimos mucho.
Algo así debe haberle pasado a Volkswagen, que menuda ha liado por ocultar las emisiones contaminantes de sus vehículos. Si es que con tanta mentira, ya no te puedes fiar de nadie. El fraude está en el aire. Nunca mejor dicho.
Pero además, los últimos días y semanas estamos asistiendo a un bombardeo brutal de noticias relacionadas con las elecciones autonómicas en Cataluña. Otra mentira. Esas elecciones sólo han sido un sondeo para contar independentistas. Bueno, al menos ya han tomado el pulso unos y otros, y sabrán, aunque tengo serias y verdaderas dudas, por dónde tirar. Lo tremendo es la gran movilización ciudadana que una mentira puede desencadenar y lo fácilmente manipulables que somos los seres humanos, quienes acudimos en manada a votar tras campañas electorales, todas diseñadas y construidas sobre mentiras, con la esperanza de mejorar nuestra sociedad.
Y, hablando de bombardeos, el de Rusia a Siria estará, seguramente, inspirado y motivado en otras muchas mentiras. Algún día, alguien podría dedicarse a contar los muertos producidos por ataques en busca de terroristas. Nos engañan con miserables excusas para ocultar verdaderas razones, nunca cimentadas en el interés de los ciudadanos. La mentira es más fuerte y siempre gana.
Mientras tanto, los sirios huyen en bandada y de forma desesperada de un país arrasado. Ahora que los rusos han intervenido, nadie debería dudar de los motivos de este éxodo tan sangrante.
Yo nunca he creído que la decisión de abandonar tu país en guerra, arriesgando la vida de tus hijos sea frívola, caprichosa y alegre. La imagen de aquel pequeño niño ahogado en la orilla de una playa turca es suficientemente fuerte e impactante como para entender la desesperación. No hay palabras que la expliquen mejor que la soledad de Aylan Kurdi ahogado. Yo también cruzaría mares y desiertos en busca de una vida mejor, aunque esté en un mundo lleno de mentiras. Los únicos que en estas circunstancias no mienten son los húngaros, quienes han mostrado al mundo el generoso, solidario y gran pueblo que son. Yo aquí hubiese disculpado y admirado la mentira de hacer creer al resto de Europa que levantar muros contra los refugiados era para evitar las riadas.
Y una última mentira más, la de la Ley gallega de Muerte Digna, que no sirve para nada, que no está ayudando ni apaciguando la pena de Andrea y su familia, que desean acabar con el sufrimiento de doce años. Terrible decisión, desde luego, pero si existe la ley, debería cumplirse, para que no pase como aquella de ‘memoria histórica’ o la propia Constitución que establece el derecho a trabajo y vivienda digna. ¡Cuánta mentira!