domingo, 31 de diciembre de 2023

Alegría

Asistí hace unas semanas a la presentación de la revista La Madeja, monográficamente dedicada a la alegría, un temazo. Y, como no dejo nada quieto, sobre todo los pensamientos, reflexioné sobre ese estado en el que, como bien se dijo, no se tiene demasiada consciencia. Lo vives como si nada, y es cierto que la alegría, para mí muy relacionada con el bienestar, es lo natural, es volver al estado original, como una prenda recién planchada tras sacarla de la secadora.

Así que en esta reflexión comencé a enumerar un listado de esos momentos que son de alegría para mí y, por tanto, de bienestar. Unos son excepcionales y otros, la mayoría, de andar por casa: la comida familiar para celebrar el 80 cumpleaños de mi padre, acompañar a mi madre, como cada año, en el proceso de elaboración de tortas de recao y cordiales, tomarme una cerveza, soltar una carcajada con mis hijas o con los compañeros de trabajo, ver una serie o película con un buen guion (y dependiendo del día con guion malo), una ducha de agua casi hirviendo, quedarme en la cama en invierno y satisfacer todas mis necesidades fisiológicas.

Por tanto, el amor podrá estar en el aire, pero lo que verdaderamente pulula a nuestro alrededor, e incluso nos persigue como una sombra (pero de las buenas, de esas tan demandadas con cuarenta grados), es la alegría. Y no, no hace falta que sea Navidad, ni la fecha de tu cumpleaños, la alegría está en los gestos, en los pensamientos, en las miradas... No necesita planes ni calendario, pero es más habitual rechazarla por cercana, como quien deja de visitar el mar porque, al estar ahí al lado, ya irás en cualquier otro momento, o al apartar a quien más nos quiere porque, total, es de confianza y siempre perdona.

Por otro lado, una de las ideas que me ha aportado este número de La Madeja, revista feminista, es que la alegría procede de fuentes distintas según qué personas y, sobre todo, según qué edades. A las mujeres entradas en edad, el motivo de la alegría es levantarse sin un dolor, para otra puede ser tener todas sus facturas al día o quedar con un grupo de amigas para echar unos bailes o simplemente soltar unas risas.

Sin embargo, hay tantas razones para alegrarse a cualquier edad y en cualquier condición, incluida la religión que practiques, que resulta raruno que brote sin parar, como una fuente natural. Quizá sea, y esto ya son cavilaciones mías, que los problemas, las obligaciones, los compromisos y las tristezas tienen más peso o son más largas, como la sombra del ciprés (otra vez la sombra).

Por ejemplo, a mí me da alegría escribir sobre esto, por eso he decidido darme el gusto, porque darse gusto es una posibilidad que siempre está ahí y que, también siempre, da alegría. Sí, me da alegría la Navidad, pero sólo su anuncio, luego es todo exageración, gula, consumismo. 

Sin embargo, también creo que la alegría se despereza todo lo grande que es cuando se apaga o la tapa lo externo. A veces es únicamente una chispa que no enciende cerilla, otras hace lumbre; en cualquier caso, para encontrártela hay que estar siempre alerta, con todo abierto.

Así que hoy, último día de 2023, deseo mucha alegría en cualquiera de sus formas y apariciones, pero sobre todo, mucha consciencia para que no se escape ni esa chispa.


jueves, 30 de noviembre de 2023

Un amor

Hacía tiempo que una película no llenaba todos mis sentidos como Un amor, de Isabel Coixet. Es cierto que había predisposición, tenía decididos deseos de ir a ver este largometraje y eso que el libro me dejó una inquietud y una rabia que, si hubiese podido, habría entrado con armadura en las páginas.

La directora nos ofrece una visión, versión, lectura más dulcificada, que yo, después de transitar por el lado oscuro del texto de Sara Mesa (que es muy bueno), agradezco como el reo que celebra el indulto (no se me ocurrirá utilizar la palabra amnistía).


La película está llena de imágenes bellísimas pese a la soledad, decadencia, ruina y brutalidad que encierra. Eso sí es arte: transfigurar la fealdad del mundo, sin ocultarla.


La protagonista, Nat, que interpreta (y no me imagino a otra actriz mejor) una Laia Costa pulcra, pese a la suciedad de la desolación y los escombros, huye, se esconde, de su propio mundo, cuya tragedia le agrade, y no le importa el grosor de la multa que tenga que asumir por ello. Precisamente, es esa asunción apacible lo que yo no perdonaba como lectora.


También, con esta película, reflexionas sobre este vicio tan común de aferrarnos a un amor, a una amistad o a una lealtad que no merecen la pena por lo que sea. Deberíamos soltar amarras, dejar que se derrame todo, aunque duela, aunque te desangres y luego a seguir. Igualmente, no hay que conformarse con media caricia o con un medio amigo porque sientas que no hay nada mejor o, peor aún, porque pienses que no te lo mereces.


Nat cree que no puede elegir, coge lo que se le ofrece como única posibilidad, quizá porque es demasiado consciente de que hay otros sufriendo atrocidades verdaderamente descarnadas y ella, rodeada de goteras y cascotes, de seres superficiales y salvajes, es una privilegiada. Entonces, opta por castigarse con un hogar mísero, con los ataques de un casero misógino y vil, con la ferocidad de sus congéneres a quienes sólo les mueven instintos primarios, hasta el punto de que juegan con el trueque en las cosas del querer, y con un perro de pasado cruel.


Los libros te permiten crear imágenes libres de lo que lees, fantaseas con la cara de los personajes, ves con detalle paisajes lejanos y te trasladas a las escenas como un voyeur invisible. Es una experiencia tan íntima y tan autónoma que siempre creo que las películas acotan, empequeñecen e incluso contrarían tu perspectiva. No obstante, en este caso, Coixet hace una traducción esclarecedora del lúgubre mundo de Nat, que yo representé durante la lectura de Un amor, y lo agradezco. 


Me gustan de la película la casa inhabitable, el incesante sonido a lluvia y viento, los huecos arenosos de los azulejos caídos y la maravillosa banda sonora, incluso el par de toques folklóricos. Igualmente, me ha resultado un gran acierto incluir como personaje la voz del trabajo de traducción.


No digo más. He sufrido con Nat (en el libro y la película) y he bailado con ella y me he vengado con ella (en la película), me he intentado poner en su lugar aunque me ha costado entenderla, pero al final es todo cuestión de amor, y no tanto de amor al prójimo, como a uno mismo. El film te inspira todos esos amores que podemos experimentar, empezando por el propio.


Recomendable película y, por supuesto, el libro. No hay incompatibilidad, es sólo amor, un amor.

sábado, 7 de octubre de 2023

Incendios

Un incendio y trece muertos. Arde todo, las discotecas, los teléfonos, los ayuntamientos, las redes, los tertulianos, los medios de comunicación, la opinión pública y la tristeza. La tristeza echa chispas que no se apagarán. Trece hombres y mujeres, padres, madres, hijos, sobrinos, amigas... muertos. Y las cenizas encendidas, las brasas incandescentes, mientras se sofoca el fuego que lo ha arrasado todo. "¡Qué mala suerte!".

Y antes del entierro, la culpa. "No es culpa mía", "yo no sabía", "yo no he sido". Pero "cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie" (Concepción Arenal). Da igual a quien señales, los muertos no vuelven, aunque estén presentes. Sin embargo, algo queda. El escritor Stefan Zweig dijo "ninguna culpa se olvida mientras la conciencia lo recuerde". La conciencia y el amor de los suyos les mantendrá sonrientes, porque estoy segura de que lo último que se desengancha de la memoria sobre un ser querido es su risa.

Trece víctimas (qué horror ser una víctima con la de papeles que podemos desempeñar). Trece personas con nombres y apellidos. No más cumpleaños ni fiestas. Trece, y cientos de lágrimas, un océano entero, el mismo que los separaba de sus orígenes. Dolor, infinito dolor.

Ha habido, hay, miedo al fuego, al humo, a la vida que trae incendios y escombros. Y preguntas, miles de preguntas que empiezan con un por qué y siguen con un cómo. “¿Cómo ha podido suceder? ¡si esto es el primer mundo!”

Y más interrogantes y más miedo. Las hogueras siempre dejan rescoldos. "Esto me podría estar pasando a mí". Vivir es un milagro. Escapar de los incendios de la vida es sólo cuestión de suerte. Nadie está a salvo siempre en ninguno de los mundos conocidos.

jueves, 31 de agosto de 2023

Pueblos

Ante esa propensión y tendencia a surcar los mares en vacaciones, obsesionados a partes iguales por absorber lo desconocido y por aprehender con el móvil cada roca, cada iglesia y cada playa a un ritmo enloquecido, yo apuesto por emplear el tiempo de asueto en el pueblo, el destino que desdeñamos con una simpleza aderezada de esa iniquidad absolutamente desproporcionada.

Podemos argumentar que el pueblo lo tenemos muy visto o que en el pueblo te aburres, y sí, pero no. Es verdad que conocemos al dedillo cada calle, hasta casi cada portal y, sin embargo, pasamos por alto detalles que hacen único el lugar y que incluso nos descubren quienes no son de allí. Es verdad también que las noches son para tomar el fresco en la puerta o un polo (que no un helado) y poco más. No obstante, la tranquilidad y el silencio, las sombras de callejuelas tomadas por mecedoras y macetas y la sencillez de los paisanos bien valen una estancia que favorezca la recuperación de la quietud o del bienestar, de las horas pausadas y de los atardeceres autóctonos y silenciosos, sin aplausos ni fascinación como si fueran un acontecimiento esotérico o la reaparición del cometa Halley (al que, por cierto, se le augura llegada para 2061).

Aparte de todo esto, el pueblo te regala estampas como postales de los principales monumentos del mundo. Por ejemplo, entro a un bar que huele a bar, a bar antiguo. Me recuerda a la bodega de la esquina de la calle de mis abuelos, olía a tonel no a vino, a tonel. Exhibe botellas de Marie Brizard y de Ponche Caballero, ventilador de techo y San Pancracio sin perejil. Falta el eco de la canción "Ya no puedo más", pero hay foto de Camilo Sesto en una de las paredes. Lo que resuena con cierto estruendo es la televisión a la que nadie hace caso. Suelo de terrazo y parroquiano con palillo en la boca. Es un paisaje completo. El bar se llama Loba, que es el nombre de un animal que en femenino no me suena denigrante, sino a pasión, a fuerza, a lucha.

Inciso: este país es sus bares, sobre todo los de antes, que son los que resisten en los pueblos, los de las peladuras de las gambas bajo la barra. Son los lugares donde la única fusión que se produce es la de los clientes agarrados después de tres vinos. Son lugares donde resisten las cintas de espumilla roja de una Navidad a otra. Son los bares del aperitivo familiar dominguero, después de misa, el espacio de la tertulia improvisada porque a uno le ha dado por compartir su opinión sobre política o, principalmente, sobre fútbol (¡lo que habría dado de sí el tema Rubiales!). En fin, son bares de muestrario completo en la barra y de listado de platos de memoria del camarero. Nada de carta, como mucho una hoja plastificada con los combinados donde no faltan la lechuga, el huevo frito y los calamares a la romana. Son las mismas fotos en todos los bares con los mismos 'tenedores'. Aunque eso sí, la cocinera (casi siempre una mujer) le da un sabor tan hogareño que te hace mojar hasta la cenefa del plato.

Pero en el pueblo, los establecimientos en general tienen su propia singularidad (y esto también debería ser reconocido como patrimonio universal). Si vas al estanco a las once de la mañana es probable que la señora responsable no haya abierto aún porque ha decidido limpiar la casa y hacer la comida antes de atender al público, e incluso si te pasas por la droguería, la señora (todas son señoras) te puede pedir que esperes a que se seque el suelo para que no le pises lo mojado. Y así unas compras de media hora, porque están todos los comercios en la misma calle, pueden durar mañanas enteras. Reconozco mi asombro, pero me adapto y me doy cuenta de que es el pueblo el que dicta los ritmos, el que obliga a la calma como si te abrazaran hasta que se te pasara el estrés, la ansiedad o lo que sea que traigas. En los pueblos, es donde realmente se descansa y donde hay fotos para enmarcar. El año que viene, me quedo en el pueblo.

lunes, 31 de julio de 2023

Verano

Ante el inevitable renacimiento de agosto, con julio ya cargado sobre nuestras vidas, he de decir, que ya he tenido verano para varios años. Insoportable, soporífero, angustioso, asfixiante, invivible... todo eso y mucho más.

Las calles, y la ciudad en general, son tan inhóspitas que me siento obligada a estar enclaustrada. No es un confinamiento voluntario. Como en pandemia, es forzoso si quieres conservar el poco aliento que te queda.

La insolación y la humedad hacen una pareja malvada en estos días, cuando la piel sólo tiene un estado, el pegajoso. Da igual que tengas el mejor bronceado, ya no invita al abrazo. De hecho, agradeces no encontrarte con ningún conocido que haga tiempo que no ves para no tener que pararte a pleno sol o besarle. Igual que en pandemia. La calle te expulsa y te ahuyenta, te da miedo y también grima. Hay, por tanto, muchas similitudes (salvando las distancias) con aquella etapa no muy lejana del covid: No acercarse a nadie (en esta ocasión para no contagiar el calor de tu cuerpo y evitarle la infestación que ya traen otros) y confinarte hasta que pase la ola, si es que te da tregua la siguiente. 

Antes, lo recuerdo bien, la canícula favorecía noches de fresco y mañanas de relente, pero en estos tiempos la hora del sudor no está acotada, en cualquier momento, eres una persona chorreante que no soporta ni la ropa ni a sí misma; es más, te entra hasta mala leche por la reducción de la movilidad y de las ganas que conllevan estas temperaturas. Te carcomen cualquier deseo de levantarte de debajo del chorro del aire acondicionado o del ventilador al que pones en modo estático porque no estás dispuesto compartir esa brisa cálida con el resto de la estancia, aunque tengas compañía. 

Vivimos en esta estación cruel agazapados, deseosos por contemplar cómo en el programa del Tiempo el mapa del meteosat nos confirma que ha caído la temperatura, aunque sea un único grado.

Este tórrido verano, excepcional, aunque promete repetirse los próximos años, impone una forma de vivir, que aniquila costumbres tan ancestrales como tomar el fresco en la puerta con los vecinos o ir a tomar un helado al caer la noche, y se convierte en odisea hacer la compra a cualquier hora, incluso veranear en la playa. Todo es antipático. Se instaura, por tanto, una nueva forma de enfrentarse al estío. Creo que habrá que empezar a cogerse vacaciones en noviembre o febrero, que los comercios abran a las ocho de la mañana o antes para poder ponernos a salvo en las horas de más calor e incluso que los trabajadores que están al aire libre se tomen vacaciones como los profesores. La otra opción es que sigamos construyendo junto al Mar Menor, abramos los puentes al tráfico y concedamos las competencias en medio ambiente a los negacionistas y, ya puestos, lancemos el plástico al océano ¡qué más da!, el que venga detrás que corra.

Por mi parte, estoy mirando parcelas en Alaska y, al mismo tiempo, intentando ponerme en contacto con el primo de Rajoy para que me niegue otra vez el cambio climático pero esta vez sólo para poder darme algo de calma.

jueves, 29 de junio de 2023

Escabechina

Hay un movimiento bastante dramático a consecuencia de unos resultados electorales que pasa desapercibido en la calle aunque sea muy sonado dentro de las instituciones que acaban de conquistar los ganadores de esos comicios: los ceses y también los traslados de personal.

Quienes se llevan la peor parte son los llamados eventuales, los de confianza, siempre en la cuerda floja, pendientes de que el político de turno les perdone la vida... laboral. No obstante, los eventuales no son las únicas víctimas; cuando llegan los nuevos, aunque sean viejos y huelan a rancio como el tocino escondido en una esquina del frigorífico, hasta los funcionarios tiemblan y los traslados se realizan, como tantas otras decisiones, de forma arbitraria. 

Por contra, se producen nuevas contrataciones de personal (de momento, encantado de la oportunidad) mientras acercan a los gobernantes entrantes aquellos funcionarios que no se han mojado mucho con los anteriores. Y así, cada cuatro años, más o menos. Da igual incluso que ganen los mismos. 

Por tanto, en manos o cerca de los ganadores, el cambalache se hunde y la escabechina es inevitable. Las razones suelen ser entre idiotas y abusivas, porque la mayoría de las veces es por cuestión de confianza, que se evalúa sobre un único medidor: haber trabajado profesionalmente con los rivales. Así, sin más. Es cierto que hay escabechinas dentro del mismo equipo, pero de esas ya hablo en mi libro y son de otra estirpe (baja estirpe). 

Los hay en un gran porcentaje que son profesionales que saben de lo suyo, aunque hay una porción que llega ensoberbecida y sólo sirve de loa al amado líder, quien necesita el aplauso para arrancarse, como un flamenco por soleares. Aportan poco y enredan mucho, pero los partidos tienen que pagar los favores de ensobrar votos y pegar carteles durante la campaña. 

Estos no me dan ninguna pena cuando llega su cese que, ojo, siempre llega, pero hay profesionales con muchos años de trabajo que, de pronto, en no pocas ocasiones, la camarilla del nuevo líder decide poner de patitas en la calle pasándose por el arco de triunfo los méritos y los currículum. Son de usar y tirar, como los platos de plástico tras un festín. Además, el eventual es un personal del que no se ocupa ningún sindicato y sus años de servicio no computan en ninguna bolsa de trabajo. Creo que se entiende que si desempeñan su labor al lado de un alto cargo ya ostentan privilegio suficiente y que no es necesario tener algún derecho. Por tanto, ser elegidos un día es una trampa que puede durar décadas. Así que hay platos de comida que salen muy muy muy costosos y para colmo te pueden dar diarrea.

En fin, suerte a los cesados (no para todos, alguno se lo habrá ganado a pulso), a los trasladados, a los derrumbados... y para quieres acaban de llegar ¡cuidado!, está visto y comprobado cómo termina esto. 





domingo, 21 de mayo de 2023

No te voy a votar

No te molestes en lanzarme sonrisas ni en abrazarme. Te lo puedes ahorrar, igual que todas esas promesas de millones que anuncias con tanta facilidad. No me excitan nada. Ya no me engañas.

No te voy a votar aunque me prometas vivienda, trabajo y hasta vacaciones en un resort con masajista incluido o aunque me adviertas del peligro de votar a los otros.

Vístete con chaqué o ve en mangas de camisa, sométete a una limpieza dental para lucir más blanco en los carteles o cámbiate el peinado, disfrázate de lo que quieras, a mí ya no me la cuelas, y rodéate de palmeros, de muchos, de todos, que te aplaudan a rabiar en los mítines aunque luego en tu misma espalda se reirán de tu mediocridad mientras esperan compensación si pillas cacho. 

No te voy a votar porque hoy me hablarás de igualdad y mañana eso mismo te dará igual, como la conciliación o los derechos de los trabajadores o la transparencia en los procedimientos. Todo es mentira en tu boca.

No te voy a votar porque no tendrás ni la osadía ni el carácter para imponer el interés de tu gente a tu partido, aunque se equivoque, aunque lo sepas. Eres igualito que el spam de mi correo, que me ofrece paquetes que no he pedido y donaciones de millones de dólares. Tienes para mí la misma credibilidad.

No me regales un boli con tus siglas, aunque me vaya durar más que tus promesas o tu responsabilidad o tu coherencia, y por eso no quiero nada que me recuerde a ti.

La propaganda que me mandas es un residuo maravilloso que deposito con satisfacción en el contenedor azul. No te molestes en hacer campaña por mí. Ni me saludes en un mercadillo semanal ni intentes besarme. No me regales pulseras de tela o abanicos con tu logo. No te voy a votar. Lo tengo claro. Ahórrate el gasto y el esfuerzo que te suponga intentar convencerme, te he visto en el campo de juego y no sabes darle al balón. 

No te voy a votar porque sé que no sientes lo que dices ¿cómo lo vas a sentir si ni una de las palabras que pronuncias es tuya? Todo te viene escrito. Eres un ventrílocuo que mueve la boca al son del apuntador de turno. Puro teatro. Así que no, no te voy a votar, no malgastes tu tiempo ni me hagas perder el mío.

Dedícate a quienes aún crean. ¡Benditos sean!, ¡qué maravillosa inocencia seguir teniendo esperanza en aquellos que tantas veces te han decepcionado! Yo me rindo.

No me convences y ya me han decepcionado otros como tú, con sus peroratas y sus frases bonitas en busca del aplauso fácil. Pero me cansan tus payasadas en los debates políticos, que abuses de las instituciones para tus ocurrencias y acusaciones hipócritas.

No obstante, tú disfruta ahora porque ya sabes que cuando todo esto acabe, que acabará, nadie te aplaudirá, nadie te reconocerá y finalmente nadie te recordará.

jueves, 27 de abril de 2023

Desencanto

No sé qué ocurrirá en las próximas elecciones. No me fío de encuestas (lástima de trabajo) ni del optimismo de los candidatos pero sí de lo que escucho en la calle. Y me preocupa. Me llegan opiniones a borbotones, sin buscarlas y es descorazonador. Ejemplo de ello es cuando hace unas semanas me tomaba mi café en una terraza soleada, sola, y una pareja joven con un bebé hablaba de una convocatoria de ayudas que, textualmente, sólo iba a beneficiar a catorce, “son ayudas que sacan para ellos y los suyos”, decía él refiriéndose a los gobernantes, demostrando así una absoluta desconfianza en las instituciones y en quienes las gestionan. Hablaban para quien quisiera escuchar, sin temor ni complejos, y me dio tristeza no por la poca fe (los descreídos y ateos son cada vez más frecuentes), sino por la poca esperanza en una sociedad mejor y en la posibilidad que abre unas elecciones de cambiarlo todo. La dureza de sus palabras, su convicción y ese sentimiento de que no hay remedio contrastaban bastante con el hecho de haber traído un hijo al mundo.

Otro ejemplo fue con un joven de 22 años en la peluquería, quien me aseguraba que no iba a ir a votar. Me extrañó su apatía temprana y su neófito pesimismo “¿a quién voto?, no me convence nadie y tampoco leo lo que proponen”. Me topo con más ejemplos a diestro y siniestro (siniestro, nunca mejor dicho), que son como mantras y que dicen así: “son todos unos sinvergüenzas, unos corruptos, son todos iguales”. Ahí tenemos las primeras frases del nuevo credo, el credo de los ateos, el que escuchas en cualquier esquina, terraza, peluquería, parada de autobús o cola de supermercado, en la sala de espera de un centro cualquiera o entre dos personas que han salido a sumar los diez mil pasos. Y mientras tanto, en esas mismas calles, enfrente o al lado de donde se ora como en el muro de las lamentaciones están los carteles de los sonrientes candidatos ajenos a todo o pasando de todo, con sus propios credos que nos persiguen e incitan a votar. Están en las principales avenidas compitiendo entre sí pero de espaldas a la misma calle, ese lugar donde hay tanto descreído, resignado, pesimista… que no cree en los políticos pero tampoco cree que puedan cambiar la política ni la inercia que tanto critican.

Yo sí iré a votar, después de ahuyentar la tentación de no hacerlo aunque tampoco sé a quién votar y mis razones son para otro artículo. No obstante, tengo amigos y conocidos, que han estado en primera línea reivindicando derechos y libertades en momentos poco favorables, que me han asegurado que no lo van a hacer. Y luego están los jóvenes que se estrenan ante la urna, algo que para mí fue un momento señalado, pero a ellos les da pereza ¿Ya?, como hacer la cama o recoger la habitación. Nadie lucha contra la desafección ni el desencanto, y los jóvenes, que son quienes están menos maleados, quienes tienen más ímpetu y empuje, vienen cansados de serie. No puede ser, no es lógico que les ocurra esto cuando no han vivido lo suficiente para ser víctimas de la decepción. Mi hija vota por primera vez, sus amigos, también. No tienen entusiasmo alguno, no les inspira ni una pizca de curiosidad. Y sus referencias son muchas veces lo que oyen en la calle, esos mantras más creíbles que erróneos. Y sí, me da tristeza, mucha, que no encuentren alguien que les atraiga aunque después les decepcione. Una pena.

Cada uno que haga lo que quiera, yo no voy a dar lecciones de nada, pero no deja de sorprenderme y desconsolarme la inmensa división existente entre todos los descreídos de la política y quienes la practican, unos en el polo norte y otros en el polo sur, distantes y contrapuestos, tan de espaldas, con objetivos distintos, lenguajes distintos y, por supuesto, oraciones distintas.

Yo, como no soy mucho de rezar, por si acaso, me consolaré con un dicho que me gusta mucho: ¡Que el señor nos pille confesados!

miércoles, 8 de marzo de 2023

Violaciones

8M, de nuevo aquí; en este punto, en esta ubicación que Google Maps no encuentra porque caminamos hacia la igualdad sin peros, entera, completa, que aún no existe. 

Otro 8M con mujeres de todo tipo gritando, reivindicando entre pancartas y lazos morados, que queda recorrido, aún un largo viaje, ya emprendido y de no retorno.

No obstante hoy, quiero ponerle a esta jornada el nombre de una mujer que no hace mucho me contó la violación sufrida y cómo su vida ha sido trastocada, vapuleada:

V nos recibe amable, de apariencia serena, de postura segura, pero se desmorona un par de veces. La animamos, la apoyamos, la abrazamos con palabras redondas que intentan envolverla, pero sin atosigar, otorgando a sus lágrimas el espacio que se crea entre nosotras. Es difícil, mucho. Toda su narración se llena de rabia, de esa rabia de no poder escapar de aquel episodio, de no haber podido evitarlo, de que seas una víctima. ¡Qué feo ser víctima, con la de cosas bonitas que podemos ser las mujeres! Esa condición nos persigue, nos paraliza y nos señala para el resto de nuestra vida. Hasta el final. Es tremendo.

Durante el encuentro, nos salpica la ira, la impotencia y las ganas desbocadas de un castigo completo, sin paliativos, al verdugo, al agresor, a ese cuya osadía se la da el cuchillo amenazador en la garganta de una mujer, de una mujer que es madre, que es hija, que es esposa, que es hermana, que es amiga y compañera, una mujer que es trabajadora y que nos dice con cierta desazón, "fíjate que yo ya pensaba que me había quedado fuera del mercado", en el sentido de que no se veía a sí misma como la mujer en la que se fijaría un violador, como si esa bestia tuviera raciocinio o cerebro. El abusador busca el sometimiento, el dolor, la rendición y la humillación. No va a por un hombre porque ahí se arriesga a que el doblegado sea él. 

V cuenta detalles, no todos, y la verdad, quienes la escuchamos no los queremos. Nos sobran los detalles. Se nos clavan sus palabras de seguridad durante la agresión: "mi hijo, mi hijo", porque se veía muerta. Creía que no volvería a besar a su pequeño.

Aún no sabe cómo sobrevivió al ataque, al primero que recibió aquel día, ya imborrable, incrustado en su piel y en su memoria como la marca en un toro rendido en mitad de la plaza tras el zarandeo, las banderillas y la estocada.

Escapó y tras el primer auxilio de personas anónimas, en la ambulancia recibió otra punzada, la de una sanitaria que le pregunta tras conocer los hechos: "¿y cómo se te ocurre ir sola por esa zona?",  como si se asumiera que tenemos espacios acotados, lugares prohibidos, comportamientos naturales vetados. Ojo, lo dice una mujer, y una mujer dedicada a cuidar y curar a los demás. Ese día no supo poner la tirita, ojalá no se haya vuelto a equivocar tanto.

En el hospital no se activaron los protocolos, no la reconocieron como es debido, no la aconsejaron. Nuevamente, la estocada. Ese día llevaba tres (como decía la canción Cruz de Navajas, de Mecano), la primera, la que más dolió y las siguientes fueron a traición porque se la dieron las personas que tras la agresión debían ayudarla, consolarla, debían empatizar, solidarizarse.

Pero aún quedaba la última, la que terminó de rematarla aquel asqueroso día. Esa fue en comisaría, cuando sentada en una triste silla en una penosa sala de espera con la carga de la repulsión y de la ansiedad, aguantó minuto tras minuto a ser atendida por la unidad especializada en delitos de agresiones sexuales. Entre la espera innecesaria y el alborozo reinante de quienes llevan en el uniforme la placa de seguridad y protección ciudadana, escuchó temblorosa por el susto y el asco un coro que cantaba cumpleaños feliz a un compañero. 

Vale que te topes con un desgraciado, ninguna estamos a salvo ni por edad, ni por religión, ni por ideología, ni por feminista, ni por raza..., pero que la sociedad que tiene que abrazarte para ahogar la rabia, la que debe curarte para que duela menos, añada tortura e incremente el calvario, eso es para no perdonarlo, es más, es para perseguirlo y castigarlo.

Un hombre que para dominar la voluntad de una mujer necesita un cuchillo o cualquier otro recurso (desde una amenaza o un grito hasta una pistola) no es un hombre ni siquiera una persona y la sociedad que no vuela por amparar a una mujer agredida tiene difícil un futuro, está condenada a la autodestrucción.

No obstante, V aún ha tenido que bregar con otra herida, que es la que a mí me causa casi más desazón, la que sufren tus seres queridos, esos que se han contagiado de tu dolor  y de tu pena, que no son víctimas en primera persona, pero sufren por esa hija, por esa esposa, por esa madre... y le piden que se recomponga, que no lo piense más, que no lo cuente. Quieren protegerte y sanarte para salir así ellos también del atolladero, sin embargo, a veces no tienen la cura que precisas y su aflicción te lastra. La entiendes, pero es lo que menos necesitas. Seamos también empáticos con nuestras víctimas, las de grado de consanguinidad.

Ánimo V. Saldrás adelante, yo te escucho, te entiendo y te acompaño. Donde haga falta.

viernes, 20 de enero de 2023

Libertad

Hace poco más de un mes me trasladé hasta el Centro Penitenciario Murcia II para dar una charla a un grupo de internos sobre periodismo y política. La invitación, que me producía cierta desazón y, al mismo tiempo, me atraía, me llevó a distintas reflexiones. La que más escalofríos me sigue dando tiene que ver con la libertad.
Los organizadores del encuentro me decían sin parar: es gente como tú y como yo. Con esto no tenía duda, pero me inquietaba tratar con personas que no tenían libertad como castigo a unos hechos cometidos, a unas decisiones tomadas. Y, quizá esa falta de libertad les impedía tener interés por lo que yo pudiera contarles o por mi forma de ver el mundo.
A continuación, pensé que la libertad estaba sobrestimada y terminé preguntándome si yo, de verdad, era realmente libre. Creo que nadie lo es. Estás sometido en mitad de todas las calles abiertas del planeta, estás limitado, constreñido, tal vez por miedo a perder, a veces simplemente a molestar.
Empiezas por no decir lo que piensas para no lastimar a alguien que probablemente sea peor persona que tú y que si tuvieras la libertad (y también la valentía) de pararle los pies quizá evitarías que fastidiara a otros. Sigues por no ponerte ropa demasiado descocada para pasar desapercibida, incluso, comes lo que te dicen que es sano o no engorda para mantener los cánones de belleza imperantes en la sociedad. Son tres ejemplos de nada.
Hay para quienes la libertad es abrir los bares en pandemia, para otros repetir (sin ser consciente) lo que algunos más astutos le han insertado.
Y no hablamos ya de los prejuicios y de las creencias que marcan tu educación y tus costumbres y que van poniendo coto a deseos y apetencias que surgen libremente pero se encuentran con la cerca de una supuesta prudencia, de la cobardía y del miedo. Hay, también, quienes se comen sus ideales, su conciencia y hasta su arrojo apostando por una lealtad mal entendida mientras arrinconan su libertad. Me viene a la cabeza un nombre, solo uno, que es la gran excepción.
La libertad es una utopía, una falacia, pero hay momentos en los que puedes acercarte, aunque sea con sigilo, y disfrutarla o creer que la disfrutas. Estoy en uno de esos instantes. En el Centro Penitenciario, lo puse en práctica.
No me amilané ante preguntas que ellos, con todas sus restricciones y rejas, me hicieron con total libertad: ¿El político que lidera es el que manda? ¿Por qué hay políticos tan mediocres? Afortunadamente, fueron dos cuestiones que me sabía. 
Es curioso cómo aquellos que tienen reducidas sus libertades se conservan más a salvo de confusiones y manipulaciones, menos contaminados del ruido de las redes sociales y del mundo internet y más independientes para preguntar sin tapujos. Y los demás, con todas nuestras libertades (que son, insisto, un sucedáneo, una apariencia), acotamos nuestra voz.
Allí, hablamos de la relación periodista/político como un matrimonio de conveniencia repleto de infidelidades (traiciones), de cómo el segundo juega casi exclusivamente su partido sobre páginas de periódico (y minutos de declaraciones), de cómo se financian los medios de comunicación y cómo esa financiación se intenta convertir en trueque o peaje; de la diferencia entre periodistas políticos y periodistas que trabajan (en situación de semi esclavitud) con los políticos… en fin, una charla muy interesante. Hablamos de 'fake news', de la Guerra de Ucrania y de la pérdida de valor de la imagen del político y también de la del periodista.
Y, por primera vez en no sé cuánto tiempo hablé con libertad plena, sin condescendencia ni eufemismos. Paradójico que el escenario fuera un centro penitenciario.

martes, 10 de enero de 2023

2022

Se ha ido y se lo perdono todo. Aunque no se ha ido de rositas, porque se llevó a la única Rosa que importaba. Todo lo demás son tragos que luego se van por el inodoro. He aprendido mucho con el par de hostias que me dio y que no llegaron a tumbarme.

No quiso ser un año tonto. Y ha dejado profunda huella. No se lo agradezco pese a mi empeño por huir de lo insulso, de lo de siempre, de ir con el mismo peinado, de tener los mismos conocimientos y de vivir en el mismo sitio. Por ello, le alabo que quisiera ser distinto, pero la próxima vez (no habrá otra) debería pedirme permiso.

2022 me ha revuelto, desde las tripas al alma. Me ha traído semanas que me han dejado sin aliento, me ha sacudido como una alfombra llena de ácaros, me ha metido en tormentas que, sin embargo, no han logrado varar mi barco (¡vaya, suena a copla!). Y aprendí, bueno, más bien, refresqué lo ya sabido. También me regaló paisajes maravillosos, cientos de fotografías, decenas de personas cantándome a coro y un montón de carcajadas. Me llenó de deseos y de aspiraciones y, sobre todo, de música. Estoy empapada de canciones que no me cansan.

He escrito mucho. De sus maldades, he hecho literatura. Ojalá sea de la buena. He leído historias magníficas, valientes, asombrosas. Para colmo, ni me han aburrido las nubes ni los atardeceres; todo era insólito, y sigo expectante, ávida por acaparar más.

He aprendido un montón de palabras con las que nunca me había topado: prosopagnosia, catasterismo... y libación, que me sabe a fiesta, y de esta, también he tenido unas cuantas fabulosas, porque los de antes no me olvidan y los de ahora no me sueltan. Yo me entiendo, sé quienes son.

Pero fue, sin lugar a dudas, el año de entender por fin y a la fuerza que no somos nadie. También, fue el año de la ruptura, del traslado, de la mudanza, de empezar de nuevo. Hasta el último segundo del último día. Cambios inesperados y cambios buscados, tanto, que fueron proyecto de vida durante un lustro. Así se fue 2022 y he estrenado 2023. Tenía que despedirlo con la traca final y, como en un combate a muerte, no quería que se marchara con sus imposiciones, así que en un ataque de "y yo, más" puse mi casa patas arriba y desmonté el hogar donde ha ocurrido todo en los últimos veintitantos años. 

Por tanto, me embarqué, sabiéndolo pero sin saberlo bien, en la mudanza, la gran mudanza, que aparte de un motín, es una renovación, una limpieza, una purga, un nuevo orden, un desprendimiento y una grandiosa estupefacción por todo lo que acumulamos, todo lo que sobra, todo lo que no es necesario. Es un repaso general a todo lo vivido, a la gente que ha pasado y a quien (quienes) fui. 

Es bueno que haya mudanza, aunque sea una pesadilla, me siento más liviana como si las comilonas navideñas no hubieran hecho mella; es el mejor síntoma de estar viva, de comprobar tus fuerzas y tu energía. Es un comienzo, otro. A Rosa, Rosi, le habría encantado. Habría entrado con su descaro congénito preguntando: ¿y cuál es mi habitación? No le he reservado una. Está en todas.

Y ya está, hasta nunca 2022. Estamos en paz. No he ganado, pero estoy viva y no le temo a tu heredero.