viernes, 20 de enero de 2023

Libertad

Hace poco más de un mes me trasladé hasta el Centro Penitenciario Murcia II para dar una charla a un grupo de internos sobre periodismo y política. La invitación, que me producía cierta desazón y, al mismo tiempo, me atraía, me llevó a distintas reflexiones. La que más escalofríos me sigue dando tiene que ver con la libertad.
Los organizadores del encuentro me decían sin parar: es gente como tú y como yo. Con esto no tenía duda, pero me inquietaba tratar con personas que no tenían libertad como castigo a unos hechos cometidos, a unas decisiones tomadas. Y, quizá esa falta de libertad les impedía tener interés por lo que yo pudiera contarles o por mi forma de ver el mundo.
A continuación, pensé que la libertad estaba sobrestimada y terminé preguntándome si yo, de verdad, era realmente libre. Creo que nadie lo es. Estás sometido en mitad de todas las calles abiertas del planeta, estás limitado, constreñido, tal vez por miedo a perder, a veces simplemente a molestar.
Empiezas por no decir lo que piensas para no lastimar a alguien que probablemente sea peor persona que tú y que si tuvieras la libertad (y también la valentía) de pararle los pies quizá evitarías que fastidiara a otros. Sigues por no ponerte ropa demasiado descocada para pasar desapercibida, incluso, comes lo que te dicen que es sano o no engorda para mantener los cánones de belleza imperantes en la sociedad. Son tres ejemplos de nada.
Hay para quienes la libertad es abrir los bares en pandemia, para otros repetir (sin ser consciente) lo que algunos más astutos le han insertado.
Y no hablamos ya de los prejuicios y de las creencias que marcan tu educación y tus costumbres y que van poniendo coto a deseos y apetencias que surgen libremente pero se encuentran con la cerca de una supuesta prudencia, de la cobardía y del miedo. Hay, también, quienes se comen sus ideales, su conciencia y hasta su arrojo apostando por una lealtad mal entendida mientras arrinconan su libertad. Me viene a la cabeza un nombre, solo uno, que es la gran excepción.
La libertad es una utopía, una falacia, pero hay momentos en los que puedes acercarte, aunque sea con sigilo, y disfrutarla o creer que la disfrutas. Estoy en uno de esos instantes. En el Centro Penitenciario, lo puse en práctica.
No me amilané ante preguntas que ellos, con todas sus restricciones y rejas, me hicieron con total libertad: ¿El político que lidera es el que manda? ¿Por qué hay políticos tan mediocres? Afortunadamente, fueron dos cuestiones que me sabía. 
Es curioso cómo aquellos que tienen reducidas sus libertades se conservan más a salvo de confusiones y manipulaciones, menos contaminados del ruido de las redes sociales y del mundo internet y más independientes para preguntar sin tapujos. Y los demás, con todas nuestras libertades (que son, insisto, un sucedáneo, una apariencia), acotamos nuestra voz.
Allí, hablamos de la relación periodista/político como un matrimonio de conveniencia repleto de infidelidades (traiciones), de cómo el segundo juega casi exclusivamente su partido sobre páginas de periódico (y minutos de declaraciones), de cómo se financian los medios de comunicación y cómo esa financiación se intenta convertir en trueque o peaje; de la diferencia entre periodistas políticos y periodistas que trabajan (en situación de semi esclavitud) con los políticos… en fin, una charla muy interesante. Hablamos de 'fake news', de la Guerra de Ucrania y de la pérdida de valor de la imagen del político y también de la del periodista.
Y, por primera vez en no sé cuánto tiempo hablé con libertad plena, sin condescendencia ni eufemismos. Paradójico que el escenario fuera un centro penitenciario.

4 comentarios:

  1. He disfrutado leyendo tus palabras y saboreando esa libertad. Qué gran verdad.

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  2. Muchas gracias. Dudo mucho a la hora de publicar, pero las dudas se disipan cuando soy consciente de que lo cuento es lo que pienso, lo que siento... al menos, en ese momento. Por cierto, no sé quién eres.

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  3. Buena reflexión, no hay duda, y buena experiencia. Desde mi punto de vista, la libertad individual debe estar en el centro de la existencia humana. Esa libertad, una vez desaparecido dios de nuestro bagaje filosófico, nos sitúa ante la responsabilidad de nuestro destino, aceptando el azar como compañero de viaje. Aspiramos a ser libres en la medida que pensamos de manera crítica, y aplicamos con denuedo
    nuestra voluntad en las convivencias de cada día. Todo ello en un contexto de respeto a derechos humanos universales. Ahora bien, independientemente de nuestro deseo de autoresponsabilizarnos de nuestra propia vida, lo cierto es que el Estado coharta el ejercicio de la misma libertad. Hemos hecho un pacto con el diablo, cambiado libertad por aparente seguridad, un pacto traicionero en el que hemos salido perdiendo. Evidentemente somos esclavos de la ideología dominante, de las mentiras que nos oprimen, de las esperanzas fallidas, de infinitas promesas incumplidas. Pero a pesar de todo esto, qué somos sin el horizonte de la libertad como elemento transformador?, pues poco más que siervos voluntarios. Luchar por la libertad duele.

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    1. Nunca había hecho esa reflexión. Mi conclusión hasta ahora es que la libertad no existe, como no existe la verdad, como no existe Dios. No obstante, seguimos y yo lo hago ya sin la preocupación de sentirme libre, de toparme con la verdad o de esperar mi salvación a través de Dios. Y eso me hace caminar más liviana.

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