martes, 10 de enero de 2023

2022

Se ha ido y se lo perdono todo. Aunque no se ha ido de rositas, porque se llevó a la única Rosa que importaba. Todo lo demás son tragos que luego se van por el inodoro. He aprendido mucho con el par de hostias que me dio y que no llegaron a tumbarme.

No quiso ser un año tonto. Y ha dejado profunda huella. No se lo agradezco pese a mi empeño por huir de lo insulso, de lo de siempre, de ir con el mismo peinado, de tener los mismos conocimientos y de vivir en el mismo sitio. Por ello, le alabo que quisiera ser distinto, pero la próxima vez (no habrá otra) debería pedirme permiso.

2022 me ha revuelto, desde las tripas al alma. Me ha traído semanas que me han dejado sin aliento, me ha sacudido como una alfombra llena de ácaros, me ha metido en tormentas que, sin embargo, no han logrado varar mi barco (¡vaya, suena a copla!). Y aprendí, bueno, más bien, refresqué lo ya sabido. También me regaló paisajes maravillosos, cientos de fotografías, decenas de personas cantándome a coro y un montón de carcajadas. Me llenó de deseos y de aspiraciones y, sobre todo, de música. Estoy empapada de canciones que no me cansan.

He escrito mucho. De sus maldades, he hecho literatura. Ojalá sea de la buena. He leído historias magníficas, valientes, asombrosas. Para colmo, ni me han aburrido las nubes ni los atardeceres; todo era insólito, y sigo expectante, ávida por acaparar más.

He aprendido un montón de palabras con las que nunca me había topado: prosopagnosia, catasterismo... y libación, que me sabe a fiesta, y de esta, también he tenido unas cuantas fabulosas, porque los de antes no me olvidan y los de ahora no me sueltan. Yo me entiendo, sé quienes son.

Pero fue, sin lugar a dudas, el año de entender por fin y a la fuerza que no somos nadie. También, fue el año de la ruptura, del traslado, de la mudanza, de empezar de nuevo. Hasta el último segundo del último día. Cambios inesperados y cambios buscados, tanto, que fueron proyecto de vida durante un lustro. Así se fue 2022 y he estrenado 2023. Tenía que despedirlo con la traca final y, como en un combate a muerte, no quería que se marchara con sus imposiciones, así que en un ataque de "y yo, más" puse mi casa patas arriba y desmonté el hogar donde ha ocurrido todo en los últimos veintitantos años. 

Por tanto, me embarqué, sabiéndolo pero sin saberlo bien, en la mudanza, la gran mudanza, que aparte de un motín, es una renovación, una limpieza, una purga, un nuevo orden, un desprendimiento y una grandiosa estupefacción por todo lo que acumulamos, todo lo que sobra, todo lo que no es necesario. Es un repaso general a todo lo vivido, a la gente que ha pasado y a quien (quienes) fui. 

Es bueno que haya mudanza, aunque sea una pesadilla, me siento más liviana como si las comilonas navideñas no hubieran hecho mella; es el mejor síntoma de estar viva, de comprobar tus fuerzas y tu energía. Es un comienzo, otro. A Rosa, Rosi, le habría encantado. Habría entrado con su descaro congénito preguntando: ¿y cuál es mi habitación? No le he reservado una. Está en todas.

Y ya está, hasta nunca 2022. Estamos en paz. No he ganado, pero estoy viva y no le temo a tu heredero.



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