miércoles, 8 de marzo de 2023

Violaciones

8M, de nuevo aquí; en este punto, en esta ubicación que Google Maps no encuentra porque caminamos hacia la igualdad sin peros, entera, completa, que aún no existe. 

Otro 8M con mujeres de todo tipo gritando, reivindicando entre pancartas y lazos morados, que queda recorrido, aún un largo viaje, ya emprendido y de no retorno.

No obstante hoy, quiero ponerle a esta jornada el nombre de una mujer que no hace mucho me contó la violación sufrida y cómo su vida ha sido trastocada, vapuleada:

V nos recibe amable, de apariencia serena, de postura segura, pero se desmorona un par de veces. La animamos, la apoyamos, la abrazamos con palabras redondas que intentan envolverla, pero sin atosigar, otorgando a sus lágrimas el espacio que se crea entre nosotras. Es difícil, mucho. Toda su narración se llena de rabia, de esa rabia de no poder escapar de aquel episodio, de no haber podido evitarlo, de que seas una víctima. ¡Qué feo ser víctima, con la de cosas bonitas que podemos ser las mujeres! Esa condición nos persigue, nos paraliza y nos señala para el resto de nuestra vida. Hasta el final. Es tremendo.

Durante el encuentro, nos salpica la ira, la impotencia y las ganas desbocadas de un castigo completo, sin paliativos, al verdugo, al agresor, a ese cuya osadía se la da el cuchillo amenazador en la garganta de una mujer, de una mujer que es madre, que es hija, que es esposa, que es hermana, que es amiga y compañera, una mujer que es trabajadora y que nos dice con cierta desazón, "fíjate que yo ya pensaba que me había quedado fuera del mercado", en el sentido de que no se veía a sí misma como la mujer en la que se fijaría un violador, como si esa bestia tuviera raciocinio o cerebro. El abusador busca el sometimiento, el dolor, la rendición y la humillación. No va a por un hombre porque ahí se arriesga a que el doblegado sea él. 

V cuenta detalles, no todos, y la verdad, quienes la escuchamos no los queremos. Nos sobran los detalles. Se nos clavan sus palabras de seguridad durante la agresión: "mi hijo, mi hijo", porque se veía muerta. Creía que no volvería a besar a su pequeño.

Aún no sabe cómo sobrevivió al ataque, al primero que recibió aquel día, ya imborrable, incrustado en su piel y en su memoria como la marca en un toro rendido en mitad de la plaza tras el zarandeo, las banderillas y la estocada.

Escapó y tras el primer auxilio de personas anónimas, en la ambulancia recibió otra punzada, la de una sanitaria que le pregunta tras conocer los hechos: "¿y cómo se te ocurre ir sola por esa zona?",  como si se asumiera que tenemos espacios acotados, lugares prohibidos, comportamientos naturales vetados. Ojo, lo dice una mujer, y una mujer dedicada a cuidar y curar a los demás. Ese día no supo poner la tirita, ojalá no se haya vuelto a equivocar tanto.

En el hospital no se activaron los protocolos, no la reconocieron como es debido, no la aconsejaron. Nuevamente, la estocada. Ese día llevaba tres (como decía la canción Cruz de Navajas, de Mecano), la primera, la que más dolió y las siguientes fueron a traición porque se la dieron las personas que tras la agresión debían ayudarla, consolarla, debían empatizar, solidarizarse.

Pero aún quedaba la última, la que terminó de rematarla aquel asqueroso día. Esa fue en comisaría, cuando sentada en una triste silla en una penosa sala de espera con la carga de la repulsión y de la ansiedad, aguantó minuto tras minuto a ser atendida por la unidad especializada en delitos de agresiones sexuales. Entre la espera innecesaria y el alborozo reinante de quienes llevan en el uniforme la placa de seguridad y protección ciudadana, escuchó temblorosa por el susto y el asco un coro que cantaba cumpleaños feliz a un compañero. 

Vale que te topes con un desgraciado, ninguna estamos a salvo ni por edad, ni por religión, ni por ideología, ni por feminista, ni por raza..., pero que la sociedad que tiene que abrazarte para ahogar la rabia, la que debe curarte para que duela menos, añada tortura e incremente el calvario, eso es para no perdonarlo, es más, es para perseguirlo y castigarlo.

Un hombre que para dominar la voluntad de una mujer necesita un cuchillo o cualquier otro recurso (desde una amenaza o un grito hasta una pistola) no es un hombre ni siquiera una persona y la sociedad que no vuela por amparar a una mujer agredida tiene difícil un futuro, está condenada a la autodestrucción.

No obstante, V aún ha tenido que bregar con otra herida, que es la que a mí me causa casi más desazón, la que sufren tus seres queridos, esos que se han contagiado de tu dolor  y de tu pena, que no son víctimas en primera persona, pero sufren por esa hija, por esa esposa, por esa madre... y le piden que se recomponga, que no lo piense más, que no lo cuente. Quieren protegerte y sanarte para salir así ellos también del atolladero, sin embargo, a veces no tienen la cura que precisas y su aflicción te lastra. La entiendes, pero es lo que menos necesitas. Seamos también empáticos con nuestras víctimas, las de grado de consanguinidad.

Ánimo V. Saldrás adelante, yo te escucho, te entiendo y te acompaño. Donde haga falta.