domingo, 21 de agosto de 2016

Desgana

Siempre he creído que aquellas personas que tienen un comportamiento correcto, al menos públicamente, los vicios de cada uno en su casa para él se quedan; aquellas que no salen a la calle a jorobar al prójimo, y no porque profesen los preceptos cristianos, sino porque han nacido así; aquellas que reciclan con meticulosidad, que respetan los pasos de peatón, los turnos, que no miran con desdén a nadie, ni le sueltan exabruptos, que no permiten que sus hijos pisen las plantas de los jardines… que a todas esas les tenía que ir muy bien la vida y siempre obtendrían una respuesta amable de sus congéneres.
Sin embargo, este pensamiento, igual que creer en el sueño americano más que en Dios, inspirados ambos de ver tanta película ‘hollywoodiense’ es un grave error: Te puede ir muy mal, peor incluso, siendo justo, coherente e incluso bueno. Y no lo digo por mí, que soy mala malísima, sino por una amiga.
Me cuenta ella que ha decidido cambiar de barrio porque tiene a todos los establecimientos vetados, ya no puede ir al kiosco porque un día fue a comprar un periódico y el estúpido que la atendió, que le podría haber dado mil y una excusas como 'no lo tengo', le soltó un ‘ese periódico es de rojos’. Mi amiga, que es muy buena, soltó toda una retahíla de improperios que dedicó con mucho afán al kiosquero y a toda su familia hasta el quinto o sexto grado de consaguineidad.
Otro día, dice, que se acercó al bar que hay debajo de su casa y pidió una consumición, pero el camarero, que aún no había recogido la terraza y que estaba de guasa con los dos colegas de siempre, le contestó con un ‘estoy cerrando’.
La última fue en la zapatería, le preguntó a la dependienta por una talla concreta y ésta, alta, delgada, joven y monísima, la despachó con 'solo queda ese número', sin más alternativa. Al final se llevó las sandalias en la tienda de enfrente, donde tampoco tenían su talla, pero la chica que la atendió, más curtida, le ofreció otras posibilidades.
Y es cierto que todos tenemos malos días, pero tantas jornadas de tanta gente distinta da que pensar. Por ejemplo, a mí me sugiere que lo que existe en esta maravillosa sociedad es desgana, una abultada y asfixiante desgana porque hay muchos trabajadores, de los que aún trabajan, que están donde ni han elegido ni quieren estar.
Cuando yo, ya no mi amiga, sino yo, entro en alguna oficina de la Seguridad Social noto mi propio ánimo decaído, algo que me ocurre sin intención. Eso sí es pánico escénico, y es que tengo la experiencia de que el funcionario te salga por peteneras, si fuera por burlerías aún le perdonaría, a veces hasta te amenaza y te trata como un infractor. Claro que a mí el pánico se me pasa pero la cara de depresivos que tienen algunos se la llevan a casa porque eso no se va ni con una fiesta sorpresa.
En fin, desgana.
Por eso cuando un día te topas con un funcionario o cualquier otro trabajador que está de cara al público, que te sonríe, te habla con sumo respeto y te ofrece soluciones te dan ganas de llevártelo a casa y hacerle una ofrenda floral.
Puede que no parezca importante pero si tenemos en cuenta que hay unos 'milloncejos' de parados, con los otros tantos de desganados no salimos del pozo ni dando saltos.

lunes, 8 de agosto de 2016

'Pasa'

Yo, desde los últimos resultados electorales, he decidido no escribir, no reciclar y algunas otras cosas. Incluso se me pasó por la cabeza dejar de comer pero tampoco hay que ponerse tan digna.
He dejado también de firmar para aquellas organizaciones que recaban colaboración para causas nobles y justas. Ah, y tampoco respondo a los impulsos de mis paisanos cuando critican la falta de trabajo, las listas de espera, la corrupción, la desigualdad... Nada. Me hago la sorda y no tarareo la canción de Luz Casal 'No me importa nada' de milagro, por no faltar al respeto.
Pero como ya se me ha pasado aquí estoy de nuevo y afortunadamente para todos no voy hablar de política ni del gobierno fantasma que tenemos... O sí. (Nota: fantasma por lo de en funciones, a ver si ahora que se me ha pasado el berrinche me voy a buscar un lío).
En esta ocasión, prefiero dar pie a recibir opiniones que a dar yo la mía. Estoy tremendamente interesada en averiguar cómo se llega a disculpar, incluso perdonar, los pecados de la clase política para seguir votándola. Es curioso que unos hermanos se dejen de hablar por un metro cuadrado de terreno o por el jarrón desportillado de la abuela y, sin embargo, puedan entregar su confianza a unos que no les tocan nada y que ya la han traicionado.
O cómo se llega al estado ese del 'pasa' o del 'no te compliques la vida' cuando estas observando o sufriendo una injusticia. Yo entiendo que llega un momento que la cosa es tan tremenda que es necesario cerrar los ojos para darle un descanso al alma, pero ninguna sociedad ha dado un paso adelante o ha evolucionado sesteando, claro que yo hace tiempo que no cojo un libro de historia.
Y el caso es que tanto en el fondo como en la superficie, sobre todo de la barra del bar, somos capaces de distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo bueno de lo malo, algo que además nos han inculcado desde pequeñitos nuestros padres, los mismos que, después de castigarte por no dirigirte con educación a un mayor, por desobedecer o por sisar dinero del monedero, siguen votando sin escrúpulos a los mismos por miedo a perder la pensión.
En fin que no entiendo lo qué pasa. Y, como estoy escribiendo una novela, muy documentada, necesito saber cómo llegar al estado de ceguedad y de perdón, no precisamente cristiano, incluso de fervor por quienes no te tocan nada pero te lo pueden quitar todo. Me recuerda ese pasaje bíblico en el que unos ciudadanos ignorantes prefieren al delincuente Barrabás en vez de a quien propugnaba el amor al prójimo.
Ese estado de transigencia, de indolencia y hasta de abandono, debe ser el paraíso, el cielo, y yo quiero probarlo y describirlo en mi novela, que habla precisamente del ascenso del mediocre, maleducado y hacedor del trapicheo y cómo lograr una confianza que ni se ha ganado ni por supuesto se merece.
A lo que voy, la sesión de catequesis y el avance de la novela es daño colateral, lo que interesa es saber llegar al estado del 'pasa' para unirme y defenderlo hasta el final, aunque me va a costar, porque para mí pasa es del verbo pasar, que me indica movimiento no parálisis, pero me pongo ya mismo en posición de borrado en espera de respuestas que me guíen hasta el pasotismo.