jueves, 1 de diciembre de 2022

Comunicarse

Ayer, mi madre (78 años) me pidió que le abriera una cuenta en Facebook. Me hizo gracia y la solicitud nos sirvió para echarnos unas risas. Le creé un perfil con su foto, su fecha de nacimiento y con el nombre del pueblo en el que vive. Ya está.

Mi madre, con su edad, ha conocido otros sistemas de comunicación, sobre todo, misivas que siempre comenzaban con un “queridos padres, espero que a la llegada de esta carta se encuentren bien, nosotros quedamos bien G. A. D.”. Eran otros tiempos, aunque no tan lejanos para esta tremendísima revolución que ha transformado la comunicación, que ya no la conoce ni la madre que la parió. Para las urgencias (habitualmente un fallecimiento), estaba el telegrama. Posteriormente, usó el teléfono colectivo, el de pasos, y la cabina (y todo de forma muy ocasional). Ahora ya es una ‘máquina’ del WhatsApp, al que lleva loco con tanto dictado. A nosotros, también, pero nos solidarizamos.

Pues esta mujer ha entendido perfectamente que si quiere comunicarse con conocidos y familiares, que el tiempo y el espacio ha alejado, tiene que pasar por el aro de Internet. Además, quiere ver lo que publican sus nietos y estar a la última. Me parece maravilloso. Ya está bien de estar pendiente de lo que dice Rociíto, que no le toca nada.

Esto me dio que pensar. Todos estamos inmersos en una colosal red que nos lleva dando vueltas por el universo entero y no somos conscientes de las personas que se han quedado afuera. Y no me refiero a aquellos que han decidido mantenerse al margen, sino a aquellos que están obligados a desasirse porque nadie les ha explicado cómo, ni para qué y esto les ha relegado (arrinconado, desplazado, excluido… aislado). Muchos de nuestros mayores tuvieron que vivir, y superar en ocasiones, el estigma de ser analfabetos o de no tener estudios suficientes, y ahora, tras larguísimas trayectorias vitales y profesiones, vuelven al mismo camino cuando se les califica de analfabetos digitales. Me parece triste.

Nuestros mayores han tenido que cambiar el concepto de correo, ellos que durante décadas utilizaron el postal, han tenido que comprarse un móvil, instalarse el WhatsApp e intentar comprender que ahora ya enlace es un lugar en el espacio digital y no la palabra de una invitación de boda.

Son personas que para pedir cita en el médico siguen llamando por teléfono o acercándose al centro de salud, son personas que aún hacen colas en los cajeros para sacar dinero porque no se fían de pagar con tarjeta, son aquellos que para hacer un trámite se plantan en su ayuntamiento y hablan, si hace falta, con el concejal. Mi padre es de los que se acerca y pregunta hasta por el alcalde, quien, por cierto, sale y le saluda. Es memorable. Son, en definitiva, personas que siguen siendo presenciales en todas las administraciones. No se relacionan con máquinas ni saben hacer gestiones digitales. Y sobreviven. Hay vida sin Internet, aunque sea más complicada.

Pero cada vez es más difícil para ellos, ya nada se escapa al ciberespacio, por cuyos confines hay que viajar para realizar los trámites más comunes, incluido enviar la lectura del gas. Les cuesta entender que todo está en la nube, porque estas no son como siempre, blancas, salpican el cielo y a veces hasta descargan agua, son más del tipo despensa, donde todo se guarda como si esperáramos una guerra.

Es muy enrevesado para ellos, que no han tenido la educación que nosotros, ni las posibilidades, que han vivido, cuando aún lo podían aprender todo, con dos canales y tres emisoras, ¿cómo les vas a hablar de podcats o de streaming?. Y eso que ya entendieron que no hace falta comprarse un disco para escuchar música. No obstante, el nivel de comprensión va más lento que la velocidad de una wifi.

Ellos mismos nos educaron para ayudar a nuestros mayores a cruzar la calle, ahora toca también ayudarles a comunicarse. Y quienes navegamos o flotamos más o menos con soltura por Internet debemos asumir otro aprendizaje, que comunicarnos puede ser presencial y hay que practicarlo.

miércoles, 19 de octubre de 2022

Rosi

 

Mira que siempre has sido muy puñetera y muy de hacer lo que te daba la gana. Cuando nos conocimos no me caíste nada bien, siempre tan torbellino y tan deslenguada, pero me he dado cuenta de que es mejor empezar regular y terminar bien. Porque nosotras hemos probado todos nuestros estados y después nos hemos quedado la una con la otra, pese a todo, a nosotras mismas. Eso debe ser la amistad bien cimentada, no como la que te entra por los ojos y después te deja a medio. Esa se asienta sobre barrizales.

Te vas cuando el granado me intenta consolar con su primera granada en este campo al que te gustaba venir con Bubú; cuando el otoño aún no es frío y en los días que estoy cumpliendo años, como si creyeras que así no te olvidaré jamás. No hace falta. Deberías saberlo. Creo que lo sabes. Te vas cuando la última pulsera que comprásteis tú y Carmen como recuerdo de nuestro encuentro ha reventado, y las bolas han saltado por toda la casa. Veo un pequeño arcoíris bajo la puerta del baño y, mirándome en el espejo, una intensa arruga en la barbilla que no te habría pasado desapercibida. Son señales, tus guiños.

Contigo he tenido durante muchos años garantizada la risa ¿qué más podría pedirte?, y además me has proporcionado rincones maravillosos de Almería. No lo sabes, pero Almería se ha ido contigo, tendría que empezar de cero, pero ahora mismo no me apetece. Para qué volver si ya no tengo donde ir, ni casa, ni bares, ni playas. Se acabó Cabo de Gata, el Zapillo y Vera. Tampoco nos comeremos una contundente tapa acompañada de una cerveza fresquita mientras tú y el ‘Senrique’ discutís si es más o menos rentable que la caña vaya inherente a la tapa. Me he quedado inapetente, aunque con la cabeza atiborrada de recuerdos desordenados y de ecos de frases tuyas tan divertidas como esa de la talla 38 de la que estuvimos riéndonos un verano entero.

Primero fuiste “la Rosi de Almería” y después la de las series (me descubriste ‘The Affair’, ‘Paquita Salas’…), la de los tés, la de los mandalas… y siempre te hemos seguido. Nos contagiabas todas tus tendencias. Ponías de moda con un enorme entusiasmo cualquier afición. Además, has sido “la Rosi de las velas de Ikea”. Eso también me ha inspirado más de una carcajada, y la de los pendientes estrambóticos. Hoy miraba muchos de los que tengo, la mitad comprados contigo y la otra mitad regalados por ti. Te llevaré mucho tiempo también colgada de las orejas.

Estos días te has instalado en mi cabeza con una viveza tal que he dejado de ser yo. No importa, te presto mi cuerpo para que sigas un poco más, ahora que el tuyo se ha apeado. No se lo tengas en cuenta, fuiste una ‘disfrutona’, como dice Carmen. Te has reído de todo y de todos y nosotras contigo y de ti.

Nos ha quedado mucho por compartir; el viaje a Irlanda. Tampoco me apetece ya ir. Menos mal que no hicimos demasiados planes geográficos, me habrías dejado sin un rincón en el atlas al que viajar. Quizá, como recuerda María, al final, los de tu planeta (otro de tus chistes) han venido por fin a rescatarte. No estabas tú muy contenta con lo que veías en este, hasta el punto de que algunas veces te ponías en plan viejuna y decías “uy qué miedo” refiriéndote a un acontecimiento cualquiera que te parecía grave. ¡Lo que nos reímos cuando nos contaste angustiada que lo habías pasado muy mal con toda aquella movilización por la independencia de Cataluña porque lo viviste como el origen de una guerra!

Me acuerdo también de las risas en Rodalquilar con aquella flor de baladre que me regaló Eugenia ¡qué susto se dio cuando le contamos que era venenosa!, y cómo lo aprovechamos para montarnos una película, macabra, pero divertidísima. Aquella vez nos reímos de la muerte con la alegría y la confianza de quien cree que no se va a morir nunca o que está muy muy lejos. Para ti no lo estaba tanto. ¡Puta vida!

Mientras te escribo esto, me acuerdo del grandísimo episodio que vivimos en el viaje a Cuba, con “Anita, última hora”. Eras muy de rebautizarnos a todos. A mí me llamabas Sefi. Ya no quiero que nadie me llame así. Ese nombre era sólo tuyo y para mí.

Hay tantos recuerdos y un pasado tan lleno que no queda sitio en mi casa ni espacio en mi mente en el que no estés, pero ¿y el futuro?, ¿a quién voy a llamar cuando necesite contar algo? Y ¿qué haré cuando Facebook, esa red tan insensible y con tantos amigos de quita y pon, me anuncie tu nuevo cumpleaños? 

Nos dejas el trío huérfano ¿Qué haremos tus dos super mejor amiguis sin ti? ¿Y las niñas? Eugenia ya no volverá a decir que tu cena es un melocotón, ni Jimena escuchará atenta cualquiera de tus historias, como aquella que te inventaste sobre la fiesta de los actores de Grease a la que te habían invitado. Siempre has sido muy peliculera.

Sé que esperas de mí, un montón de palabras que te emocionen y te hagan sentir orgullosa. Te estoy escribiendo mucho y no sé si esto que cuento aquí es lo mejor, lo que tú te mereces. Siempre fuiste mi mayor fan. Sin embargo, siento un batiburrillo indefinible y no sé cómo expresarlo. Es un cóctel sentimental y sin alcohol, como en los últimos tiempos.

Seguiré, seguiremos, hablando de ti durante mucho tiempo. Hasta el final. Todos creen que te has ido, para nada, sigues aquí, presente, en los libros que nos recomendaste, en las series y películas que te gustaron, en los actores de los que te ‘enamoraste’ (Keanu Reeves, Michael Fassbender…), en los regalos que nos hicimos, en las frases que soltabas, en tantos sabores… ¡ay las almendras del ‘Senrique’!

Me acaban de recordar que tenías toda la pinta de una chica Almodóvar. Estoy de acuerdo, habrías estado a la altura del papel de una de las “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. Quiero que sepas que quien ha pensado en ti estos días lo ha hecho con una tristeza que enseguida mutaba a risa cuando te rememoraba en alguna de tus posturas o de tus comentarios. Concha también se ha apenado pero con el alivio de que has sido genio y figura.

Ahora, temo que tu cuerpo llegue a un lugar tranquilo. Lo vas a poner patas arriba. Allá donde vayas habrá bulla, así es que solo espero que, estés donde estés, te encuentres ‘a gustico perdío’.

martes, 27 de septiembre de 2022

Septiembre

Septiembre es un mes ñoño, como de despedida, fronterizo, que limita con el jolgorio del verano y la melancolía del otoño. No me termina de gustar septiembre. Es un mes traicionero, de tormentas inesperadas que se convierten en danas y de calores muy subidos que no le corresponden, como si septiembre quisiera ser verano y no lo es; por eso en ocasiones me parece ridículo. Es lo que tiene vivir en la linde, de no pertenecer por entero a una estación, de no ser de ningún sitio. En esto último nos parecemos mucho septiembre y yo.

También representa días de ferias con norias y algodón de azúcar que siempre me han dado flojera. No sé si por el bullicio o por ser parte silenciosa del mismo.

Año tras año, ha sido el mes de la vuelta a la normalidad, ese era su puesto y su cargo en el almanaque, pero desde la pandemia, ese estatus es ya emérito como el de un rey que no gobierna. 

Era el mes de volver a empezar y tenía más de ruptura que enero, quizá por el comienzo de curso, de tantos cursos, con estuches que huelen a goma de borrar, lápices que aún no han escrito nada, libretas vírgenes (tengo en la cabeza un relato sobre eso), libros rígidos de estreno, aulas extrañas, profesores nuevos y decenas de promesas hechas a mí misma sobre que esta vez sí, de verdad, voy a llevar al día todas las materias. Me duraba una exhalación, como ese otro compromiso de dejar de decir tacos o de fumar o de no perder la compostura, que adquiría cada 31 de diciembre y que me duraba, también, otra exhalación.

Septiembre, el mes del aguacero y de los regresos, se llevó a una reina longeva y a muchos más, la mayoría no los recordará la historia, pero otros nos habrán dejado una gran huella, como Masha Amini, que se rebeló en Irán, un país donde atormentan a las mujeres y la moral está preñada de represión, de ignorancia y de miedo. Masha me representa, la señora que ha ganado en Italia, no.

Además, septiembre mantuvo latente la guerra de Ucrania y tantas otras. Putin es la viva imagen del caudillo tarado, no sé cómo no lo vimos venir, y eso que la memoria de la humanidad nos ha presentando a unos cuantos.

Volvieron, aunque nunca se fueron, las noticias de antes del verano sobre los precios de la energía y de la vida en general, pero se apagan los incendios. Y nos espera a partir de ahora el frenesí de las decenas de encuestas sobre supuestos resultados de los próximos comicios y, con ello, la precampaña y la campaña electoral. Empieza la etapa de los predicadores, que te atemorizan con el infierno si no les votas, o te venden un mundo feliz (al más puro estilo Aldous Huxley) si logran gobernarte (qué fea palabra). En fin, que gane el mejor.

Y hablando de mejores, ahí tenemos a jóvenes ganando trofeos en el tenis con solo 19 años, y a otros muchos (jóvenes y no tan jóvenes) investigando, creando, emprendiendo… y gracias a ellos y a todos los que trabajan responsablemente el mundo sigue girando.

En fin, aún no se ha acabado septiembre y espero, con una esperanza insólita, que cuando lo haga quede como si nada, como otro mes y ya. Será entonces cuando respire y le dé una nueva oportunidad y, aunque no me traiga algo bueno en el futuro, se vaya sin arrancarme nada. Enseguida octubre y ese ya sí, ese es mi mes. 


PD. Mucho ánimo, Rosi. Estas semanas están siendo duras. Resiste. No hay un solo septiembre que se quede más de 30 días.

sábado, 13 de agosto de 2022

Diecinueve

Diecinueve ya, y a veces tengo la sensación de que me he perdido la mitad de este tiempo, de nuestro tiempo. No lo he degustado con la quietud y el deleite que requiere, atrapando cada instante, para no dejar escapar un detalle, pero sí sé que hemos estado ligadas en todo momento; al principio, de la mano, en un periodo de miedos (míos) y de risas y besos (tuyos), donde se combinaron abrazos y cambios de pañal, noches de toses y días de ocurrencias tuyas, como aquella vez que me preguntaste: “Mamá, ¿el cementerio es donde se hace cemento?”

Luego ya nos fuimos construyendo cada una en su parcela pero sin dejar de ser dúplex adosados.

No sé si tus recuerdos coinciden con los míos. Ya sé que algunos de tus pensamientos de ahora y esas opiniones y aptitudes que tanto condeno, no. Algún día se hermanarán en un intercambio de cesiones tuyas y mías. Estoy convencidísima de que esa neófita personalidad tuya que a veces tanto me irrita se mimetizará con el paisaje de los años y que sobreviviremos a tanta diferencia.
Habrá etapas en las que te creerás autónoma y solvente, apostarás por una vida sin mí, sin embargo, seguiré siendo tu botiquín, tu tarjeta monedero y tu cinturón de seguridad. Volverás a cada rato y ojalá esté siempre para recibirte.
Te he legado un hogar y una familia y otras cosas de las que yo no me siento orgullosa y de las que tú ahora rehúyes. En su favor he de decir que si alguna vez descubres que también están en ti recuerda que por muy feas que te parezcan me han servido para combatir a quien ha intentado doblegarme y también para no rendirme. No quiero que mis experiencias sean ejemplo, vive las tuyas y verás que aunque hay algunas que escuezan son necesarias para ser más y mejor. 
Te decepcionará mucha gente pero en este planeta hay ocho mil millones de personas, encontrarás fácilmente a quien te quiera y a quien te respete. Ya has aprendido que los amigos no son followers y antes, que los Reyes son los padres.
Contigo he aprendido frases sublimes como “aporta o aparta” y divertidas como “¿quieres un pin o una chapa?”, cuando he demostrado que yo llevaba razón.
Tener la razón, que parece importar tanto, no sirve de nada. Porque en este mundo no siempre triunfa la razón, ni la justicia ni la inteligencia. Hay que lidiar con ello como parte del pacto de vivir.
Lucha y trabaja por lo que crees y por quien quieres. Todo lo demás es adorno, son sobras.
Recuerda siempre que eres un afluente de mi río y que al final desembocamos en el mar de la vida.
Recuerda que nunca te mentiré aunque me sientas cruel.
Recuerda que nadie jamás nunca te querrá más que yo, por muchas tempestades, kilómetros y horas de distanciamiento. Que eres lo más mío que tengo y al mismo tiempo lo menos yo.
Recuerda que siempre estuve, que estoy y estaré hasta el final, aunque en muchos momentos no lo esperes, no lo quieras o no lo busques. Soy tú, eres yo. Hace diecinueve. 

miércoles, 20 de julio de 2022

Chismes

El chisme es la herramienta de comunicación de los analfabetos, de los ignorantes, de los mediocres y de los/las malvadas.
Somos un país de chismosos. Hay que asumirlo pero sin hacer exhibiciones, porque evidentemente no es una virtud. Es un pecado, a veces mortal.
Si vas con un chisme en la boca es una forma de mostrar tu capacidad intelectual (entre escasa y nula), tu caladura moral (casi ninguna), tu poca vida (aburridísima) y lo poco apto que eres para el mundo (prescindible). 
Con los chismes, a lo largo de la historia, se ha mentido, se han levantado falsos testimonios y se han aireado intimidades de otros. Es juego sucio cuando no puedes, ni sabes, ni quieres pelear en igualdad de condiciones, quizá porque la neurona viva que te queda te advierte de que aquel, aquella, que tienes en la diana, es más listo, lista, que tú.
El chisme parte de la envidia y de la maldad. Pero aunque el retrato del chismoso es de un realismo fiel y se le ve a la legua su estupidez incurable, el de quien saborea y regurgita el chisme como un camello, es decir, el que rumia el chisme y le da cuerpo y vida, tiene un perfil muy variado. Habitualmente no es ni buena gente ni un erudito, pero puede tener un gran estatus, lo que ya de por sí dice bastante de esa persona sobre su compromiso, su responsabilidad y su dignidad. 
Nadie está libre de los chismes, ni de protagonizarlos ni de difundirlos. Y esto ha ocurrido durante tantos siglos que lo situaría en la etapa en la que el ser prehistórico comenzó a emitir algún zumbido, incluso diría que el chisme es la reminiscencia actual de los primeros sonidos emitidos por el hombre primitivo.
He sido testigo del uso que algunas personas han hecho del chisme para prosperar, para atraer y para caer en gracia sabiendo que se saliva ante éste con una voluptuosidad sin parangón. El fin no es otro que hacer daño. Eso sí, es una herramienta maligna pero de idiotas y para idiotas. No sirve para el alto espionaje ni para la toma de decisiones trascendentales, es solo entretenimiento para quienes tienen tiempo de sobra y no saben que se puede coger un libro para leer o ver una serie, incluso, y más beneficioso, exfoliarse los talones, que luego nos ponemos unas sandalias y se ven la mar de feos. 
El chisme hay que diferenciarlo del cotilleo, aunque figure como sinónimo. También lo son el comadreo, el chismorreo, la patraña y, cómo no, el bulo, que es materia prima de las fake news, un perverso vicio de esta sociedad, que calumnia e incluso derroca, aunque desgraciadamente no a quien las produce.
El chisme, los bulos y las fake news son de cobardes, además de mermados sociales. Lastran, hacen perder el tiempo pero afortunadamente, la verdad flota. Da igual cuándo y dónde, la verdad flota como un chaleco salvavidas y se resiste a que se la traguen del todo las olas y, claro, las hordas.

viernes, 1 de julio de 2022

Drogas

He leído que hay drogas para enamorar. En espray, te lo aplicas a la altura de la nariz y ¡alejop! caen rendidos o rendidas. 

Al final, tenemos que recurrir a las drogas para todo, para salir de la cama, para calmar tu alma, para el dolor de cabeza, para controlar el colesterol... y ahora también para enamorar.

Sin embargo, me parece más práctico una pastillita para dejar de odiar y, sobre todo, para ser respetuoso. El día que logremos la droga para permitir y favorecer que los demás hagan, dentro de los límites de los derechos, es decir, sin fastidiar al prójimo (que eso también es muy de los Mandamientos de la Ley de Dios), lo que les venga en gana, habremos dado un salto en la evolución que nos llevará a Marte sin transbordador espacial.

Así, países como Estados Unidos, panacea de las libertades, no volverán a abrir debates frentistas sobre aborto sí o aborto no. Porque en la inmensa mayoría de los casos no es una decisión alegre tipo: ¡uy, esta mañana me he levantado con ganas de practicarme un aborto! Todo lo contrario, es una alternativa que las mujeres, en un porcentaje que roza el cien por cien, le gustaría esquivar.

Que unos jueces o un gobierno decida qué hacer con tu cuerpo es otra forma de estupro. Y siempre, siempre, es el de la mujer el que está en constante discusión ¿por qué costará tanto respetarlo? ¿por qué se le tendrá tanto miedo?

De igual manera, no logro encontrar la razón de por qué tengo que asumir y doblegarme ante las ideas conservadoras, incluso retrógradas, de determinadas fracciones sociales, y estas mismas no pueden ni siquiera respetar las mías porque son opuestas a las suyas. En fin, la discriminación ideológica no es nueva y ya es costumbre que los grupos de poder se impongan pese a la protesta, pese a las mujeres.

Los hombres que deciden sobre nosotras deben tener alguna tara, algún temor, alguna herida. Los hombres que se meten con las mujeres no son los que nos hacen progresar, ni los que hacen el mundo mejor, más equilibrado y justo. Ojalá existiera una droga para aislarlos. A esa me apunto sin mirar los efectos secundarios.

De momento, tendremos que conformarnos con las drogas comunes, las que nos quitan el dolor, mientras los hombres que no conocen nuestro cuerpo, aunque hayan salido de él, ni respetan nuestras decisiones, sigan haciéndonos daño, un daño contra el que en este momento no existen pastillas, ni siquiera una tirita.

sábado, 23 de abril de 2022

Libros

Los libros son un auténtico peligro, tienen la fuerza de un arma de destrucción masiva. Siempre ponen en la diana a la ignorancia, la intolerancia y la falta de respeto.

Y cuando han doblegado a la estupidez, a la mediocridad y al enanismo mental, entonces te dan la posibilidad de disfrutar de la calma que da la comprensión del mundo, tan difícil de explicar casi siempre. Encontrar la explicación, darte de lleno con la motivación de las decisiones, de los golpes y la guerra, ayuda a vivir.

Los libros son un bálsamo, un remedio, la solución a casi todo: derriban la soledad, excitan los sueños, te disfrazan, te llenan la boca de palabras y te hacen viajar a los confines de un mundo que sólo tú puedes abrazar. 

Y sin embargo, a veces, los desdeñamos, los apilamos sin abrirlos, los dejamos a medio, los leemos sin prestar atención como quien mira sin ver, oye sin escuchar.  No obstante, hay algo peor que no leer y es ser lector de un único libro, sin poder comparar sin probar otro contenido u otro tono. Los libros no son monógamos, cada uno te lanza al cuerpo de otro.
Con los libros puedes flotar, evitar el portazo y hasta la cojera de una mesa.

A mí, que me gusta estrenar y el olor a nuevo, es sin embargo ladear la portada y primeras páginas de un libro lo que me hace vibrar, como un desnudo lento. Que me regalen un libro y quedarme mirando un escaparate de una librería me abren el apetito de un hambre que es pura glotonería pese a que siempre alimenta. Son amantes leales mientras los tienes agarrados, aunque te decepcione el final. Son compañeros charlatanes que no te sueltan de la mano.

Leer sana y también salva vidas.
¡Feliz Día del Libro!


lunes, 14 de marzo de 2022

Gracias


No me hice propósitos de año nuevo. Me conformé con lo que en ese momento era y con lo que en ese momento tenía. Y quizá lo hice porque en algún rincón de mi pensamiento creía que todo estaba bien. Aunque es más probable que supiera que, aunque no estaba nada bien, podía ir a peor. De hecho, pasamos de catástrofes casi invisibles a pandemia y después a una guerra, a otra guerra. 

Ha pasado, está pasando, el primer trimestre del año y me sigo conformando, porque estoy entera a pesar de que el mundo está loco, de que la mediocridad, la cobardía y el delirio han salido de las cavernas más salvajes para reinar, y a pesar de que vivamos saltando de amenaza en amenaza. Yo me sigo conformando porque tengo mucho, muchísimo, que agradecer. Así que empiezo:

Gracias al señor que no me conoce de nada y cada mañana me dice buenos días caminando por la orilla del río, entre niebla y rayos de luz despuntando.

Gracias a la señora que se acerca para avisarme de que llevo la falda torcida. 

Gracias a quien me atiende con respeto y hasta amabilidad al otro lado del teléfono o de una mampara.

Gracias a la chica que me acompaña por el entramado de un complejo hospitalario para llevarme a la ventanilla donde tienen que darme la cita, o a aquella otra que me dice: "me encanta tu vestido", en una escalera eléctrica en mitad de un centro comercial.

Gracias a quien me recomienda libros y también a la compañera de yoga que me trae unos poemas. 

Y gracias al que le da un like sin saber nada de mí a la última chorrada o la sesuda parrafada que dejo en mis redes sociales.

Hay tanta gente anónima que te hace tanto bien solo con estar que es difícil entender que haya otros tantos con los que has compartido intimidades y no sean capaces ni de felicitarte en tu cumpleaños.

Tengo que agradecer con absoluta sinceridad a los compañeros y compañeras que últimamente me habéis desbordado con mensajes y llamadas. No hace falta nombres. Sé quienes sois y conservo vuestro aliento. Sois un gran motivo para conformarse.

Gracias a Silvia que me dice en mitad de la calle que le ha gustado mucho lo que he escrito. Espero que esto también te guste. Y a Juan, mi profesor de yoga, tan sosegado y tan divertido.

Y, además, muchas, muchísimas gracias a todos los que "me tocan algo". Gracias a mis amigas, que me escuchan, me abrazan, me advierten, me cuentan, me invitan a su casa, me llevan de viaje, al cine o a tomar un vino y me hacen reír. También a los amigos que me llaman para un café o una cerveza. Gracias a Concha, a Ana, a Rosi y a Carmen y a todas aquellas que se fueron pero siguen conmigo.

A mi madre que desde el teléfono me dice que me ha guardado mandarinas o me ha hecho un bizcocho, y a mi padre que rebusca entre mis libros algo que leer. Con vosotros siempre he estado a salvo.

A mi hermano, con quien, después de tantos gritos, amenazas y peleas de adolescentes, encontré en una tregua a prueba de balas un refugio de calma y complicidad inauditas. Gracias a mi hermana por su inmenso ejemplo de superación. Gracias a mis sobrinos porque su presencia me alarga siempre los labios en una sonrisa que se me sale de la cara.

Gracias a mis hijas por torturarme, por mantenerme actualizada y viva y, también, por darme el mejor motivo, la mayor razón y la excusa perfecta para todo.

Gracias a quien permanece a mi lado siempre a pesar de esto, de aquello y de lo que vendrá, a pesar de lo mío y de lo tuyo. Gracias por quererme, que es un verbo que nunca he sabido conjugar. 

A todos y todas, gracias, gracias, gracias.