sábado, 21 de febrero de 2015

Enredada

Me faltaba a mí que mi madre también tuviera WhatsApp. Ya no hay humano virgen en la era internet. Y, si lo hubiera ¿Cómo lo encontramos? porque yo sin Ggogle no soy nadie. Mi melodía diaria es el sonido del móvil, que encima viene de fábrica. Es conectarlo en cuanto me levanto y ya empiezan a sonarme los WhatsApp, que si un chiste sobre la película ’50 sombras de Grey’, una ocurrencia del cuñado o las típicas preguntas de ¿Dónde estás? o ¿Qué haces?, que me encantan, sobre todo por la obviedad, ¡contestando a tu pregunta! 
Lo cierto es que hay días en los que me siento una esclava del teléfono, pero lo peor es cuando recibes mensajes escritos con tanto nerviosismo que no sabes ni qué te preguntan ni por qué. Entre las abreviaturas y las prisas, me llegan cosas ilegibles, tanto que al final no sabes si tu madre te ha hecho un bizcocho o te habla de algo que es viscoso.
Y luego está la dificultad de vigilar a los hijos que oye, a ti no te cuentan nada, pero todo lo que se callan contigo lo sueltan en la primera red social con la que consiguen cuatro seguidores. Entre que escriben ‘xq’, ‘wapa’ o cosas parecidas y que parecen espías del KGB poniendo claves, no hay forma de que me entere bien de nada. Y ahí ‘Google’ ayuda poco.
Pero la red es fascinante, te lo ofrece todo y te permite tocar, mirar e incluso quedarte con lo que te gusta. Pero como todo en el planeta Tierra, también tiene sus perversidades, la principal es que entraña una gran dificultad para separar el polvo de la paja. No todo es verdad ni todo el que habla es mínimamente inteligente. Y todo el tiempo que te ahorras en encontrar información sobre lo que sea, lo pierdes en comprobar si es o no verídica.
Ahí, Internet puede ser la peor máquina de crueldad, sobre todo por la cantidad de personas que se esconden tras disfraces para manipular, mentir o herir utilizando las artimañas más despectivas. Lees comentarios salidos de tono, argumentos ruines para defender cualquier cosa, insultos o bravuconadas, incluso críticas simplonas sólo por hablar. 
Por contra, el otro día leí una carta al director en un periódico de un señor que criticaba unas declaraciones y lo hacía citando a diferentes poetas. No sé si estaba o no de acuerdo con él, pero me pareció tan inteligente y tan raramente seductor que ya no puedo permanecer impertérrita cuando se hacen comparaciones facilonas con el comunismo más devastador o, lo que es peor, al contrincante político con cualquier asesino hitleriano. Me resulta de un abuso humillante decir lo que se opina sin reflexión en cualquier soporte, sobre todo en las redes sociales. Luego suplicaremos a ‘Google’ que oculte nuestros desvaríos de bocazas porque no queremos tener antecedentes o un pasado que nos avergüence. 
Para mí son imperdonables los pecados de los abusadores y las palabras estúpidas, que ocupan un lujoso espacio para aquellos que prefieren criticar con poesía. Aún así, pese a las perversidades de la Internet, yo prefiero vivir enredada.