martes, 24 de marzo de 2020

Coronavirus



Hablando del coronavirus. El único día que he salido de casa ha sido para hacer la compra en un supermercado. Soy una ciudadana ejemplar, obediente y disciplinada. Aunque tampoco estoy gozosa, porque cuando ves que hay tantos de tu misma especie a su bola, no puedes dejar de hacerte la pregunta tonta y retórica ¿para qué me estoy molestando?

En fin, en el supermercado, voy directa al ‘grifo’ del gel desinfectante y, a pelo, sin guantes ni mascarilla ni nada de nada, empiezo a llenar la cesta. Compro hasta papel higiénico. Pero conste que he mantenido el pulso o el desafío hasta el último cuadradito del último rollo.

En mi recorrido por los pasillos, intento no rozarme con nadie, no tocar los productos 

que no me voy a llevar y, en fin, prevenir, proteger y protegerme. Sin embargo, todos mis congéneres iban equipados a la perfección. Pensé que estos venían ensayados de otra pandemia porque no lograba ni logro entender lo bien acorazados contra el virus que salen a la calle. A mí, tengo que confesarlo, me ha pillado con la cara al aire.

Cómo me vería la cajera, que me sacó de estraperlo una caja de guantes y unos botes de gel hidroalcohólico. De pronto, temí estar cometiendo alguna ilegalidad, porque yo soy muy de cumplir con las normas. A mí que me echen cuarentenas que no tengo problema.

Pero no. No era contrabando el material de protección que me vendían de ‘extranjis’. ¡Qué no los tenían en las estanterías porque la gente se los lleva a capazos! El papel higiénico sí estaba en su sitio, pero ese día.

Yo, esto de acaparar como si esto fuera una guerra, como si hubiésemos sufrido alguna en las últimas décadas y en nuestras carnes, me resulta tremendamente egoísta, un rasgo muy humano, muy de sálvese quien pueda.

Quizá sea producto del miedo. Sería todo más entendible, aunque no justificable. Sin embargo, a mí lo que me da un miedo paralizante es precisamente el egoísmo. Ese que te ciega en un supermercado y cargas con todo sin pensar en nadie más, ese que se pasa por el forro el confinamiento y sale a la calle a hacer deporte o de excursión, ese que desde el balcón señala y abuchea contra el que pasa sin saber si viene de trabajar o de llevarle el pan a su madre, ese que aprovecha la libertad y el anonimato de las redes para vomitar su bilis, que contamina más que el coronavirus...

El miedo es libre. El mío es más por el egoísmo que por el propio virus.



Mi abrazo ‘chillao’ y mi aplauso eterno para quienes se han vacunado contra el egoísmo y ofrecen lo mejor de sí durante estos días.