sábado, 29 de octubre de 2016

Oposición

Ya está, se acabó el extraño y tedioso proceso de investidura. Ya tenemos presidente y ya se supone que volvemos a la normalidad, ese estado tan buscado y esperado, y que tanto se mima desde sectores sin aspiraciones y temerosos del diablo. Una normalidad que es un mal menor, porque ya nadie sueña ni apuesta por una situación distinta, nueva. Nos agarramos al “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”.
La normalidad, que puede ser muy nefasta, es maravillosa para quienes no tienen ni quieren que nada cambie, un terreno abonado para la misma cosecha que, demostrado queda en este país, no da para que coman todos los súbditos. Sin embargo, esa normalidad es el escenario en el que nos gusta movernos porque, claro, luego está Venezuela.
Rajoy es un ganador y se merece estar donde está. De esto, sin ironía, no tengo ninguna duda.  Ya, no. Porque está claro que estos 300 días sin presidente ni gobierno han sido una competición para ver quién se quedaba con el trono, que se ha llevado finalmente el Partido Popular. Muchos dirán que para ese viaje no hacía falta maletas. Puede, pero las contiendas se pueden ganar con distintas estrategias, y la de la resistencia, plegadas las filas sin dejar un hueco, por muchas que fueran las pedradas sobre corrupción, incongruencia, precariedad..., ha sido la mejor, con diferencia.
El resto de contrincantes, unos más que otros, se han quedado de segundones y, además, literalmente apedreados.
Rajoy volverá y lo hará sin un rasguño, cuando lo lógico es que uno regrese de la guerra medio herido, pero son los del bando contrario, los que ahora harán oposición, quienes vienen desorientados, rozando el desvarío.
Por eso, más que felicitar al vencedor o ningunear al perdedor, que no hay que hacer leña del árbol caído, lo mejor es empezar a exigir a los vencidos que se preparen para rejuvenecer o actualizar su irremediable papel de oposición y no solo con dignidad, que sí, también con eficacia e inteligencia, la que no han tenido durante estos 300 días ya pasados. Insisto, unos más que otros.
Y es que se puede gobernar sin gobernar. Me explico, estar en la bancada de la oposición no debe ser entendido como un castigo por no ganar unas elecciones, un lugar al que van los perdedores a hacer penitencia y coger fuerzas para ganar los siguientes comicios o una palestra desde la que negarse a todo. Estar en la oposición debe ser asumido, sobre todo ahora que será una legislatura en minoría, como un papel activo y responsable, en el que cada gesto, discurso o propuesta se presente como una auténtica alternativa a la acción del gobierno. Proponer, negociar y forzar pactos que sirvan a la inmensa mayoría de los ciudadanos debe ser a partir de ahora la tarea de quienes no han logrado el poder.
Porque no hay que olvidar que toda esa oposición, muy amplia en esta nueva legislatura, representa a muchos millones de ciudadanos, de manera que no gobernar no significa dejar el cuerpo muerto a esperar tiempos mejores. Esta vez, dadas las circunstancias y la representación obtenida por cada grupo, no se le podrá echar la culpa de todo lo malo que pase a Rajoy o al PP.
De hecho, lo mejor de esta nueva etapa es que no habrá rodillo porque, con las cuentas en la mano, no sale la suma. Esta vez el rodillo ha quedado atascado y serán los contrincantes quienes tengan la última palabra. Por tanto, se podrá gobernar, o sea, decidir, sin ser ministro ni estar en el partido que sustenta el poder. Ahora ya no es solo el PP gobernando quien se juega su prestigio, el resto, también. Y ahora es, además, el momento de recompensar a los ciudadanos que, ilusionados, pusieron su confianza en los líderes y formaciones finalmente vencidas después de venderles la moto de una sociedad mejor.
Así que comienza un nuevo tiempo para hacer una oposición que ponga patas arriba esta vuelta a la normalidad y donde los vencidos demuestren que, después de todo, votarles mereció la pena.

domingo, 9 de octubre de 2016

Suerte

Hasta ahora lo de tener suerte siempre me ha parecido una entelequia, algo indefinible y muy aleatorio. Pero con todo ese cisma en las entrañas del PSOE, he logrado acercarme al concepto con más claridad que nunca.
Tener suerte era hasta entonces un pensamiento inútil, porque cuando uno está en el lugar o en el momento oportuno es probable y lógico que le toque la lotería, encuentre al hombre o mujer de su vida, apruebe una oposición... Y es que no me creo eso tan frecuente de “no he abierto el libro y he aprobado”. Mentira. Y mentira que un resultado positivo sea cuestión de suerte, porque para que se produzca hay que estar, hay que hacer la apuesta. Igual pasa con la mala suerte. No creo que existan los gafes ni la racha aciaga, por eso yo no tengo en cuenta si he pasado por debajo de una escalera o si se me ha cruzado un gato negro. Es más, la experiencia me dice que todo lo que decidimos tiene sus consecuencias buenas o malas en función de la inteligencia que haya en esa decisión. A veces no pelear, no plantarte o permitir te lleva a una situación perjudicial. Posiblemente, muy merecida. En fin que creo que todo ocurre porque estás, porque vives, porque decides, porque te mueves. Acostado en el sofá de tu casa es casi imposible que te suceda algo, bueno o malo.
Y hasta aquí mi teoría, porque luego viene Rajoy y me hunde todo el razonamiento hasta el punto de pensar en la suerte como algo real, palpable y muy deseable. Para mí, el presidente del Gobierno en funciones sí es un tipo con suerte, y ese debería ser su epitafio, ya que nunca está en el sitio adecuado ni tampoco hace apuestas, deja el cuerpo muerto y gana. Solo hay que fijarse en el hecho de que, tras las elecciones de diciembre del año pasado, declinó formar gobierno y en los siguientes comicios, logró más votos.
Puede permitirse lo que quiera, consentir desahucios o promulgar recortes en Sanidad, en Educación y hasta en la alegría de millones de ciudadanos. No pasa nada. Es el líder más votado. Igual ocurre cuando le sale un tesorero avaro, una lideresa díscola o una Rita rebelde, sigue ganando con más apoyos. Que atiende a la prensa poco o en plasma, no solo gana sino que tiene un ejército de periodistas que bebe los vientos por él.
¡Si hasta tuvo un accidente en helicóptero y salió casi ileso! Está claro, tiene mucha suerte.
Ahora, sus contrincantes se despedazan como hienas ¡qué también son listos!, y Rajoy, sin un solo jirón ni una mueca, recoge los frutos de la guerra mientras su figura emerge robustecida. 
Al presidente no le hace falta nada, ni carisma, ni una fuerza especial, ni convencer de sus virtudes ni alentar a las masas. Ahí está sin que nada ni nadie le afee ni le haga sombra. Nunca tanta inacción, tanta pasividad y tanta inercia han logrado tanto éxito. También es cierto que mientras la izquierda escenifique su debilidad para qué se va a esforzar con nada. No hace falta ni recorrer de mitin en mitin todo el país, ya está el PSOE linchándose para darle al presidente lo que necesita, más apoyo y credibilidad ¡y sin que se lo haya pedido!, sin un escaño a cambio, ni un piso.
¡Qué los de la izquierda aprendan y dejen de tirarse pedradas por el poder! Lo más gracioso es que el ansia y la ceguedad por el poder también se da en el PP, solo hay ver cómo se agarran Rita o Esperanza o Pedro Gómez de la Serna a sus respectivos sillones, pero a ellos no se le nota.
En fin, es ahora cuando frases como caer de pie o nacer con estrella cobran todo su sentido aunque a mí me han sonado siempre a sospecha, a no explicarse por qué alguien ha llegado tan lejos, como si no se lo mereciera.
A Rajoy no le hace falta trabajar por su liderazgo ni sus triunfos. En él funciona eso de cuanto peor, mejor. Desde ahora es mi talismán, cada vez que necesite un empujoncito, no invocaré al más allá, nombraré a Rajoy porque, señor presidente, es usted un tipo con suerte.

domingo, 2 de octubre de 2016

Canadá

Tengo, desde hace años, una fijación que raya la rareza y la extravagancia. Consiste en un irrefrenable deseo, cada vez más grande y difícil de gestionar, de marcharme a Canadá.
¿Por qué Canadá?, bueno ¿y por qué no? Yo es que me imagino el país rodeado de montañas y de paisajes naturales exuberantes, bañado de lagos, grande, verde y con gente silenciosa. Y para colmo es el país de las cataratas del Niágara y de Leonard Cohen.
Entiendo los obstáculos: que si hace frío, que si está muy lejos… pero son inconvenientes fácilmente superables, sobre todo cuando hay verdaderas ganas de un cambio profundo y de poner tierra de por medio. Uno de los principales escollos podría ser el idioma y, sin embargo, me resulta una ventaja genial ¡Qué alegría no enterarme de casi nada, vivir sin ruido!
Entre lo que me imagino y lo que sé, como por ejemplo, que los canadienses son capaces de celebrar referéndums para resolver la exigencia de independencia de la provincia de Quebec sin tanto jaleo, no tengo dudas, debe ser el paraíso. No obstante, sé que para reconocer un paraíso es preciso tener conocimientos de su contrario, no digo el infierno, pero sí una nación más inhóspita, que es como siento esta tierra de ciudadanos conformistas y complacientes, donde muchos jóvenes se van y también muchos mayores aguantan con absoluta normalidad verdaderos excesos y tropelías. Un país donde los políticos nos dan cada día motivos sobrados para meterlos en un avión y olvidarlos como náufragos en una isla virgen y muy lejana, y que ya aprovechen y se coman entre ellos; un país donde hay más mediocres por kilómetro cuadrado que roedores, donde el periodismo es una profesión de comunicados o confrontación, donde nos pasamos los derechos fundamentales por el forro y donde la meta está en encontrar un trabajo esporádico que no te gusta por menos de mil euros.
Llamadme traidora, pero depende también del concepto que tengamos de traición, porque si no lo son quienes se llevan el dinero a paraísos fiscales, ni quienes son sospechosos de, no digo robar, sino malgastar el dinero público, ni quienes nos intentan dar gato por liebre, por qué lo iba a ser yo, que solo aspiro a respirar aire puro rodeada de un entorno diferente y distante que nunca me ha decepcionado.
Ni siquiera busco el exilio, solo vivir sin que me persiga la desazón y la desesperanza, que siento cuando leo un periódico, me asomo a alguna red social o entro en la pescadería, donde siguen con el debate de si fulano debe o no facilitar la investidura de Rajoy. Porque cuando no es la designación para el Banco Mundial del ex ministro Soria, dimitido por los llamados 'Papeles de Panamá'; es Rita, expulsada del PP, durmiendo en el Senado, al que se agarra como una lapa votando no a la eliminación de los aforamientos, es decir, votando por su bienestar y su cuerpo serrano, y si no, es el trasnochado de Felipe González montando un cirio en su partido y desgajándolo para vergüenza de propios y extraños; o son las imágenes del juicio a los abusones de las tarjetas black, que encima sonríen porque estar ahí no debe ser ninguna deshonra… ¿Cómo no voy a pensar en salir corriendo?
Y no solo lo pienso yo, conozco a unos cuantos que como tuvieran la más mínima oportunidad huirían despavoridos, con lo puesto y sin volver la vista atrás.
Llevan años proponiéndome irme de hippie a La Gomera, y es que la cosa viene ya de lejos. No sería mala opción siempre y cuando se instaure como lengua oficial el silbo gomero, porque ya con más no puedo.
Así es que, Canadá adóptame. Prometo no molestar. Ni te vas a enterar de que he llegado.