jueves, 23 de enero de 2014

Atrapados y conformes

Llevo meses, quizá hace años, diciendo que me quiero ir de este país. Quizá, como aún no he dado ningún paso hacia ese rumbo, ya, marcharme a cualquier punto del planeta se me queda cerca. Así que prefiero esperar a una nave extraterrestre a ver si me abducen y dejo de tener conocimiento de hechos tan disparatados, tan injustos y tan aberrantes como los que me muestra esta sociedad en la que estamos atrapados pero conformes. Una de estas constataciones se produjo hace unos meses en un taller para desempleados en el que había gente muy joven con cualificaciones distintas, incluso recién licenciados, dispuestos a renunciar a sus conocimientos y experiencia por un puesto de trabajo cualquiera. ¡Qué pena! Sí, me da pena por ellos, por no tener siquiera la satisfacción de trabajar en lo que realmente les gusta, están preparados o saben hacer, pero también me da pena, más bien rabia, que el actual mercado laboral trate al desempleado como mano de obra, sin nombre, apellidos ni cerebro. Y casi peor, constaté igualmente, que serían felices si encontraran un puesto de trabajo con un salario de 600 euros mensuales ¡Qué horror! Hemos bajado tanto el listón, que nos queda ya poco por vender. ¿Y después qué? Después nada, santa Rita, Rita, lo que se da, no se quita, y les estamos dando todo a quienes tienen el deber de garantizarnos el estado del bienestar. Así que, paradojas de la vida, la juventud no es precisamente, en estos momentos, una virtud envidiable. Los de mi generación tuvimos más suerte, mucha más. La mayoría decidimos dónde queríamos estar e incluso tuvimos salarios dignos. Es verdad que lo tuvimos fácil porque estas ventajas nos las brindaba la misma sociedad sin tener que pelear por ellas. Quizá por esto, por la poca costumbre de pelear, hemos permitido que las generaciones siguientes se conformen con lo primero que encuentran. Y todos sabemos lo que pasa, cuanto más te agachas, más se te ve el culo. En fin, que yo no veo brotes verdes, ni recuperación ni señales de ningún tipo. Ahora eso sí, en mi caso no dejaré de esperar la estela de los paisanos de E.T.

viernes, 10 de enero de 2014

Año nuevo, vida...

Se acabó la Navidad, aunque yo siga comiéndome los restos de mazapán y algunos nostálgicos se empeñen en decir que hasta ‘San Antón Pascuas son’. A mí me gusta la Navidad. En fin, cada uno tiene sus vicios. Quizá me guste porque me da la excusa perfecta para ponerme hasta las trancas o quizá porque motiva que quede con gente que no es habitual de mi agenda. Sin embargo, en esta ocasión he respirado aliviada cuando se ha esfumado por la misma chimenea de la que año tras año espero que caiga algún regalo sorprendente, es decir, ni zapatillas de casa ni collares. He acabado muy harta y muy desilusionada de que siempre sea lo mismo. Así que para romper la tradición he decidido no hacerme ningún propósito para 2014. Ni voy a dejar de fumar, ni de decir tacos ni de criticar a amigos y enemigos. Tampoco voy a apuntarme a yoga ni mucho menos a inglés, total para pillar alguna palabra suelta en una canción lenta de Adele…No pienso cambiar en nada. Porque ¿para qué? Si nada cambia a mi alrededor. Ya hemos empezado el año y seguimos hablando de la ley del aborto y del caso Nóos, es decir, de restricciones a los derechos y de corrupción. Estamos en el mismo punto y tengo la sensación de que vivo atrapada en un bucle. En fin, no puedo decir eso de año nuevo, vida nueva. Así que voy a seguir dándole al mazapán que, de momento, es lo único que me deja buen sabor de boca.