sábado, 27 de febrero de 2016

Miedo

El miedo es una cualidad inherente al ser humano, posiblemente la que más nos asemeje al animal. Tener miedo es un sentimiento universal, pero se diferencia de vivir con miedo, que es otro grado mucho mayor, alcanzado por millones de personas en este mundo y despreciado por quienes el terror es un estado puntual, pasajero, canjeable. Por tanto, vivir con miedo es terriblemente peor porque se prolonga en el tiempo, lo llevas puesto allá donde vayas.
En el siglo XXI, cuando todos podemos saber de todos, aunque no de todo con mesura e inteligencia, cuando se planea cultivar en Marte y se combaten con cierta eficacia las plagas que llegan al primer mundo, y sólo cuando llegan hasta aquí, somos unos auténticos inútiles para enfrentarnos a lo que nos persigue desde la Edad de Piedra: La guerra, el hambre y la injusticia. Incluso, cuando salpica al primer mundo.
Sólo unos pocos residentes en este lado confortable reconocemos el miedo, del puntual, cuando nos topamos con amenazas, supuestamente lejanas, como las que padecen actualmente los sirios, los enfermos graves, los moribundos por hambre, que son quienes viven con miedo.
Pero nuestro pánico es igual de inútil que esa incapacidad para mejorar el planeta, porque no nos lleva a ningún sitio. Por eso creo que aunque sea exageradamente peor vivir con miedo, es lo único que te empuja a tomar decisiones para sacudírtelo.
Es lo que entendí cuando el otro día me puse a ver el documental ‘To kyma’, que cuenta el esfuerzo de una ONG española por rescatar a los refugiados sirios del mar. Sólo el terror diario a la muerte, sobre todo de los tuyos, te puede llevar a jugártela a cara o cruz. Si no, se trataría de un suicidio colectivo y, para eso, no hace falta buscar una barcaza y pagar por tirarse al mar.
Reconozco que mi miedo, ese que va por días, incluso por momentos, me impidió ver el documental de un tirón. Veía cuatro imágenes y cambiaba de canal, y volvía.  La diferencia entre mi pavor y la de los refugiados es la que define la cobardía y su enorme distancia de la valentía.
Sin embargo, uno no elige ni tener miedo ni el grado que le corresponde. Es aleatorio. Y nadie está a salvo, ni quienes viven miserablemente en este lado y se agarran a su escasez con avaricia, ni siquiera quienes están en la cima, porque temen perder su bienestar o su poder. Estos últimos utilizan su posición de dominio para hacer de su pánico un pavor contaminante y genérico. No hay más que ver cómo algunos ministros relacionan ETA con un gobierno de izquierdas o cómo algunos presuntos corruptos se envalentonan aupados por su terror para culpar de sus acusaciones a sus contrincantes políticos. Son tantos ya los investigados por corrupción en este país que a veces pienso, bueno, más bien fantaseo con la idea de si no será todo calumnias de los rivales. Sin embargo, es sólo una flaqueza derivada de mi miedo inútil y puntual. Luego, me recompongo e intento, sin éxito, ponerme en lugar de quienes utilizan su propio terror para superarlo y superarse.
En cualquier caso, hoy sólo me quedo con el miedo vencido de quienes se tiran al mar a rescatar a quienes viven con miedo, aunque yo lo vea a medias por culpa de otro miedo, muy descafeinado por mi propio confort.

sábado, 13 de febrero de 2016

Versionando

Si nos detenemos un momento, nos daremos cuenta de que todo tiene al menos dos versiones, incluido el amor. No es sólo porque seamos distintos en este mundo de la globalización que nos intenta convertir en manada, sino porque hay titiriteros, de los que nunca jamás van a la cárcel, que nos manipulan en silencio y a oscuras. Así que, dependiendo del marionetista de turno, cada cual se muestra con una versión diferente de lo que nos acontece.
Se nos llena la boca al hablar de que la justicia es igual para todos, algo que nos creemos ahora más porque estamos viendo a la Infanta Cristina de Borbón en el banquillo, pero es mentira. La justicia no es igual para todos porque depende del juez y del abogado que te toque en suerte, cada uno con su versión distinta y a veces distante de la justicia.
En estos días de enorme polémica por el encarcelamiento de unos titiriteros que, según la versión del juez, practicaron en su obra enaltecimiento del terrorismo, obviamos, porque ni nos acordamos ni nos interesa, la cantidad ingente de canalladas que soltamos por nuestra boca en las redes sociales o donde nos venga bien y que no se llamarán enaltecimiento del terrorismo, pero es violencia y agresión, aunque según nuestra versión estamos practicando la libertad de expresión, y además lo que decimos es verdad, pero una verdad versionada.
Y así aplaudimos e incluso admiramos inmensas burradas de burros que no han pensado en lo que dicen porque lo de pensar les viene grande. Si no, ¿por qué dejamos pasar voces que comparan a nuevos políticos con los agentes de las SS nazis? Debe ser porque estos no practicaron la violencia ni provocaron una sola muerte, según la versión de la historia que hayan leído, si es que saben leer.
Si vamos a encarcelar a todos aquellos a quienes se les vaya la boca y a aquellos cuya libertad de expresión puede ser tildada de terrorismo, arduo trabajo tenemos por delante. Habrá que empezar por ir nombrando censor. Mira, con la gente que hay en busca de trabajo, hasta podría resultar una salida profesional, poco digna, pero no estamos para remilgos.
Y mientras nos enredamos en elegir la versión que más nos gusta para afiliarnos a ella y ponernos enfrente de la otra u otras, nos creemos suficientemente informados y sobradamente libres, cuando sólo seguimos la música de un flautista cualquiera.
Yo también tengo una versión de los titiriteros encarcelados cinco días en Madrid, que quizá no es ni mía, y es que si su espectáculo hubiese sido contratado por cualquier otro ayuntamiento no gobernado por gente de Podemos, las consecuencias habrían sido otras, mucho menos duras, quizá igual de polémicas, pero sin cárcel.
Así, contra la confusión y la manipulación que traen las diferentes lecturas de cualquier cosa, yo intento escucharlo todo para fabricar mi propia versión. No es un método infalible porque se basa en criterios muy subjetivos, pero al menos me creo que tengo una opinión casta y no contaminada.
Sin embargo, al final, incluso yo, con mi palabrerío, también versiono, pero como no soy titiritera no necesito quedarme en la sombra.