El miedo es una cualidad inherente al ser humano, posiblemente la que más nos asemeje al animal. Tener miedo es un sentimiento universal, pero se diferencia de vivir con miedo, que es otro grado mucho mayor, alcanzado por millones de personas en este mundo y despreciado por quienes el terror es un estado puntual, pasajero, canjeable. Por tanto, vivir con miedo es terriblemente peor porque se prolonga en el tiempo, lo llevas puesto allá donde vayas.
En el siglo XXI, cuando todos podemos saber de todos, aunque no de todo con mesura e inteligencia, cuando se planea cultivar en Marte y se combaten con cierta eficacia las plagas que llegan al primer mundo, y sólo cuando llegan hasta aquí, somos unos auténticos inútiles para enfrentarnos a lo que nos persigue desde la Edad de Piedra: La guerra, el hambre y la injusticia. Incluso, cuando salpica al primer mundo.
Sólo unos pocos residentes en este lado confortable reconocemos el miedo, del puntual, cuando nos topamos con amenazas, supuestamente lejanas, como las que padecen actualmente los sirios, los enfermos graves, los moribundos por hambre, que son quienes viven con miedo.
Pero nuestro pánico es igual de inútil que esa incapacidad para mejorar el planeta, porque no nos lleva a ningún sitio. Por eso creo que aunque sea exageradamente peor vivir con miedo, es lo único que te empuja a tomar decisiones para sacudírtelo.
Es lo que entendí cuando el otro día me puse a ver el documental ‘To kyma’, que cuenta el esfuerzo de una ONG española por rescatar a los refugiados sirios del mar. Sólo el terror diario a la muerte, sobre todo de los tuyos, te puede llevar a jugártela a cara o cruz. Si no, se trataría de un suicidio colectivo y, para eso, no hace falta buscar una barcaza y pagar por tirarse al mar.
Reconozco que mi miedo, ese que va por días, incluso por momentos, me impidió ver el documental de un tirón. Veía cuatro imágenes y cambiaba de canal, y volvía. La diferencia entre mi pavor y la de los refugiados es la que define la cobardía y su enorme distancia de la valentía.
Sin embargo, uno no elige ni tener miedo ni el grado que le corresponde. Es aleatorio. Y nadie está a salvo, ni quienes viven miserablemente en este lado y se agarran a su escasez con avaricia, ni siquiera quienes están en la cima, porque temen perder su bienestar o su poder. Estos últimos utilizan su posición de dominio para hacer de su pánico un pavor contaminante y genérico. No hay más que ver cómo algunos ministros relacionan ETA con un gobierno de izquierdas o cómo algunos presuntos corruptos se envalentonan aupados por su terror para culpar de sus acusaciones a sus contrincantes políticos. Son tantos ya los investigados por corrupción en este país que a veces pienso, bueno, más bien fantaseo con la idea de si no será todo calumnias de los rivales. Sin embargo, es sólo una flaqueza derivada de mi miedo inútil y puntual. Luego, me recompongo e intento, sin éxito, ponerme en lugar de quienes utilizan su propio terror para superarlo y superarse.
En cualquier caso, hoy sólo me quedo con el miedo vencido de quienes se tiran al mar a rescatar a quienes viven con miedo, aunque yo lo vea a medias por culpa de otro miedo, muy descafeinado por mi propio confort.