miércoles, 28 de abril de 2021

Mudanza

 


“Tengo el cuerpo hecho al traslado”. Es un mantra que me acompaña casi como un soniquete desde hace ya mucho. Yo me lo inventé como resumen y también como respuesta a la dificultad de la pregunta ¿de dónde eres?, que siempre he rehuido.

Trasladarse o mudarse puede ser una especie de alzamiento pero también un movimiento suave que te lleva sin darte cuenta a otro lugar o momento. He tenido muchas mudanzas, al principio eran un cambio físico, de lugar y de personas que dejabas atrás, textualmente, a través del parabrisas de un coche cargado de maletas y alguna caja que se había salvado del camión con los enseres familiares.

Muchas casas, muchos vecinos, demasiados lugares. Eran cambios que te despojaban de todo, de un hogar del que conocías hasta el número de losas del largo pasillo, la puerta que no encajó nunca, la cocina de formica lustrada cada día por mi madre y el perchero tras la puerta del baño con el uniforme de mi padre.

Había que empezar de nuevo cada década, como mínimo. Parecía fácil y rápido que todo se ensamblara pero de aquel peregrinaje no se puede salir indemne. El reguero de amistades, de centros educativos, objetos y recuerdos que se quedan inmortalizados en una nostalgia ciega son demasiado equipaje aunque lo dejes abandonado y esparcido en cada uno de los trayectos.

No puede ser introvertida ni tímida la persona que tiene que empezar de nuevo en un ambiente desconocido y yo lo era. Mucho. No obstante, la novedad del recién llegado me abrió puertas con facilidad en algún lugar, el único del que guardo recuerdos. Todos los demás, el resto de destinos, se quedaron en pabellones fríos distribuidos en patios interiores, como una corrala fortificada bajo el lema ‘Todo por la patria’ sobre una bandera, que entonces solo te enseñaban en los libros a modo informativo y nadie enarbolaba en nombre de nada, si acaso, podías identificarla en la cima de un edificio alto, muy escasos, y sobre todo en las guirnaldas de las calles en fiestas. La bandera agitada era para los cuartos de algún mundial del que nunca salíamos bien parados.

Yo viví esos traslados. Pero todos tenemos mudanzas. Cambiarte de piso, cambiar de trabajo, cambiar de pareja, aumentar la familia... A veces te mudas sin moverte del sitio y es curioso cómo lo soportas todo, cómo tu piel se va estirando para ajustarse y cubrir cualquier circunstancia o situación. Y ya no vuelves a ser la misma persona ¿cuántos individuos pueden caber en un solo cuerpo?

No sabes qué es lo que te cambia si las personas que vienen con la mudanza o si tu propia reconversión al modificar tus costumbres y gestos para asemejarlos al nuevo hábitat. Y cambias y sufres inquietud, temor, vértigo...

Da igual la edad que tengas. Da igual si has buscado la mudanza, da igual incluso si es lo que quieres o necesitas. Llega y yo, que tengo el cuerpo hecho al traslado, lo encaro y lo asumo. Salga quien salga de ahí.