jueves, 31 de diciembre de 2015

Rajoy

Estimado presidente
Yo nunca le he votado (posiblemente, de esto no tenga usted solo la culpa) porque no me ha cautivado, pero llegado este momento tengo que decirle que me inspira ahora una compasión inaudita e inadmisible para un político. Ni siquiera lo sentí por Zapatero, quizá el mandatario más vilipendiado de la historia de este país, vilipendiado por los suyos, quede claro.
Pero a lo que iba, yo le veo, desde aquí, como un presidente cuyo destino era otro, distinto y distante de la jefatura del gobierno de un país. Sin embargo, le tocó en suerte y he notado cómo le estorbaba el traje. Ni le he visto cómodo, ni seguro, ni convencido ni siquiera agradecido.
No obstante, agradecidos deben estar los de su partido y sus votantes porque, pese a su impericia, ha sorteado obstáculos infranqueables para cualquiera, incluidos aquellos que se muestran fuertes e impenetrables.
Retrocediendo en el tiempo, usted fue el único responsable político que dio la cara cuando la catástrofe del Prestige, que tanto mal provocó en su tierra, en Galicia. Y, aunque lo de los ‘hilitos de plastilina’ no fue la mejor descripción del panorama, reconozco que entre plantarse delante de la sociedad o irse de caza como su compañero, Álvarez Cascos, hay un abismal trecho.
Y luego está gobernar completamente lastrado por los suyos. No se queje si Pedro Sánchez le dice ‘no decente’. Eso, que no es un insulto, comparado con las zancadillas internas que ha soportado, es gloria bendita. Primero tiene que ocupar el trono dejado por Aznar quien, desde luego, menos echarle un cable, lo ha hecho todo. Por no hablar de la lideresa, Esperanza Aguirre. Luego, el tesorero de su partido, Bárcenas, quien, ¡Virgen del Amor, el amasijo que había organizado! Y para terminar, por terminar, ya que se podrían escribir libros enteros (¡qué pena de la historia!), Rato.
Sin embargo, como ciudadana, me escandalizan tanto los delitos como las explicaciones o no explicaciones. Flaco favor le hizo María Dolores de Cospedal con el ‘finiquito diferido’ cuando intentaba explicar la situación del ex tesorero en el partido, pero peor ha sido el asesoramiento recibido por parte de sus más ‘fieles’ (entre comillas, porque la fidelidad debe ir acompañada de inteligencia) colaboradores, que le han recomendado las pantallas de plasma y las no comparecencias. ¿Es que se avergonzaban de usted?
Si repite, cambie de asesores ¡por lo que más quiera!, que no le hagan parecer débil, ni torpe ni solo.
¡Si hasta los suyos le han llevado la contraria cuando recibió el golpe en Pontevedra! Un hecho aislado de un ‘colgado’ ha sido convertido por su gente en una agresión de la izquierda, cuando usted mismo salió a decir que ‘nadie saque conclusiones políticas’. Dicen que eso es estrategia. ¡Toma castaña!, gallega claro.
En fin, después de tanta tropiezo, de tan poca admiración por parte de los suyos, incluso de tanta traición interna, con la sombra de su antecesor en el PP planeando como una mosca y, por supuesto, con esta difícil etapa de crisis, se merece dar nombre a una plaza de cada ciudad de este país. Pero si no repite como presidente, no culpe a la oposición ni a sus no votantes, el enemigo está siempre en casa.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Votaremos

Se acerca el momento de ir a votar. Menos mal, una semana más de encuestas, debates y mítines y me exilio. Sin embargo, y pese a este momento de éxtasis político y de machacona exhibición pública con tanta saturada y reiterada información, que hacen huir despavorido al más creyente, he escuchado pocas respuestas a problemas personales, de esos que todos sabemos porque les ponemos rostro.
No he oído hablar de casos como el de una amiga que vendió su casa y se trasladó a la de sus padres. Así, con el dinero de la venta, va tirando ella y su familia mientras cada día que amanece espera ilusionada un milagro.
Tampoco se ha hablado de esa otra mujer que todos los días, de lunes a domingo, tiene que cuidar de su madre con alzheimer. Su única esperanza es que corra la lista en la sanidad pública para poder ingresarla en un centro especializado en su enfermedad. La percepción por la dependencia no da para pensar en cuidados privados.
Una compañera, que lleva esperando, años ya, un tratamiento para la fertilidad en la seguridad social, tampoco ha sido recordada en las comparecencias públicas de los candidatos. Igualmente, ésta descartó hace tiempo la opción de la clínica privada, se lo impiden los exiguos ingresos de mil euros mensuales que tiene.
Tengo también un conocido con un hijo universitario, que reza día y noche, pese a su manifiesto ateísmo, por que la criatura apruebe todo y que la matrícula no le salga por un pico. Bueno, mejor dicho, el pico ya es la matrícula pelada, reza para no tener que pagar también los suspensos.
Igual que mi vecina, con una enfermedad crónica, que cobra el paro y que paga los medicamentos necesarios al mismo precio que un paciente que ingresa unos 100.000 euros al año.
Tengo un allegado licenciado, con una larga trayectoria laboral, parado, de esos de larga duración, que ha enviado cientos de curriculum en los últimos años y, por no lograr, no ha logrado ni una miserable respuesta. Nadie le contesta, ni siquiera aquellos que ofrecen trabajo ni mucho menos los aspirantes a gobernar.
Tengo un amigo que hace chapuzas en negro y con ello puede comer, aunque ni cotice ni tenga seguros de ningún tipo. Otro no creyente, que de vez en cuando suelta un ‘Dios proveerá’. Tampoco él ha recibido aliento en esta campaña.
Tengo otra amiga, que ahorra con afán las monedas de dos euros para costearse un viaje a Estados Unidos y abrazar a su hijo que se está buscando la vida. No ha oído que se fomentarán las políticas de empleo para hacer retornar a los jóvenes.  No hay garantías de un nuevo trabajo, mucho menos de un trabajo mejor. Por eso, también tengo una pariente que sufre un empleo insoportable. Cree que es mejor aguantar, apretar los dientes, cerrar los ojos y seguir aunque le coma la ansiedad y el estrés porque sabe que tras ese trabajo no hay nada. No tendrá otra oportunidad laboral.
Tengo un familiar con un bebé que hace malabarismos para compatibilizar su horario laboral y la crianza. Entra a trabajar a las seis de la mañana y no encuentra guarderías que abran tan temprano y no puede costearse una niñera, ya que su sueldo ronda los 800 euros.
Todas estas personas hablan de sus problemas, pero sus quejas no llegan a los políticos que llevan semanas prometiéndonos el cielo. Sin embargo, iremos a votar, dignos, convencidos, seguros, incluso esperanzados. Votaremos pese a las promesas que jamás se cumplirán y votaremos pese a los graves errores cometidos, votaremos pese a las mentiras repetidas mil veces como verdades y votaremos porque a nosotros sólo nos queda la ilusión de mejorar, el milagro.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Enamórame

No sé a quién votar, y votar para mí es una obligación y una responsabilidad, porque luego sí que nos gusta opinar y, los más atrevidos, hasta manifestarnos contra lo injusto, desproporcionado o intolerable. Primero se vota y luego se critica.
No creo que la campaña electoral, época de ‘postureo’ por excelencia, tiempo de cortejo y engatusamiento falaz, me convenza de nada, ya que estas semanas de promesas y de demostración de quién la tiene más grande, traviste más a los políticos que el carnaval.
Como todos quieren engañarme, al final me quedaré con quien me haga más gracia. Me da igual si se compra la ropa en Alcampo, si baila como Fred Astaire, si es más guapo que Clooney o si me jura que me va a poner un piso.
No quiero que me sonría ni que me bese, no quiero un ‘selfie’’ ni un autógrafo.
Si me preguntaran qué hay que tener para convencerme o enamorarme, diría, simplificando mucho, que no mientan. Con eso ya me doy con un canto en los dientes.
Si cualquier candidato saliera a la palestra a decir 'voy a intentar' en vez de 'voy a', si compartiera sus deseos con un 'quiero' o un 'me gustaría’, si no se comprometiera con temas que le han dictado, escrito o chivado al oído, y si no estuviera más pendiente de encuestas que de mí, ganaría puntos.
Si un candidato saliera a confesar que se ha equivocado diciendo: 'La cagué hasta el borde, pero además de político soy humano y a veces no estoy todo lo bien aconsejado o acertado que debería', me colocaría a su lado.
Si un candidato hablara para todos los ciudadanos y no para los de su partido, los allegados o los que están a punto de caramelo para entregarse, y se centrara en quienes han perdido sus casas, no llegan a final de mes trabajando, en quienes hacen cola en Cáritas, en quienes no pueden pagarse las tasas universitarias, en cada uno de los parados y les dijera ‘haré todo lo posible por mejorar tu vida, no sé hasta qué punto lo conseguiré, pero lo voy a intentar en cada decisión’, me tendría casi a sus pies. 
Si compartiera sus dudas, si hablara de las amenazas reales y no ocultara de forma sibilina opiniones graves o duras, si no culpara a otro de sus flaquezas, si me dijera que le tiemblan las piernas por la responsabilidad que supone gobernar, estaría ya rendida. 
Si me contara algún secreto, no inventado o de otro, sino algo que le haga sentir ridículo, que le sonroje, no le pediría nada más, sobre todo si me revela que sabe que se va a equivocar, y no una, sino muchas veces, pero que nunca serán errores que yo no pueda perdonar. Y, por pedir, ojalá me  jurara que no volverá a implorarme nada si el daño que me ha hecho es irreparable.
Porque yo no quiero ver a Dios en un trono, yo quiero ver a una persona valiente, sincera, capaz, inteligente y humana. Sí, es demasiado.
Me da igual que debata con otros en la tele, que me cuente en verso su programa, que llene plazas de toros, que pegue carteles, que reparta abrazos o que me diga incluso lo que quiero oír. Me da igual que se contonee en los programa de mayor audiencia. A cambio no le reclamaré que obre milagros, ni sea un superhombre o heroína. No quiero que me dé migajas para conformarme, aunque no perdonaré que me traicione si no es por el bien común, ni disculparé que me avergüence. Sólo le pido que me genere un deseo por él igual a su deseo por mí (por mi voto) y que me enamore sin flores ni bombones porque, pese a sus defectos y mis dudas, me fío de casi todo lo que dice. Y es que cuando quiera buenas interpretaciones, me voy al cine.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Ídolos tramposos

Pues no, yo no voy a hablar de la resolución del Parlamento catalán sobre su independencia. Ya está todo el mundo (incluida yo), ilustrado o no, llenando y contaminando el aire de comentarios sobre el asunto. Sólo apuntaría una cosa, manida y hasta simplona, la unión hace la fuerza y si el órdago de la mitad de los catalanes logra su objetivo, el resto de España se quedará huérfano, debilitado e incapacitado para luchar y vencer las verdaderas y crueles lacras que nos acechan y que empequeñecen nuestra democracia: corrupción, instituciones inútiles, paro, empobrecimiento y una brutal violencia machista. Sin los catalanes tirando del mismo carro, difícilmente el resto conseguiremos atacar y vencer estos verdaderos desafíos.
Dicho esto, yo quiero compartir un pensamiento, no sé si equivocado o no, y es la poca capacidad que tenemos los seres humanos en general para imponer, y sobre todo, para ejecutar un castigo. A mí me pasa con frecuencia, me ablando, se evaporan las razones originales y donde dije digo… Este pensamiento surge tras la noticia de la patada de Valentino Rossi a Marc Márquez. Un inciso, me parece muchísimo más grave, que unos periodistas satíricos invadan la vivienda del joven piloto micrófono y cámara en mano, eso sí es vergonzoso. Bien, pues tras emitir la imagen hasta la saciedad y, por tanto, difícil es que haya alguien que no se haya enterado, se celebra la última carrera en España, en Cheste, y una gran parte del público, pese a la patada y al escarnio de Márquez, vitorea a Rossi como un héroe. Quizá la patada fue algo instintivo que se produce en el transcurso de una competición y un pique y no habría que haberla sacado de contexto, pero de ahí a entronizar a Rossi, creo que hay una gran distancia, mayor que los kilómetros de una carrera oficial. 
Este caso es sólo un ejemplo, quizá el último del que tengo constancia, de los muchos que se producen. En general, lo de aplaudir a personas con repercusión pública, algunas delincuentes, que han cometido un hecho reprobable, es completamente miserable. Ha pasado y pasa constantemente, cuando se vota a partidos que mantienen en sus listas a políticos señalados y sospechosos, cuando uno se aposta frente a la reja de la cárcel para vitorear a la Pantoja, cuando uno compra una entrada para ver a Farruquito, después de atropellar a un hombre y darse a la fuga. Todo es deleznable, pero también una mofa para quienes son víctimas de estas ‘estrellas’ o para quienes llevan una vida honesta. Además, también hay miseria cuando seguimos tertulias de cuasi periodistas, dedicadas a desangrar a personajes igual de rufianes que se exponen desnudos a sí mismos y a su familia por un puñado de euros. Y así llegamos a encumbrar a ‘belenes esteban’ y a tullidos mentales. 
No se trata de ensañarse con aquellos que han cometido una grave falta ni de injuriarles a la entrada de un hotel, como está pasando con Piqué, sino de demostrar el rechazo a determinados comportamientos con silencio y cierto desdén.
Mientras los ciudadanos no percibamos y usemos nuestro poderío, nuestra fuerza, y hagamos del desprecio el castigo a personajes públicos que en vez de tener una actitud ejemplarizante por su repercusión social, actúan saltándose las mínimas reglas de convivencia y comportamiento, nunca serviremos para mucho más que para ser ciudadanos solos a la altura de ídolos tramposos.

lunes, 26 de octubre de 2015

Impunidad

Atención, pregunta: Con la investigación por supuestos cobros del 3% de comisión por parte de Convergència  en Cataluña ¿cuántos casos de corrupción llevamos ya en este país (que aún está entero)? La pregunta da para una respuesta infinitamente larga y con demasiadas variables sobre, qué partidos, cuántos políticos, en qué comunidades… Se puede incluso obtener datos de los protagonistas atendiendo al sexo, origen familiar, lugar donde cursaron estudios. Fascinante.
Y quizá, después de un extensísimo estudio, descubramos que no hay conclusiones generales ni denominadores comunes, sólo que han contado con un aliado imprescindible y extraordinario: la sensación de impunidad. No encuentro otra motivación, estímulo o razón para esta epidemia que se extiende salvaje.
Es curioso que todos los casos de los que tenemos noticia señalan a personas económicamente solventes. El ejemplo más claro es el de Rodrigo Rato. Como no se me ocurre una minúscula explicación para que este hombre, rico de cuna, se haya aprovechado, supuestamente, de sus puestos de responsabilidad, algunos de carácter internacional, y se haya forrado, he empezado a especular con teorías muy locas, como por ejemplo: ¿y si todo esto responde a una demostración empírica para algún organismo internacional sobre el tiempo y la cantidad que uno puede estar llevándoselas  sin que nadie se entere?, o se trata de un caso grave de ludopatía y se juega al bingo el infinito y más allá, o quizá es que sea víctima de alguna mafia rusa. Puede ser también que sea un Robin Hood que, como tal, pretendía repartir entre los necesitados. Tal vez lo hizo por venganza a su partido al no conseguir ser candidato a la presidencia, o podría ser que no soportara más a su familia y la única forma de perderla de vista era con una detención… Yo qué sé.
Y mientras nos enteramos de todos estos procesos, salta a la palestra Messi con todos sus balones de oro y una denuncia por fraude. Y tampoco entiendo la motivación, como no sea que en su país natal los cálculos se hagan de otra forma o que está hasta los mismísimos de que Hacienda se lleve un buen trozo de su pastel.
Sigo pensando que todo esto debe responder a ese poderío, esa sensación de impunidad, de sentirte invencible o intocable, porque si no, es difícil comprender que uno pierda tanto la cabeza, cuando además todos los días se están dando a conocer nuevos casos. Debe ser que hay muchos que se escapan y por eso merece la pena. Pero cuando te pillan con las manos en la masa, la pérdida es mucho mayor que todo el dinero logrado, desde el estatus hasta el prestigio y la invalidez para volver a ser lo que se fue. Y todo por un dinero que no se necesita para vivir aunque, a veces no se trata ni de eso. A veces el simple hecho de obtener un alto puesto o posición, incluso por méritos propios, ciega tanto que se pierde el norte y la noción de lo que es íntegro, justo, honesto, responsable… y se coloca a amiguetes utilizando concursos públicos para obtener un nombre ya elegido de antemano, como parece haber ocurrido en la Universidad de Cantabria y como pasa todos los días en todos sitios, incluida esta Región de Murcia, o te da por quitar multas a los afines o te da por manipular la información de una televisión pública para que te saquen siempre guapo.
En fin, suma y sigue. Ojalá llegara el momento en el que pudiera escribir o reflexionar sobre temas que no estuvieran relacionados con corrupción y prevaricación, pero son malos tiempos en esta tierra para la lírica.

sábado, 3 de octubre de 2015

Mentiras

He descubierto que mi champú tiene extracto de higos y es revitalizante, hidratante y no sé cuántas cosas más. Pero es mentira, como casi todo lo que vemos y oímos, como casi todo lo que nos venden.
Yo creo que es fácilmente justificable que alguien que quiera hacer negocio exagere las cualidades de su producto, eso forma parte del marketing, pero de ahí a otorgarle propiedades medicinales, pues no. Pero lo mejor es que todos estamos vendiendo siempre algo, incluidos a nosotros mismos. Por tanto, mentimos mucho.
Algo así debe haberle pasado a Volkswagen, que menuda ha liado por ocultar las emisiones contaminantes de sus vehículos. Si es que con tanta mentira, ya no te puedes fiar de nadie. El fraude está en el aire. Nunca mejor dicho.
Pero además, los últimos días y semanas estamos asistiendo a un bombardeo brutal de noticias relacionadas con las elecciones autonómicas en Cataluña. Otra mentira. Esas elecciones sólo han sido un sondeo para contar independentistas. Bueno, al menos ya han tomado el pulso unos y otros, y sabrán, aunque tengo serias y verdaderas dudas, por dónde tirar. Lo tremendo es la gran movilización ciudadana que una mentira puede desencadenar y lo fácilmente manipulables que somos los seres humanos, quienes acudimos en manada a votar tras campañas electorales, todas diseñadas y construidas sobre mentiras, con la esperanza de mejorar nuestra sociedad.
Y, hablando de bombardeos, el de Rusia a Siria estará, seguramente, inspirado y motivado en otras muchas mentiras. Algún día, alguien podría dedicarse a contar los muertos producidos por ataques en busca de terroristas. Nos engañan con miserables excusas para ocultar verdaderas razones, nunca cimentadas en el interés de los ciudadanos. La mentira es más fuerte y siempre gana.
Mientras tanto, los sirios huyen en bandada y de forma desesperada de un país arrasado. Ahora que los rusos han intervenido, nadie debería dudar de los motivos de este éxodo tan sangrante.
Yo nunca he creído que la decisión de abandonar tu país en guerra, arriesgando la vida de tus hijos sea frívola, caprichosa y alegre. La imagen de aquel pequeño niño ahogado en la orilla de una playa turca es suficientemente fuerte e impactante como para entender la desesperación. No hay palabras que la expliquen mejor que la soledad de Aylan Kurdi ahogado. Yo también cruzaría mares y desiertos en busca de una vida mejor, aunque esté en un mundo lleno de mentiras. Los únicos que en estas circunstancias no mienten son los húngaros, quienes han mostrado al mundo el generoso, solidario y gran pueblo que son. Yo aquí hubiese disculpado y admirado la mentira de hacer creer al resto de Europa que levantar muros contra los refugiados era para evitar las riadas.
Y una última mentira más, la de la Ley gallega de Muerte Digna, que no sirve para nada, que no está ayudando ni apaciguando la pena de Andrea y su familia, que desean acabar con el sufrimiento de doce años. Terrible decisión, desde luego, pero si existe la ley, debería cumplirse, para que no pase como aquella de ‘memoria histórica’ o la propia Constitución que establece el derecho a trabajo y vivienda digna. ¡Cuánta mentira!

martes, 8 de septiembre de 2015

Sospechosos

El otro día volvía de hacer unas compras y al pasar por la puerta de un supermercado recordé que me faltaba no sé qué. Así que entré y justo en ese momento la cajera me espetó con un 'las bolsitas tienen que dejarse en consigna' y yo, que sin ningún motivo cada día estoy más flamenca, me di la vuelta y me marché mascullando un 'las bolsitas las va a dejar tu prima'. Fue una chulería sin importancia pero muy natural que yo, que nunca he sido ni acusada, ni pillada in fraganti, ni tengo antecedentes ni soy deudora ni sospechosa ni nada, puedo permitirme.
Me ha cabreado y me cabrea mucho que alguien sin ninguna autoridad y, peor aún, sin ningún motivo, me pida que le enseñe el bolso ¿por qué? Si existiera una mínima evidencia de que he podido sisar algo, se puede entender, y a regañadientes.
O ¿por qué tengo que dejar en una cinta de escáner mi bolso para que un desconocido se empape bien del contenido? Vamos, para que ese día te apriete el sujetador y te lo guardes en el bolso! O ¿por qué dejar el móvil? ¿Qué arma mortal podría yo introducir en un teléfono? ¡Si me cuesta encontrar la ranura para meter la tarjeta!
No voy a decir que además de torpe para dedicarme al terrorismo soy buena persona y no he tenido malos pensamientos. Claro que sí, pero cuando das con una funcionaria con mala cara y mascando chicle a mí me dan ganas de pegarle otro chicle en el pelo, pero no de crear una célula terrorista ¡pues menudo trabajo!
Y luego está también ese otro momento en el que después de pasar por caja salta la alarma de la tienda. Pues yo en ese instante me dan ganas de poner tierra de por medio y salir corriendo, total ya, a los ojos del resto de clientes soy una ladronzuela, sólo me queda confirmarlo y hacer sudar a la tonta del haba que no me ha quitado la alarma. Debería existir una sanción para el comercio que te hace pasar el mal trago de verte señalada.
Está también el caso de que se te juzgue y se te acuse implícitamente de bandolero por la pinta que tienes. Yo, que tengo la costumbre de salir sin peinarme, un día de estos me cachean porque sí, porque hay una redada y parezco una quinqui.
Hay que ver, que en este embrollo de contradicciones e injusticias que es la vida, el ciudadano es siempre sospechoso. A ver, todos buenos no somos, pero delincuentes tampoco, de la misma forma que tampoco todos los políticos son corruptos...
El caso es que si lo primero que los compañeros de partido dicen de un alto cargo imputado es que hay que suponer la presunción de inocencia, ¿por qué un supermercado, un guarda jurado o
cualquier otro no me presupone inocente y me señala sin conocerme de nada?
Y ya me faltaba la enmienda a la Ley de Enjuiciamiento Criminal para impedir la toma de imágenes de un político detenido. Claro, éste, esposado después de que un juez vea indicios de delito, es inocente y lo de las esposas son calumnias de la oposición.
Pues la próxima vez que la cajera de su supermercado me llame la atención porque ella cree que al llevar unas bolsas voy a robar, le vacío el contenido en la cinta y, por su bien, espero que en ese momento no haya salido a tirar la basura.

jueves, 27 de agosto de 2015

Jóvenes

Está de moda ser joven y yo siento una vez más, la ciento y un mil en mi vida, que voy a contrapié, porque ni soy una veinteañera ni lo pretendo. De hecho, si se me apareciera el genio de la lámpara maravillosa tengo en mente millones de cosas que pedirle, pero entre éstas no estaría un elixir de eterna juventud.
Porque ser joven es maravilloso y lo es, quizá, porque se acaba. Sin embargo, si hay una edad del pavo de la que habitualmente uno se avergüenza, los hechos y dichos de la juventud no son todos precisamente para estar orgullosos.
Uno se equivoca toda la vida, pero mucho menos conforme va cumpliendo años.
Pero se ha puesto de moda ser joven, como si se pudiera elegir o comprar y como si ello fuera la garantía única para el éxito de una empresa o proyecto. De hecho, el otro día me llegó una oferta de trabajo de ‘Responsable de comunicación’, ojo, ‘responsable’ y se ofrecía contrato inicial de prácticas no laborales para menores de 25 años, pasando luego a contrato en prácticas, o contrato inicial de prácticas laborales para menores de 30 años. Muy inteligente dejar en manos de un joven inexperto la imagen de una empresa. Yo creo, de verdad, que cuando se habla de comunicación nadie sabe ni lo qué es ni lo qué significa ni mucho menos su trascendencia.
Pero esto al final es decisión de una empresa privada y allá ésta con su reputación. Sin embargo, a lo que voy es que observo entre asombrada y preocupada la selección de muchos jóvenes para dirigir departamentos en las administraciones públicas después de las últimas elecciones municipales y autonómicas. De entrada, rejuvenecer, refrescar, incluso animar las instituciones con cachorros no tiene por qué ser malo, pero sinceramente, aunque no seamos Grecia, no estamos para desviarnos ni jugar ni hacer experimentos con gaseosa. La experiencia es un grado, y cuando lo que hacen falta son gestores inteligentes, no listos, espabilados o ambiciosos, sólo inteligentes, a lo mejor, sólo a lo mejor, es necesario echar mano de los que tienen demostrada una larga experiencia y conocimiento.
Máxime cuando los jóvenes colocados son, desgraciadamente en muchos casos, hijos de padres a quienes los partidos les están muy agradecidos por una u otra causa. ¡Pues que les manden una cesta por Navidad!
No obstante, como la generalización es síntoma de estupidez, he de reconocer que he trabajado y conocido a jóvenes de una gran capacidad. Para uno malo que me ha salido, había dos cuya labor era encomiable. Así que ganan por goleada los buenos, pero claro estos no tenían responsabilidades políticas. El que salió rana, sí.
Creo firmemente que es necesario mirar los curriculum con lupa, igual que en la empresa privada, bueno no, más, para ostentar cargo, porque luego los ves que se tambalean, como cuando una niña de corta edad se pone los tacones de su madre. Es necesaria la formación, los idiomas (aunque en la administración ser amigo o afín ya tiene categoría de máster), pero también la experiencia, mucha experiencia, pero claro, lo digo yo, que no soy una veinteañera, ni lo pretendo.

viernes, 7 de agosto de 2015

Lealtad

Lealtad ¿qué es la lealtad? Antes de intentar acercarme a una definición más o menos correcta, diría que, al igual que otros valores como la honradez, la sinceridad o la amistad, la lealtad está corrompida, que es mucho peor que ser mal comprendida.
Pero hay lealtades y lealtades. La lealtad al partido me parece tan extremadamente peligrosa y algo tan absolutamente anexado a regímenes dictatoriales que me siento desazonadamente decepcionada porque los nuevos, aquellos que iban a cambiar este país y lo iban a transformar en honradez y decencia me vengan ahora con contrataciones de personas destacadas por una supuesta lealtad a unas siglas para ejercer de periodista y sin que haga falta la titulación para ello. Pues esto ya lo teníamos, y además desde hace décadas. Sin embargo, da igual, su ejercicio real no es el periodismo sino un chaqueteo empalagoso que no lleva a nada, ni siquiera a un buen servicio al patrón. No digo que entre los afines no haya gente preparada, pero son habas contadas.
Es cierto que ser licenciado en Periodismo y realizar un trabajo digno e imparcial no juegan siempre en el mismo equipo, es más, diría que ser imparcial y ser profesional es mucho más común. Yo lo he hecho y sí se puede. Pero a la vista de la noticia de que el Ayuntamiento de Cádiz elige un jefe de prensa sin titulación (PRNoticias, 28 de julio) porque basta ser 'uno de los nuestros', está claro que los requisitos para trabajar en este país han cambiado, pero de momento es lo único que ha cambiado. Una pena.
Lo más alarmante es que las administraciones seguirán a rebosar de hordas de estúpidos impuestos por los altos cargos al obviar el trabajo bien hecho y la experiencia y buscar esa lealtad con avaricia, como si fuera lo único que les asegurara el éxito, lo único que garantizara seguridad en sí mismos y buenos resultados. Es más, se da con una frecuencia vergonzosa la limpieza ideológica en las instituciones, porque ya se sabe que si piensas como el jefe y le votas a su partido se trabaja mucho mejor y el triunfo es seguro. Sí, creo que quien descubrió esta singular ecuación está a punto de recibir un Nobel.
La lealtad entraña sinceridad e inteligencia y, sobre todo, por encima de cualquier otra cosa, la lealtad implica decir la verdad. Creo que lo que se busca no es lealtad sino complicidad y silencio, lo que me lleva a pensar que quizá su exigencia sea necesaria para ocultar futuros trapicheos. Y eso ya lo tenemos. O, también, buscan rodearse de amiguetes para sentirse acompañados como si un despacho público fuera la sede de un club juvenil. En este caso, yo les aconsejaría que donde tengan la olla no metan... que luego ni amistad ni nada.
Pero siendo más rigurosa y, según la Real Academia de la Lengua, lealtad es el 'cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien', sin embargo, en esta lealtad de quita y pon que tanto se ve alrededor de los políticos veo mucha cobardía y sumisión. Me parece que la definición de lealtad en estos casos, con las honrosas excepciones que habrá, tiene que ver con esta segunda acepción: 'Amor o gratitud que muestran al hombre algunos animales, como el perro y el caballo', nada que ver con la tercera definición: 'Legalidad, verdad, realidad'.

domingo, 21 de junio de 2015

Por si me hacen concejala

Llevo unos días repasando mi pasado más o menos reciente. Intento recordar y buscar entre lo que he dicho o hecho. No, no es que quiera escribir mis memorias, pero oye y ¿si a alguien le da por hacerme concejala?
Porque tal y como está la cosa si tienes un pasado bocazas, loco o 'fumao' ya estas condenado de por vida. También, estoy mirando fotos por si en alguna aparezco con una camiseta con letras en inglés que aludan a algún disparate y yo, que me la compré para combinármela con un pantalón y que tengo un inglés poco suelto, me piense que voy saludando y lo que voy es nombrando al padre de alguien. Estoy incluso leyendo los perfiles de mis amigos y seguidores no sea que alguno esté alardeando de opiniones u gustos poco sensibles. Y el mío, mi perfil, se ha quedado como una patena, tanto, que si me hacen concejala, me tendrán que criticar por si llevo el pelo sucio en la foto.
Con las redes sociales soy poco agresiva. Me encantan los silencios y no sentirme obligada a hablar ni a ser graciosa. Así que de momento no me pillan. Pero claro, con este nombre y apellidos tan comunes, lo mismo me adjudican bravuconadas de otro.
En serio, no estoy defendiendo a Guillermo Zapata, ese concejal de Madrid que ha dimitido de mentirijilla después de que rebuscaran en su pasado y encontraran tuits poco afortunados, incluso deleznables. Pero lo cierto es que lo hizo hace cuatros años, así es que lo único que yo podría decir en contra de él es que tiene un pésimo sentido del humor.
Sin embargo, y por poner un sólo ejemplo, ¿qué hacemos con todos aquellos que meses atrás han estado comparando a la gente de Podemos con los nazis? Esos, de lengua rápida y cerebro enano, son fácilmente perdonables ¿verdad? aunque hagan esas declaraciones en el ejercicio de su actividad pública.
A mí personalmente no me hacen gracia ni unos ni otros. Pero eso sí, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Porque es cierto lo que le oía decir el otro día al actor Eduardo Noriega al respecto; la mayor parte de los que están hablando en las redes sociales no son conscientes de que salir ahí es como dar una rueda de prensa. Y las palabras no se las lleva el viento, incluso pedirle a Google que borre nuestra información a veces no es suficiente. En fin que, cuidadito.
Por otro lado, el escarnio público al que se someten los recién llegados a la política no es más que una pestilente muestra de la agresividad sin escrúpulos de los oponentes, quienes si se dedicaran a  sacar adelante proyectos en vez de a buscar basura, quizá a todos nos iría mejor.
Porque nadie se equivoque, no se ha inaugurado una nueva forma de hacer política sino una forma de exacerbado control a los nuevos políticos, como si su llegada a las instituciones fuera algo ilegal, antinatural o anormal. Y conste que el nivel de exigencia me parece bien. No puede ser un representante ciudadano alguien que le cuenta a la red sin pudor chistes xenófobos. No. Pero tampoco aquellos que mienten y tergiversan la verdad para vendernos una realidad torcida sólo por propio interés. Si al menos fuera para levantarnos la moral…
Y ahora, después de estas palabras, posiblemente no me llamen para ser concejala.

lunes, 1 de junio de 2015

Adiós al absolutismo

Sigo de resaca postelectoral, siete días con sus noches escuchando y leyendo cientos de reflexiones y conclusiones. En ese sentido, esta semana ha sido fascinante. Los resultados, personalmente, no me han dejado boquiabierta, pero sí las ingentes lecturas que se han hecho sobre estos y, por encima de ello, la inconmensurable sorpresa de cabezas de lista que se ven, después de dos décadas y por primera vez, derrotados aún habiendo ganado. Impresionante Rita Barberá diciendo ‘¡qué hostia!’ Y yo ‘flipo’: ¿Acaso esperaba usted revalidar una mayoría absoluta con la que tiene liada en su ciudad? ¿Acaso cree usted y sus compañeros de partido que los ciudadanos son todos tan cernícalos que vamos a perdonar una y otra vez sus fechorías? Nada más que el hecho de formular la pregunta me ofendo a mí misma, porque los ciudadanos no somos ese dios que perdona tras ponerle unas velas y después de haber escupido en la cara del prójimo. Algunos dejamos hace tiempo de poner la otra mejilla.
Y luego sale el señor presidente, a destiempo aunque prescindiendo de pantallas de plasma, a achacar la pérdida de votos con una obviedad simplona a problemas de comunicación… y yo añadiría, de valentía. ¡Hay que ver cuánto ejercicio de control de su información cuando son tan poderosos!
Así que la primera conclusión es que estos comicios dejan a los ganadores flaqueando y a los perdedores aspirando. Precioso (es ironía) papel que le están dando a Ciudadanos, quienes van a tener que ser unos verdaderos e inteligentes estrategas para apoyar el mantenimiento de los vencedores sin perder el aval recibido a su candidatura y acabar como UPyD.
La segunda es que los ciudadanos tienen hartura, tienen un limite y se han manifestado, muchos de ellos sin miedo al coletas ni a regímenes bolivarianos ni a tontadas parecidas, aunque, que nadie pase por alto que hay seis millones de personas a las que ‘se la pela’ la corrupción, la mala gestión o los recortes. Por tanto, sinceramente, la pérdida de votos es poco castigo para la devastación alcanzada. Así que tampoco hay que descorchar el champán.
La tercera y para mí principal consecuencia es el adiós al absolutismo, el principal y más vil vicio de la democracia.  Aquí sí sacaría el champán o ‘el gaitero’. Ahora, aquel que quiera gobernar tendrá que pactar, negociar y acordar. Se acabó la tiranía del ‘porque yo lo valgo’. Es mi esperanza, mi ilusión y mi sueño.
Se acabó el rodillo, se acabó tirar por tierra cada una de las propuestas de la oposición sin leerlas, se acabaron las triquiñuelas, los atajos, amañar concursos para colocar a enchufados, contratar a asesores de consejeros a través de organismos satélites, pagar viajes o mobiliario innecesarios a través de fundaciones… Si alguno de los ganadores en esta Región lee esto, sabrá de lo que hablo y, si no, se lo puedo explicar con datos.
Pese a todo, y como diría Manuela Carmena, creo en la reinserción, por lo que mi mejor deseo es que los ganadores que han perdido comiencen la etapa de retirada a los cuarteles de invierno, ya que atisbo el momento de iniciar la regeneración verdadera, de hacer acto de contrición y cambiar. Y, aunque haya quienes opinen que los nuevos se corromperán igual y empezarán a colocar a los suyos, estoy convencida de que mientras llegan, se acomodan y conocen los mecanismos de funcionamiento pasará un tiempo virginal en el que podremos degustar derechos como la igualdad, la libertad y la dignidad. Brindo por ello.

sábado, 25 de abril de 2015

Coladeros

La imagen de Rodrigo Rato registrado y, diría que, avergonzado, aunque vete tú a saber, me ha inspirado un pensamiento, poco científico pero no por ello falso, de que los partidos políticos son un coladero. Y no sólo por Rodrigo Rato, apodado 'el mejor ministro de Economía de la democracia'... A tomar viento los que vengan detrás. 
Digo, que no sólo Rato, los nuevos partidos políticos se las están viendo y se las están deseando para encontrar candidatos que cumplan unos mínimos. Un día sí y otro también leo que si Ciudadanos ha tenido que nombrar una gestora en Getafe porque se le han colado seguidores de Falange. Luego me cuentan que hay candidatos situados en primera fila de estos nuevos partidos, después de haber pasado por otros, sin ningún pudor, ni ideología ni coherencia. Digo Ciudadanos, pero Podemos, tres cuartos de los mismo. Y esto no es serio.
A esto le sumas el que se las lleva a la sombra del partido, el que coloca a la chiquilla que ‘no me ha valido para sacar unas oposiciones’ y, sobre todo, ese baile de nombres para incluir en las listas electorales, nombres que sólo son relleno, porque en muchos casos se trata de personas  que hay que seguir manteniendo en las instituciones ya que si no ¿a qué se van a dedicar? Hay algunos que no han trabajado en la vida y otros que ya no tienen edad para volver al oficio o que la empresa por la que una vez fue contratado ya no existe. Y ponerse a emprender da un poco de pereza. Yo lo entiendo.
En fin, un coladero. Eso son los partidos políticos.
Y a lo mejor la culpa no es de estas formaciones, es decir de las siglas, sino de quienes están al frente sin la fortaleza ni la resistencia para pasarse por el forro gratitudes que luego salen caras al partido y a los ciudadanos, las últimas víctimas.
Así que en eso se han convertido, en apacibles coladeros, que no caladeros, porque no hay nada que pescar. Son más bien refugios, donde se sienten protegidos e intocables muchos advenedizos. E incluso, a veces, son residencias de ancianos de lujo para pasar los últimos días antes de la jubilación, siempre forzosa.
Reconozco que hay comunidades autónomas como la de Madrid con suerte. Me fascina que una jueza ya de retiro como Manuela Carmena, que no tiene nada que demostrar, lidere la lista de Podemos. Pero también el cabeza del PSOE, Ángel Gabilondo, otro que no es sospechoso de que necesite la política para vivir bien.
No obstante, están cayendo los mastodontes de los grandes partidos, que deberían aprovechar la oportunidad de presentarse aligerados de pesos pesados que llevan toda la vida haciendo y deshaciendo. Deberían dejar que entre aire fresco, aunque pondría como requisito único que nadie alcanzara un cargo político sin haber pasado antes por la empresa privada, no digo universidad, digo que hayan trabajado, que hayan tenido un jefe, horas laborales interminables, un sueldo ajustado, no digo beca, y luego ya hablamos de hacer de la política un oficio. A ver si así, el coladero se convierte en caladero.

jueves, 2 de abril de 2015

Locos

El accidente aéreo que ha conmocionado a medio mundo vuelve a poner sobre la palestra nuestros miedos y nuestro desamparo frente a lo inevitable. Después de una catástrofe como ésta en la que padres pierden a sus hijos, hijos pierden a sus padres, mujeres y hombres a sus parejas…, lo que queda después es más temor que intentaremos combatir con muchas más medidas de protección.
Sin embargo, a la vista está que por mucho que nos resguardemos, por mucho que corramos para preservar nuestra vida o nuestro mundo, pasará lo que tenga que pasar, porque parece que los hilos del mundo están en manos de locos, de seres inconscientes ante el dolor ajeno, ante la vida de los demás. Son auténticos depredadores sin alma.
Y mientras sean los locos quienes decidan, poco se puede hacer. Pero no son dos o tres, ni son fanáticos localizados en un rincón del mundo, los locos están en todas partes, incluso en nosotros mismos. O ¿es que no hemos oído nunca eso de ‘era una persona normal’, ‘llevaba una vida normal’? hasta que se le cruza el cable y le da por estrellar un avión, matar a su pareja o acabar con la corta vida de su hijo.
Estamos rodeados de locos que llevan una vida igualita a la nuestra, así que no estamos a salvo.
Los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York trajo cambios que nos afectó a todos. De alguna manera todos pagamos por aquel ataque. A partir de aquella siniestra fecha, las cabinas de los aviones se blindaron para impedir la entrada de locos y a nadie se le ocurrió que esos locos ya podrían ir dentro antes de cerrar la puerta blindada. Es imposible pensar en todos los peligros y  amurallarse contra ellos. Esa obsesión también es de desequilibrados.
Es curioso que el orden social se diseñe a golpe de locuras. Hubo un tiempo que se podía llevar hasta salchichón en la maleta que traías hasta el aeropuerto, ahora no te dejan ni llevar un botellín de agua en el bolso.
Echas un vistazo a tu alrededor y hay detalles del entorno urbano que también se han modificado porque antes hubo un loco que hizo un estropicio. Y desde luego no hace falta estar medicado para ser un demente. Son los que viven, e incluso razonan, como la mayoría de sus congéneres, la verdadera amenaza para todos los que aún no tenemos cortocircuitos. Creo, además, que la locura anida en los gestos más pequeños. Se activa ante interruptores extremadamente sensibles. Ni siquiera pasar desapercibido es el mejor chaleco anti locos.
Quizá el gran reto es descubrir por qué se despierta la bestia que, visto lo visto, parece que llevamos todos dentro. Es como si sólo los que tienen una inmensa capacidad de aguante pueden salir indemnes, porque lo cierto es que la vida es tremendamente compleja y nos lleva  en demasiadas ocasiones al desvarío. Combatirlo y ganar la batalla nos deja en el bando de los juiciosos.
Los locos y el miedo a ellos son los que mueven el mundo, ese al que nos aferramos aquellos que, dentro de nuestra locura, nos creemos cuerdos mientras vivimos alegres y ajenos a cualquier amenaza.

sábado, 14 de marzo de 2015

Silencios que matan

Una vez alguien me dijo que el que calla es porque no tiene nada que decir. Esta afirmación que no es nada brillante, en aquel momento se me quedó atascada. No obstante, también oigo muy a menudo esto de que el que calla, otorga. Y esta otra frase ni es brillante ni cierta.
Cada vez más para mí los silencios son espectaculares y ocultos oasis, que te ayudan a ordenar. Cada vez más creo que los silencios bien administrados son signos de una singular inteligencia.
Sin embargo, saber cuándo hablar o cuándo callarse es tarea harto complicada y no precisamente apta para todo ser humano.
Se puede pecar de incontinencia verbal o de una mudez tras la que sólo está la pretensión de hacerse invisible. No hablo, no me ven y si no me ven, dejarán de buscarme. Como en el juego del escondite. Algo así es lo que pasa a muchos miembros de la política de todos los colores y, como ejemplo ilustrativo, tenemos el papelazo que el ministro de Defensa, Pedro Morenés, ha jugado en el caso de la comandante Zaida Cantera, una militar acosada, y otras muchas cosas más, por sus superiores, de apellidos de gordos y mente estrecha.
Para lo poco que se le ha visto en público al ministro, la verdad es que podría haber aprovechado y salir a la palestra a hablar con lucidez. Muchas mujeres y hombres se lo habríamos agradecido. Pero ha preferido practicar una táctica, que no sé si será militar, consistente en callar, hablar y después disculparse. No he entendido la estrategia, debe ser de última generación.
Otro demostrativo ejemplo de silencio es el que asume mucha gente, a la que no le cuesta absolutamente nada decir ‘te llamo’, ‘te contesto’ o ‘ya te digo algo’. Creo que cuando pronuncian esas frases están pensando en lo que van a comer, porque nunca llaman ni contestan ni nada. Las utilizan sólo como un latiguillo y dejan a su interlocutor quizá esperanzado, animado, expectante. Aquí el silencio impuesto por una de las partes no es más que una forma de mentir, sin medir las consecuencias que ese compromiso entraña.
Esto lo hacemos constantemente, aunque en mi caso yo prefiero decir ‘a ver si nos vemos’, que es una redundante forma de dejarlo todo en manos de la providencia.
Contestar me ha parecido siempre un signo inequívoco de buena educación, de empatía. A veces sólo requiere una palabra, una palabra sola que para el que espera es un manjar. 
Así que, los silencios debemos reservarlos para situaciones en las que es mejor callar porque se evita polemizar, porque el interlocutor no se merece una opinión tuya o simplemente porque no se tiene un pensamiento claro.
Pero cuando se tienen responsabilidades, los silencios deberían estar vetados. Hay que dar respuesta al que espera, al que necesita, al que desea… Y es que, aunque esa contestación no sea positiva, al menos te dejan el camino despejado para seguir. Después de conocer el caso de Zaida Cantera, que lleva años buscando solución, he comprendido al fin otra frase poco brillante pero que he oído mucho, hay silencios que matan. 

sábado, 21 de febrero de 2015

Enredada

Me faltaba a mí que mi madre también tuviera WhatsApp. Ya no hay humano virgen en la era internet. Y, si lo hubiera ¿Cómo lo encontramos? porque yo sin Ggogle no soy nadie. Mi melodía diaria es el sonido del móvil, que encima viene de fábrica. Es conectarlo en cuanto me levanto y ya empiezan a sonarme los WhatsApp, que si un chiste sobre la película ’50 sombras de Grey’, una ocurrencia del cuñado o las típicas preguntas de ¿Dónde estás? o ¿Qué haces?, que me encantan, sobre todo por la obviedad, ¡contestando a tu pregunta! 
Lo cierto es que hay días en los que me siento una esclava del teléfono, pero lo peor es cuando recibes mensajes escritos con tanto nerviosismo que no sabes ni qué te preguntan ni por qué. Entre las abreviaturas y las prisas, me llegan cosas ilegibles, tanto que al final no sabes si tu madre te ha hecho un bizcocho o te habla de algo que es viscoso.
Y luego está la dificultad de vigilar a los hijos que oye, a ti no te cuentan nada, pero todo lo que se callan contigo lo sueltan en la primera red social con la que consiguen cuatro seguidores. Entre que escriben ‘xq’, ‘wapa’ o cosas parecidas y que parecen espías del KGB poniendo claves, no hay forma de que me entere bien de nada. Y ahí ‘Google’ ayuda poco.
Pero la red es fascinante, te lo ofrece todo y te permite tocar, mirar e incluso quedarte con lo que te gusta. Pero como todo en el planeta Tierra, también tiene sus perversidades, la principal es que entraña una gran dificultad para separar el polvo de la paja. No todo es verdad ni todo el que habla es mínimamente inteligente. Y todo el tiempo que te ahorras en encontrar información sobre lo que sea, lo pierdes en comprobar si es o no verídica.
Ahí, Internet puede ser la peor máquina de crueldad, sobre todo por la cantidad de personas que se esconden tras disfraces para manipular, mentir o herir utilizando las artimañas más despectivas. Lees comentarios salidos de tono, argumentos ruines para defender cualquier cosa, insultos o bravuconadas, incluso críticas simplonas sólo por hablar. 
Por contra, el otro día leí una carta al director en un periódico de un señor que criticaba unas declaraciones y lo hacía citando a diferentes poetas. No sé si estaba o no de acuerdo con él, pero me pareció tan inteligente y tan raramente seductor que ya no puedo permanecer impertérrita cuando se hacen comparaciones facilonas con el comunismo más devastador o, lo que es peor, al contrincante político con cualquier asesino hitleriano. Me resulta de un abuso humillante decir lo que se opina sin reflexión en cualquier soporte, sobre todo en las redes sociales. Luego suplicaremos a ‘Google’ que oculte nuestros desvaríos de bocazas porque no queremos tener antecedentes o un pasado que nos avergüence. 
Para mí son imperdonables los pecados de los abusadores y las palabras estúpidas, que ocupan un lujoso espacio para aquellos que prefieren criticar con poesía. Aún así, pese a las perversidades de la Internet, yo prefiero vivir enredada.

sábado, 31 de enero de 2015

Lo que mal empieza

Una vez aminorados los estruendosos ecos de los comicios griegos, el anuncio de adelanto de las elecciones andaluza y catalana, la convención del PP y el lío de Podemos, tapándole las partes a sus miembros mientras les intentan sacar en pelotas, tenía dos opciones, o hablar de Bárcenas, que me tiene estupefacta, o dedicarme a reflexionar sobre un asunto desgarrador, la conclusión del informe sobre la percepción social de la violencia de género en la adolescencia y la juventud. Inquietante.
Pues bien, chicos de entre 15 y 29 años ven inevitable y aceptable controlar a sus parejas e incluso impedir que vea a su familia o amistades. Aquí sólo diría que lo que mal empieza mal acaba, a veces, incluso acaba, a secas.
Esto ha sido noticia durante una sola jornada de esta semana con sus días y noches. Todos los medios de comunicación se hicieron eco e incluso contagiaron a los ciudadanos, no a todos, su sobresalto. Pero ya está. Sin embargo, yo sigo impresionada porque hace tiempo que me pregunto por qué no son efectivas las campañas de sensibilización, ni contra el maltrato ni contra los accidentes de tráfico, y por qué no calan tan profundamente las noticias e imágenes sobre víctimas de violencia de género, mientras sí que nos impregnan frases, chascarrillos y tópicos simplones con un claro objetivo de idiotizar. Quizá sea eso, que los mensajes que nos llegan están destinados más a silenciar nuestra mente que a estimularla y al no estar acostumbrados a pensar, a proyectar, a imaginar, a buscar... nos creemos que la irresponsabilidad, la venganza e incluso la muerte está en el portal de otros que no tienen que ver con nosotros, aunque compartamos el mismo lugar en el mundo.
Que unos críos vean normal controlar a su pareja es grave y consecuencia de una educación huérfana, bien porque su madre no le ha dado un pellizco para llamar su atención cuando no ha cedido el asiento a una persona mayor, bien porque las estúpidas disputas políticas no han llevado a los colegios una verdadera educación en valores.
Y esos críos son formidablemente inteligentes, capaces de conectarse a la NASA con un teléfono de cartón piedra, manejar redes sociales con una agilidad febril o incluso inventárselas. Escriben letras en sus teclados a la velocidad de la luz, pero no para decir te quiero sin condiciones.
Demuestran que se puede ser inteligente e ignorante al mismo tiempo y es esa falta la que nos debe dar miedo a padres, educadores y responsables de la administración, porque un mes sin comer pasta, una regañina en el colegio o campañas de sensibilización ineficaces nos lleva a situaciones en las que el simple hecho de amar está rodeado de espinas, cuando enamorarse a los 15 o a los 20 y ser correspondido es un feliz milagro y debería ser un derecho fundamental.
Bueno, como en esta ocasión, el tema era serio, me prometo a mí misma compartir en la próxima  mis pensamientos sobre Bárcenas o el pequeño Nicolás o cualquier otro personaje de la política o de ‘Gran hermano’.

miércoles, 14 de enero de 2015

¡Menudo año nos espera!

Soy una friki de la Navidad. Me gusta. A otros les da por chupar candados. Pero ésta ya se ha acabado. Fue cerrar la puerta a los Reyes Magos y a tomar viento la magia. En la tele desaparecieron sin dejar estela esos elegantes, cuidados, eróticos anuncios de perfumes para dejar paso al de las compresas, justo cuando tenía conseguido ascender por la cortina del salón a lo Charlize Theron, y el de los juguetes por los anticongestivos, antitusivos y anticolestores. En fin, bienvenidos a la realidad.
Pero oye se ha ido la Navidad, y aún resuenan con alegría los ecos de las discusiones con la familia sobre Podemos. ¿Soy yo o el tema de conversación estas fiestas ha sido el nuevo partido? Como no quiero que se me vea mucho el plumero en esas tertulias al estilo ‘Sálvame’, sólo intervengo para apagar el fuego de la ira de algunos que dicen disparates tan estúpidos que aunque el susodicho no me toque nada, me da no sé qué que salga a la calle con esas ideas tan primitivas.
Lo cierto es que opinan después de pimplarse el vino, la cerveza y el cava. Es entonces cuando afirman furibundos, medio poseídos por el maléfico, que como ganen nos quitan las casas. Y lo sueltan sin anestesia, con la boca llena de polvorón.
Pues sí, la Navidad se ha ido, pero esta vez nos ha dejado el aperitivo de lo que nos espera este año que ya, a estas fechas tan tempranas auguro largo, más que 2014. Es un auténtico cansancio estar escuchando los resultados de las encuestas ¿cuántas llevamos ya?, que si Pablo Iglesias bebe los vientos por el régimen chavista, que si habrá pacto entre los grandes partidos o no, que si la crisis remite… Lo siento, pero psicológicamente no estoy preparada para tanta charla. 
Bueno, bueno, y luego están las quinielas sobre quiénes serán los tocados con el halo divino para gobernarnos.
A todo eso hay que sumar que si la Infanta Cristina y el caso Nóos, que si nuevos casos de corrupción de este y del otro… Me canso nada más que de enumerarlo aquí. Estoy por hibernar, y eso que me ahorro. De momento me había pasado a los programas deportivos, pero no he ganado en nada y eso que, menos mal, ya nos hemos librado de la intriga con el Balón de Oro.
Sin embargo, siendo sincera, prefiero mil millones de veces más someterme a estos debates baldíos, repetitivos, a veces poco fundamentados y en todo caso prescindibles en la mayoría de las ocasiones a que lo que me cuenten en la tele y en la calle es que unos locos han entrado en una revista y se han cargado a doce personas sin nocturnidad y con toda la alevosía, en nombre de un dios que, en caso de existir como ellos creen, estará más que avergonzado y huyendo hacia otra hibernación, a la espera de fieles más cuerdos y avanzados. 
En fin, que a la vista de tanto iluminado con medio dedo de frente voy a seguir escalando la cortina a ver si me llaman para el anuncio. ¡Menudo año nos espera!