viernes, 18 de diciembre de 2015

Votaremos

Se acerca el momento de ir a votar. Menos mal, una semana más de encuestas, debates y mítines y me exilio. Sin embargo, y pese a este momento de éxtasis político y de machacona exhibición pública con tanta saturada y reiterada información, que hacen huir despavorido al más creyente, he escuchado pocas respuestas a problemas personales, de esos que todos sabemos porque les ponemos rostro.
No he oído hablar de casos como el de una amiga que vendió su casa y se trasladó a la de sus padres. Así, con el dinero de la venta, va tirando ella y su familia mientras cada día que amanece espera ilusionada un milagro.
Tampoco se ha hablado de esa otra mujer que todos los días, de lunes a domingo, tiene que cuidar de su madre con alzheimer. Su única esperanza es que corra la lista en la sanidad pública para poder ingresarla en un centro especializado en su enfermedad. La percepción por la dependencia no da para pensar en cuidados privados.
Una compañera, que lleva esperando, años ya, un tratamiento para la fertilidad en la seguridad social, tampoco ha sido recordada en las comparecencias públicas de los candidatos. Igualmente, ésta descartó hace tiempo la opción de la clínica privada, se lo impiden los exiguos ingresos de mil euros mensuales que tiene.
Tengo también un conocido con un hijo universitario, que reza día y noche, pese a su manifiesto ateísmo, por que la criatura apruebe todo y que la matrícula no le salga por un pico. Bueno, mejor dicho, el pico ya es la matrícula pelada, reza para no tener que pagar también los suspensos.
Igual que mi vecina, con una enfermedad crónica, que cobra el paro y que paga los medicamentos necesarios al mismo precio que un paciente que ingresa unos 100.000 euros al año.
Tengo un allegado licenciado, con una larga trayectoria laboral, parado, de esos de larga duración, que ha enviado cientos de curriculum en los últimos años y, por no lograr, no ha logrado ni una miserable respuesta. Nadie le contesta, ni siquiera aquellos que ofrecen trabajo ni mucho menos los aspirantes a gobernar.
Tengo un amigo que hace chapuzas en negro y con ello puede comer, aunque ni cotice ni tenga seguros de ningún tipo. Otro no creyente, que de vez en cuando suelta un ‘Dios proveerá’. Tampoco él ha recibido aliento en esta campaña.
Tengo otra amiga, que ahorra con afán las monedas de dos euros para costearse un viaje a Estados Unidos y abrazar a su hijo que se está buscando la vida. No ha oído que se fomentarán las políticas de empleo para hacer retornar a los jóvenes.  No hay garantías de un nuevo trabajo, mucho menos de un trabajo mejor. Por eso, también tengo una pariente que sufre un empleo insoportable. Cree que es mejor aguantar, apretar los dientes, cerrar los ojos y seguir aunque le coma la ansiedad y el estrés porque sabe que tras ese trabajo no hay nada. No tendrá otra oportunidad laboral.
Tengo un familiar con un bebé que hace malabarismos para compatibilizar su horario laboral y la crianza. Entra a trabajar a las seis de la mañana y no encuentra guarderías que abran tan temprano y no puede costearse una niñera, ya que su sueldo ronda los 800 euros.
Todas estas personas hablan de sus problemas, pero sus quejas no llegan a los políticos que llevan semanas prometiéndonos el cielo. Sin embargo, iremos a votar, dignos, convencidos, seguros, incluso esperanzados. Votaremos pese a las promesas que jamás se cumplirán y votaremos pese a los graves errores cometidos, votaremos pese a las mentiras repetidas mil veces como verdades y votaremos porque a nosotros sólo nos queda la ilusión de mejorar, el milagro.

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