lunes, 20 de febrero de 2017

Ejemplos

Recuerdo que de pequeña, cuando me enzarzaba en alguna trifulca, sobre todo con mi hermano, mi padre, tras echarme la correspondiente regañina, terminaba con aquello de que tenía que dar ejemplo. Entonces la razón que alegaba es que yo era mayor.
Años después siguió con la misma cantinela, en situaciones de conflicto, con aquello de que tenía que dar ejemplo, pero entonces ya venía con el pretexto de que para algo me estaba pagando los estudios. Entiendo que era una forma de decirme que estaba por encima de mis enfados y de la gente que intervenía en ellos. Me lo sigue diciendo.
Sin embargo, aunque por aquel entonces yo entendía aquella enseñanza como ceder o poner la otra mejilla, reconozco que ha ido calando en mí de tal manera que, pese a que los referentes actuales son ‘youtuber’ haciendo el ganso, tertulianos sacándose los ojos, reality en los que la gente se casa con un desconocido o en los que se revuelca para tener un momento de gloria, estoy convencida de que quienes aún tenemos en muy alta estima la buena educación, el comportamiento socialmente correcto y nos envolvemos en banderas de justicia e igualdad conservamos nuestro público y, por él, por muy escaso que sea, hay que dar ejemplo, sobre todo si eres madre o padre, aunque no exclusivamente. También cuando eres vecino, compañero de trabajo y, siempre, siempre que seas un personaje público.
Me da igual el ámbito público en el que se encuentre. Aunque hoy no me voy a referir al mundo político, ¡con lo que ha dado de sí esta última semana! (ya están los telediarios y el resto de programas informando de que si el ex gobernador del Banco de España, que si la infanta y su marido, que si algún presidente de Comunidad Autónoma, sentencias de la Gurtel...). No hablaré de ellos porque al final, estos personajes ni son ejemplo para nadie ni pasarán a la historia, si pasan, por nada, en todo caso por entrar y salir de los juzgados.
Hoy me quedo con esos personajes públicos que pese a sus fechorías son un ejemplo a seguir porque perdurará en la memoria de millones de seguidores un gol mítico o una canción extraordinaria o un papel en una película emblemática.
Por elegir a uno, ahí tenemos a Maradona, a quien en su país le consideran Dios, pero para mí, como persona nada mitómana y como mujer, me asquea su desagradable, injustificada y enfermiza agresividad, porque esa actitud echa por tierra sus logros, su don de futbolista célebre. Claro, para mí, pero ¿qué pasa con esos millones de niños que juegan al fútbol soñando en convertirse en maradonas, quizá creyendo que ser lo más grande en un estadio lleva aparejado ser un tipo violento? Y como seas del Barça, ahí tienes las ruedas de prensa de su entrenador soltando exabruptos como si no hubiera un mañana. Las chulerías, conducir saltándote las normas de tráfico, consumir drogas, hacer un mal uso de las redes sociales y otros muchos comportamientos son lo contrario de un modelo a copiar. 
Los futbolistas por los millones de seguidores que mueven y por los millones en general que se levantan deberían tener comportamientos más ejemplares. Porque no es solo que se enzarcen con la prensa o con un jugador del equipo contrario, es la inmensa difusión que tienen, creando bandos con sus manadas de adeptos y oponentes argumentando justificaciones poco ejemplares. Para colmo, los programas deportivos, cada día más del estilo de cualquier 'sálvame', les dan un protagonismo tan desmesurado que tienen para llenar horas enteras de emisión con actitudes reprobables. Luego, claro, los aficionados son capaces de vociferar los insultos más humillantes. Tienen el campo, mejor dicho el estadio, abonado. 
En fin, ser famoso y ganar mucho dinero puede ser consecuencia de tener un don o una capacidad pero hay que ser un verdadero Dios para no perder la cabeza en público (luego en tu casa y sin meterte con nadie puedes ser un canalla). Porque puede resultar muy difícil conseguir popularidad pero está claro que es muy fácil ser un ejemplo, un mal ejemplo.