martes, 30 de diciembre de 2014

El telediario de la calle

Creo que no hay nada en estos momentos más arriesgado que salir a la calle, salgas con el cometido que salgas. Lo mismo te entra una comercial de Naturhouse para ‘invitarte’ a perder peso que te para una señora para preguntarte por la consulta del psiquiatra, y ambas te han llevado sin quererlo a un recodo desconocido y sorprendente al facilitarte una información de la que podrías prescindir porque sus preguntas, aunque no lo parezcan, no te llegan de forma aleatoria, ambas te ven como una semejante, es decir, como a una que le sobran kilos y le falta cordura.

Luego están los voluntarios de organizaciones que están portafolios en mano pidiéndote dos minutos que sabes de sobra que como te detengas serán veinticinco. Respeto y admiro su labor. Yo no sabría hacerla. Sin embargo, reconozco que su presencia, muy incrementada en los últimos tiempos, en cualquier zona de gran tránsito, me ha hecho cambiar de ruta en varias ocasiones. No es falta de solidaridad, es otra falta la que me impide atenderles y adherirme a la causa, por muy digna y justificada que esté. 

Me sorprenden y mucho las campañas tan feroces que están desarrollando en los últimos meses, pero más si cabe la cantidad de jóvenes que aceptan este trabajo, que además ejercen con alegría. Lo que también es un dato a tener en cuenta. Y luego están los que piden, también muy extendidos por las calles de una ciudad. Estos ya no se sitúan en las principales vías urbanas, cualquier trozo de acera les es válido, sobre todo si el trozo es la entrada y salida de un supermercado. También están las colas cada vez más grandes en las sedes de Cáritas para recoger comida y ropa, por no hablar de la gente que se moviliza para recolectar productos para los bancos de alimentos.

Esa es otra, la solidaridad que también se puede percibir en una ciudad. ¿O acaso no ha sido la calle la que ha abortado cientos de desahucios? 

Además, han proliferado las tiendas de segunda mano, de venta de productos low cost y hay muchos, muchísimos locales comerciales vacíos. Lo que también son datos bastante definitorios del actual momento.

Así es la calle, un rápido vistazo in situ te ofrece más información que un telediario. Y, desde luego, para mí los titulares son de informativo de Telecinco, tristes e incluso agresivos. Y eso que no entro en las conversaciones que se oyen mientras caminas, muy reveladoras de la situación de cada uno.

Por eso, aunque los medios de comunicación recogen desde hace semanas declaraciones de los responsables políticos sobre el fin de la crisis con mensajes de que lo peor ha pasado y que 2015 será el año de la recuperación, que ya hay crecimiento o brotes verdes, yo prefiero salir a la calle para comprobar la verdad de esas informaciones. Aún no la he encontrado y si hay algo de lo que me fíe más en estos momentos es de los datos que me proporciona la calle, aunque sea para recordarme que he ganado kilos.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Menú de una lluviosa tarde de otoño

El menú está compuesto de té con frutas deshidratadas bautizado con el nombre de ‘Calor de chimenea’, muy apropiado si se tiene en cuenta de que la lumbre está encendida y a toda tralla. También hay castañas listas para asar en las brasas, nueces y unas mazorcas de maíz, por si lo anterior no nos deja saciados.

Estás en tu sofá con tu manta, para alargar el calor creado, rodeado de esas personas con las que no haces cuentas de nada, porque son los  tuyos, a los que puedes quejarte, aparecer sin peinarte, echarles un sermón e incluso llorarles, es decir, esa única gente que es la de verdad. Además, están emitiendo en una cadena cualquiera ‘Tal como éramos’ con Robert Redford y Barbra Streisand.

Es entonces cuando percibes casi de manera invisible que ese momento, que probablemente se repita en unos días, con esos mismos ingredientes, con menos o con otros, que no tiene nada de insólito, especial, exclusivo, ese momento define la felicidad más que cualquier otra cosa.

No creo que haya otro objetivo que el ser humano busque o cualquier otro motivo por el que merezca la pena vivir, si no es por esos ratos de placer tranquilo, naturales, repletos de rutina. Por eso me cuestiono que si es ésta la aspiración, encontrar momentos de felicidad, de paz, ¿a qué se debe que nos lancemos a junglas desconocidas en busca de unos beneficios que al final no son ni tan auténticos ni tan buenos?

Nos volvemos locos con encontrar a personas que nos hagan felices, perdemos la cabeza por trabajos que nos reporten buenos ingresos aunque no nos proporcione ni estímulo ni nos enriquezca intelectualmente, buscamos viviendas que provoquen más la envidia que la confortabilidad, nos compramos costosos trajes o grandes coches para presumir de lo bien que nos va la vida. Y todo es mentira.

Porque la felicidad son instantes para los que no trabajamos ni nos esforzamos. Así que no alcanzo a entender cómo personas con prestigio, con reconocidas carreras profesionales, que han ostentado cargos y responsabilidades públicas, personas cuyos nombres quedarán anexados a ciertos episodios de la historia de este país, pierden toda su supuesta honorabilidad, se fuman todo su éxito, su bienestar y hasta su alegría por meter la mano en un cajón ajeno con el único fin de amasar una fortuna aún mayor que la que su propio estatus le ha proporcionado.

Un claro y muy actual ejemplo es la familia Pujol, acechada por la prensa a cada paso y señalada por los ciudadanos como unos quinquis cualquiera, desnuda de una gloria ahora pasada. Lo peor es que si, una vez descubiertos y acosados por la justicia y la opinión pública, les preguntáramos por su arrepentimiento, creo que no habría acto de contrición, sólo ira por que sus miembros han sido pillados ‘in fraganti’. 

Y es que estos avariciosos afortunados son incapaces de distinguir lo que es correcto de lo que no, lo que es honrado de lo que no y lo que es la felicidad de lo que no.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Me arranco por Pimpinela

Llevaba preocupada unas semanas. Sentía que era invisible. Invisible para conseguir miles de seguidores en las redes sociales, invisible para quienes me rodean, que son sordos sólo para frases como ‘recoge eso’, ‘apaga la tele’ o ‘haz los deberes’. Invisible para los receptores de mis correos en los que me quejo de esto o aquello o en los que pido, que también pido.
Pero no, no soy invisible. Lo sé porque el Ayuntamiento de Murcia me escribe con una frecuencia tan continua que yo creo que se ha enamorado o que me va a nombrar vecina del año. También me escribe la Dirección General de Tráfico. Me escriben tanto, y de forma tan errónea, que echo cuentas y por cada vez que conduzco me ha caído más de una multa. 
Debe ser por el nombre tan común, aunque reconozco que se me ha pasado por la cabeza que hay algún agente que me tiene enfilada. No obstante, siendo más lógica, me inclino por que esta circunstancia, de la que no disfruto en exclusiva, es sólo producto o resultado del asfixiante acoso al que la administración tiene sometidos a los ciudadanos, que parece Saturno devorando a sus hijos.
Y ahora ya me pongo seria. Las arcas deben estar tan mermadas (y no voy a soltar la manida tesis de que la escasez se debe a lo mal gestionado o llevado) que ya no le basta con subir, perdón, actualizar (vamos a utilizar el mismo eufemismo) los impuestos. Te sacan el saín hasta cuando duermes. Y la verdad, ya tengo miedo de salir a la calle por si me pillan, y da igual que recicles a la hora aconsejada, que no tengas chucho que ensucie las calles, que no toques el claxon, que pagues tus impuestos puntualmente… da igual lo buen ciudadano que seas, porque estás solo, indefenso y a la deriva ante un mastodonte que además cuenta con la complicidad de las entidades bancarias que abren tu cuenta de par en par para que entren a saco. Entre lo que te embargan unos y las comisiones que te cobran los otros dan ganas de mezclar todos los residuos y comprarse un perro para que se cague en la puerta de determinados bancos.
Y ahora viene lo mejor, a veces se equivocan y tienen que devolver el importe de los embargos. No obstante, uno no se siente vencedor, se siente desolado, fatigado de luchar en batallas injustas e inútiles, que te hacen perder el tiempo y la fe.
Así que ¿miedo a Podemos?, miedo le tengo yo a que esta cultura del abuso se perpetúe.

De todas formas, viendo los escasos seguidores, las pocas respuestas recibidas y esta invisibilidad que viene y se va, he decidido comprarme no un chucho, pero sí un organillo y cantar a lo Pimpinela aquello de ‘olvida mi nombre, mi cara, mi casa y pega la vuelta’, a la entrada de cualquier edificio público. A ver si con música consigo una invisibilidad total ¡Me pongo ya a preparar la gira!

lunes, 24 de noviembre de 2014

¡Jesús!, perdón

No sé de dónde me sale esta vena de discreción y delicadeza cuando mi origen son los secos y solitarios campos de Albacete, donde la única institutriz que conocí en mi niñez fue la de Heidi… y sólo cuando se veía el único canal de la tele que teníamos. 
En fin, que siempre he intentado en mi relación con los demás ser educada, ponerme a la altura del momento y no pronunciar palabras que pudieran herir sensibilidades, aunque mi partenaire fuera un burro con orejas. Conste que esto no es una bendición ni una virtud celestial, es una jodienda y de las gordas, porque se pueden contar por miles la de veces que me hubiera gustado mandar a más de uno a Siberia… por no decir a la mierda y seguir con mis finos modales.
Pero a lo que voy, he detectado que hay palabras de cortesía que han perdido todo su sentido porque la actual sociedad que antes las veía bien las ha incluido en su listado de políticamente incorrectas.
Por ejemplo, si alguien estornuda, yo, de toda la vida, he respondido Jesús, pero claro si te encuentras con que el estornudado practica el Islam, no le vas a recordar a tu mesías. ¿Qué digo entonces, salud? Pues me cuesta.
Luego están esos momentos en los que te encuentras con personas de las que no sabes nada desde hace años. Por educación y no por cotillear, siento la obligación de preguntar por su estado civil y, claro, ya no puedes preguntar si estás casado, si tienes marido o mujer. Esto tengo que borrarlo ya de mi vocabulario porque puede que sea homosexual, que no crea en el matrimonio o que esté recién divorciado. Así que si deseo que la conversación no sea silenciosa debería preguntar simplemente si tiene pareja como si tal cosa. Además, en el caso de que el cuestionario vaya a más, ya tengo claro, clarísimo, que por el trabajo no pregunto. No vaya a ser que, aparte de recién divorciado esté parado. Lo mejor es que para que no se altere mi reputación de exquisita delicadeza zanje cualquier futura conversación con una persona de la que no sé nada cruzándome de acera o levantando la mano sin dar opción a pararnos. Como dice el refrán, quien evita la ocasión evita el peligro.
Y luego hay otras palabras, que no entrarían en el listado de políticamente incorrectas, pero que estos tiempos modernos les han hecho perder su nobleza. Por ejemplo, perdón. ¿Recordáis cuándo teníamos que pedir perdón a un compañero de clase por haberle lanzado una piedra, a tu hermano pequeño por quitarle la silla cuando se iba a sentar o a tu madre por pillarte sisándole unas monedas para un flash? ¡Qué humillación!  Aquella palabra me ardía tanto que al pronunciarla salía tan disparada que sonaba más a patrón, cabrón o a cualquier otra que terminara en on. Sin embargo, ahora se pronuncia con una soltura tan natural que no tiene ya esa función de reconocimiento de culpa. Y luego está Rajoy, que la lee.
Dejo para otra ocasión aquellas palabras nuevas que describen momentos y situaciones también nuevos. Mientras tanto, me dedicaré a abandonar mis estudios de idiomas para revisar mi vocabulario nativo y me camuflaré entre el ruido para no tener que decir ni Jesús, ni perdón ni preguntar por parejas o trabajos.



viernes, 31 de octubre de 2014

Supervivientes




Llevo semanas queriendo escribir en este blog, pero cuando tengo alguna ocurrencia, nada, que tenemos otro caso de corrupción. Y no quiero, quiero dedicarme a hablar de asuntos divertidos, placenteros…Pero no hay forma. Primero me resistí a hacer un recordatorio blasfemo de todos los familiares políticos y carnales de los titulares de las tarjetas opacas de Bankia. Conste me costó y, de hecho, creo me han quedado secuelas.

Dejé pasar unos días para ver si me descontaminaba y, de pronto, salta la noticia de la imputación de Acebes… vuelta otra vez al proceso de desintoxicación, no sin antes acordarme de nuevo de toda su familia. Respiré hondo tres o cuatro días y se me pasó, pero sólo la ira, las ganas de verlo entrar con una gran bolsa de plástico a cuadros en la cárcel no se me quita.

Para colmo, todos estos casos tenían como música de fondo, como una letanía, la gestión, pésima, del primer caso de ébola. En fin, que no nos pase nada, porque estamos a la intemperie.

Empieza una nueva semana, y me coloco el colgante de orgonita, espolvoreo mi casa con incienso… y no he terminado de envolverme en energía positiva cuando me topo con el registro de no sé cuántos ayuntamientos madrileños y la detención de Granados.
Nada, que no hay un día en el que me den un respiro.

Y, aunque no tiene gracia e intentemos vivir sin que nos afecte haciendo chistes, lo cierto y verdad es que somos sin lugar a titubeos ni dudas el país del milagro, donde la mayoría de los ciudadanos somos unos supervivientes porque nos sobreponemos rápidamente a cada uno de los casos de esta repugnante situación de enriquecimiento avaricioso, descontrolado y a costa de gente que intenta no perder el equilibrio y resistir de forma demasiado básica, pese a levantarse cada mañana para ir a trabajar y cuya única aspiración en muchos casos es poder sufragarse unos langostinos cocidos y congelados en Navidad, porque la cosa ya no da para más.

En el país del milagro, aún hay gente que tiene un trabajo, a veces precario y esclavizante, los niños siguen yendo al colegio aunque muchos de ellos ya están condenados a no ser nunca universitarios y los mayores todavía están cubiertos por una sanidad gratuita y de calidad, que se cargarán pronto en favor de empresas privadas que llenen de comisiones las manos de políticos. Así que esto no se acabará.

Pero también somos el país del milagro porque no hemos perdido los papeles, no estamos quemando contenedores de la rabia. Pese a nuestro estupor, nuestro cabreo y nuestra menguante calidad de vida, estamos siendo ciudadanos ejemplares. Con lo que me gustan las buenas formas, no sé si me siento orgullosa de esto.

En el país del milagro es tan excepcional y tan exagerada esta situación que el Papa Francisco debería situarlo en la cristiandad como lugar de peregrinación... Yo ya tengo algunas ideas para llenar de crucificados el camino.

martes, 7 de octubre de 2014

Actualización pendiente

En los últimos tiempos estoy en un estado de estresante tensión tal que le parezco a Santa Teresa: Vivo sin vivir en mí y muero porque no muero… 
Es todo tan cambiante que cuando consigo adaptarme a algo ya hay una actualización. Me faltaba a mí estar abonada a Apple, que cada vez que enciendo el ordenador me grita que tengo no sé cuántas actualizaciones pendientes. Sí, mucha novedad para mejorar, pero al final tengo las mismas preocupaciones.
Además, a veces tengo la sensación de que vivo con retraso, como si residiera en un archipiélago con otra franja horaria. 
El otro día tuve que recordar nuevamente los planetas ¡y ya no existe Plutón! En el colegio los memoricé cantando y claro ahora, es como quedarme a medio. A ver, si hace unos años era un planeta ¿qué ha hecho Plutón para dejar de serlo y para fastidiarme mi canción? Para las cada vez menos cosas que retengo, me faltaba que me las cambiaran.
Otra de las lecciones que me aprendí cantando fueron las tablas de multiplicar y, de momento, están a salvo, pero no me fío, seguro que viene algún listo sobrado que por pasar a la historia me las actualiza aunque sea para cambiar el orden. Pues nada, otra canción menos. Me voy a quedar sin repertorio. Menos mal que no tengo giras pendientes.
A eso hay que sumarle que ya no existe la URSS y en su lugar aquellas repúblicas de esa unión son ahora estados, con sus capitales, su idioma y su todo, pese a Putin.
Luego me encuentro que en clase de religión nos hablaban del Purgatorio, pero la Iglesia dice que no, que mejor lo dejamos como estado del alma, así virtual, que tampoco está el tema para mantener más repúblicas, que puestos a elegir se quedan con su Vaticano y que al Purgatorio y a sus almas residentes que les den.
Y ¿qué me dices de la Real Academia de la Lengua?, la han criticado por su conservadurismo, su inmovilismo, pero ahí está, paralítica y todo, nos dice que ya no hace falta que sólo de solamente lleve tilde, ni tampoco truhán, ¡con lo que me gusta la palabra y la de veces que podría utilizarla todos los días a todas horas, principalmente, cuando me pongo a ver el telediario!
En fin, ya solo (de solamente) me faltaría que Cataluña se independizara para quedarme más sola (de soledad) frente a este mundo cambiante.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Por un Día sin Conductores

Hoy, Día sin Coches, aunque para la mayoría es como si fuera el Día sin Magdalenas, le da lo mismo. Y es que si al ciudadano en general casi todo se la trae al pairo, para el ciudadano conductor el pasotismo es su traje de pilotar... aunque su coche no sea una nave.
Yo, si fuera administración, aprovecharía el Día sin Coches para situar en cada rotonda a un agente, de manera que todo aquel que cruzara de una tacada desde la izquierda todos los carriles hasta su salida le pondría una suculenta multa y le haría dar vueltas a la rotonda hasta que se quedara sin combustible, como si estuviera en la escuela escribiendo cien veces 'No volveré a escribir burro con v', que debe ser la única forma de que algunos les entre en la cabeza que aunque su héroe sea Fernando Alonso, ni llevan su coche ni tienen su destreza ni preparación ni están en un circuito profesional.
Lo del egoísmo y la chulería a la hora de conducir es algo que sobrepasa mi entendimiento. Juro que a mí no me pasa porque yo voy al volante con cara de estreñida del miedo que me dan los demás. Debe ser que me perdí alguna clase en la autoescuela, esa en la que explicaban que cuando te pones al volante, tú eres el rey, el que manda, el dueño del asfalto.
Lo de no saber qué hacer en una rotonda no tiene nombre pero ¿y lo de pitar a la primera de cambio? Yo, por cada bocinazo, además de una suculenta multa, le llenaría el coche de sardineros borrachos empeñados en entonar con sus pitos de plástico chino el 'bailando' de Enrique Iglesias.
En fin, que los coches hacen mucho daño al medio ambiente, pero sus dueños son capaces de jorobar el día a cualquiera, en el mejor de los casos. Así que abogo más por un Día sin Conductores, de esta manera mataríamos dos pájaros de un tiro

jueves, 11 de septiembre de 2014

En busca del milagro

Hay que ver que para los cada vez menos creyentes, incluso menos gente esperanzada en una futura tranquilidad tangible, sí que contemplo mayor fe o apuesta por algo siempre tan infinitamente lejano como el milagro. 
Tal y como está el panorama uno ya no busca la oportunidad, se deja ver ante la posibilidad o flirtea con la casualidad. Tal y como están la cosas, el desesperanzado, el cansado de esperar, el deseoso de un cambio vital o profesional, se confía a lo más inesperado, a lo más improbable, a lo imposible, al milagro. No vale ni confiar en la buena suerte.
No obstante, como en todo, en el milagro también hay intensidades o categorías. Es decir, para un parado el milagro sería encontrar un trabajo digno, para un enfermo, la cura, y para un corrupto como Fabra, el milagro es esquivar la cárcel.
Y, también, igual que en otras tantas cosas, el milagro se hace menos sobrenatural en unos casos que en otros, ya que éste no sigue criterios de justicia, bondad, autenticidad... El milagro llega y al que toque tocó, como la lotería, esa que tanto ha premiado a Fabra.
Y es que no es fácil que llegue lo lógico, ni lo correcto ni lo supuestamente normal o natural. Por eso entiendo que alguien diga convencido que sólo salvaría su situación un milagro. Y, si no, siempre puede uno joderse, como sentenciaba en el Congreso de los Diputados la hija de Fabra, otro ejemplo de milagro por llegar tan lejos con tan poca inteligencia.
Así que no queda otra que tener fe y esperar a que llegue eso tan improbable y tan próximo, eso que parece tan fácil para quienes creemos que no lo merecen. Aunque quizá el auténtico milagro somos nosotros, verdaderos resilientes de estos malos tiempos para vivir.

viernes, 22 de agosto de 2014

Rosa autóctona

Rosa se ha ido. Y en el momento posterior al rumbo cogido, ya definitivo, me acuerdo de cuando la conocí. Fue en Cabo de Gata. Mi primera vez en Cabo de Gata, en Almería y con Rosa. Mientras su hija, mi amiga, nos conducía por la zona, ella me hablaba de la pita y me decía 'esto es autóctono' y me impresionó más la palabra utilizada para destacar la flora del lugar que la especie en sí. Desde entonces cada vez que veo una pita, sea de dónde sea, me acuerdo de autóctono, y de Cabo de Gata y de Rosa.
Años después cuando volví a encontrarme con ella siempre andaba por la casa con la radio encendida escuchando alguna tertulia, por eso podía opinar sin dificultad de cualquier personaje o hecho, y me seguía impresionando, porque uno vive rodeado de prejuicios, agarrado a generalidades que tapian la posibilidad de ver que una mujer, esposa entregada, madre protectora y abuela de las de antes puede saber sin buscarlo mucho más que cualquier licenciado.
La última vez que Rosa hizo una demostración de su bagaje intelectual fue cuando la coronación de Felipe VI porque recordó que el V fue el primer Borbón, Felipe D'Anjou. Ella con sus ochenta y tantos sabía de Felipe V, mientras cientos de jóvenes no conocen a sus contemporáneos a no ser que salgan en profundos y sesudos programas como ese de "Mujeres, hombres y viceversa".
Rosa era sabía y supo estar en la vida.
Sólo espero que allá donde vaya se encuentre con lo auténtico y lo autóctono y pueda disfrutarlo eternamente con la misma mirada, orgullosa de su tierra, que le dedicaba a la pita de Cabo de Gata.

viernes, 18 de julio de 2014

Amañado

 Recientemente he participado en un proceso de selección de personal convocado por la administración regional de Murcia. Me presenté porque cumplía con los requisitos exigidos y pese a la poca fiabilidad que me inspiran las administraciones que se enzarzan en convocatorias para atribuirse una legalidad que, de partida, está viciada, es un fraude, porque el puesto está pensado y diseñado para un nombre concreto ya elegido y no precisamente al azar.
Y ¡sorpresa! Ya me han comunicado que no he sido la candidata elegida. Pero ni hay frustración ni desánimo ni decepción porque sabía cuál iba a ser el resultado antes incluso de presentarme. Lo sabía casi al mismo tiempo que la administración decidía ampliar su organigrama con un palmero más.
Diría que me da igual, pero no es cierto. Me siento impotente al comprobar cómo, pese a la situación de precariedad económica, de pobreza, de paro, de crisis de valores, de denuncias de corrupción y abuso de poder...no hay ni siquiera un gesto, una mínima muestra de regeneración, de cambio, de culpa... Las aspas del molino administrativo siguen girando como si nada y pese a todo.
Y tampoco me da igual que se juegue con la esperanza de personas que, al contrario que yo, aún tienen fe. Ni me da igual ni lo entiendo.
Porque, si las administraciones hacen sin necesidad de nocturnidad, sin esconderse, lo que les viene en gana ¿a qué viene enredarse en convocatorias ficticias que les supone un desembolso de unos cuantos miles de euros para pagar a la empresa cómplice que les monta el teatrillo? Si nada más que el hecho de contratar a una empresa externa les delata ¿Por qué no hacen uso del Servicio Regional de Empleo y Formación? Casualmente el departamento que ha realizado esta convocatoria de broma es la que hace unos meses tenía las competencias en empleo.
Y tampoco me da igual porque, aunque debía intentarlo, me fastidia como una patada en la boca haberles bailado el agua, haber participado en su partida de cartas marcadas y haber contribuido a que su convocatoria tuviera la honradez de la que sus promotores carecen. Porque, a ver en los currículum no cuenta porque es una virtud en desuso, pero la integridad es lo que quizá más diferencia al que crea puestos a dedo, procesos amañados, de los candidatos que se presentan a pecho descubierto.


   

lunes, 30 de junio de 2014

Inútiles reverencias

Anoche estuve en la presentación de un colectivo cultural y saqué una conclusión que me gustaría compartir. (Por cierto, cuando me llegó la reflexión aún no había comenzado el ‘lunch’, de manera que estaba en plenas facultades). Yo, que en una larga etapa de mi vida (de cuyo nombre no quiero acordarme) he tenido que escribir discursos para políticos, preparar actos (consistentes en delimitar, por no decir vallar, el asiento del alto cargo) y realizar, con el cuidado y el ahínco que un poeta se tomaría su gran creación, la secuencia de un acto (abre fulanito, baja, sube menganito, saluda…), me sorprendo ahora de que en el desarrollo de un evento, cada interviniente comience sus palabras agradeciendo a tal político su presencia, su sola, exclusiva y única presencia, sea diputado ‘emérito’ (de los que ocupan escaño en agradecimiento a los servicios prestados al partido) o concejal a tiempo parcial. Pero antes de ese reconocimiento gratis, ‘porque él lo vale’, en cuanto llega ese cargo público al lugar de celebración se le recibe con cierta pleitesía, casi doblando el lomo, aunque le hayas pedido una subvención para llevar a cabo tu proyecto y te la haya negado. Si después, el acontecimiento incluye cóctel, se le sitúa en un lugar apartado, vip. Y veo impertérrita cómo se le ofrece, se le presenta a unos cuantos elegidos, se le pregunta si tiene frío o calor…y nos olvidamos de que es quién es porque nosotros lo hemos decidido. No es nadie tocado con cetro divino, ni obra milagros, ni es un cerebro privilegiado procedente de Oxford, ni tiene el poder para casi nada. Si no ¿cómo íbamos a estar donde estamos? Así es que mi reflexión es que cuando los ciudadanos dispensamos ese trato exclusivo estamos apartando al político de la normalidad, de lo común, de lo cotidiano. Tenemos parte de culpa de que estén tan alejados de la realidad, de la calle. Y no sepan lo que cuesta un café ni estén acostumbrados a pagar, e incluso pasen los tiques de los bombones que se comen. Dejémonos de idioteces y de falsas e inútiles reverencias, que duran lo que dura el susodicho en el cargo. Porque, eso sí, luego, cuando han dejado el puesto, si te he visto, no me acuerdo.

martes, 10 de junio de 2014

Los protegidos

No entiendo muy bien la reivindicación de aforamiento para el Rey. ¿Por qué tanta preocupación? Después de casi 40 años de reinado ¿es lo único, lo importante? Este tipo de discusiones pueden ser fútiles, completamente. Pero ¿y si no lo son? ¿Y si lo que motiva verdaderamente este nervioso entresijo es que existen indicios de una futura acusación? Bien, pues señores, la apertura de la sospecha es para mí más inquietante como ciudadana y como súbdita que el ocaso del bipartidismo, el ascenso de grupos izquierdistas, con lo que, por cierto, aunque aún no lo había compartido, estoy encantada; y la reclamación de la república, con la que no sé si estoy de acuerdo, pero sí que quiero un referéndum para que me dé la alternativa de decidir. La posibilidad de opinar es siempre lo que distingue a la democracia de lo que no lo es. En fin, a lo que iba, la inmunidad, el aforamiento y la protección de los representantes ciudadanos me resulta carca, incierta y maliciosa, además de clasista, ya que parece que su búsqueda entraña la coartada para salvaguardar a presuntos. Y en España, sólo, solamente, hay 10.000, entre políticos, jueces, fiscales… No digo que no sea necesario para aislar a determinados responsables con el fin de que se centren en su oficio, pero lo de a pajera abierta… Si es como todo, cuando existe cierta exclusividad en el privilegio, la posesión o la virtud uno se siente especial y único, pero cuando la globalización entra a saco no tiene ninguna gracia. Es curioso porque he visto a políticos que por el mero hecho de serlo se arrogan automáticamente ese halo de inmunidad de una forma salvaje, atropellada e irracional. Sabiendo como saben desde el minuto cero que su puesto es caduco, algunos fornican con su grado de protección como si no hubiera un mañana. Hacen y deshacen sin sutilezas, contratan de forma feroz, colocan y descolocan con la bravura de creerse indemnes porque se sienten intocables, y juegan como vándalos ausentes y alejados de la pobreza, el desahucio, la enfermedad y hasta la muerte. Invencibles e inmortales. Si de verdad todos fuéramos honestos, todos jugáramos a las cartas sin trampas, no existiría ninguna necesidad de protección. La protección sólo quedaría limitada al coito.

lunes, 2 de junio de 2014

El día de hoy

Un día como hoy, que te levantas por inercia y no porque haya una motivo que anime, te encuentras abocado a sobrevivir sin novedad, consciente de que será una jornada cualquiera, de las muchas, muchísimas, que pueblan una vida y, sin embargo, con esa percepción incrustada, vas tirando como un autómata sin esperar, ni siquiera desear, nada. Y de pronto, un Whats App, que dice ¡Rajoy hace una comparecencia pública! Y entro en Twitter y leo que se trata de anunciar la abdicación del Rey. Minutos después el presidente del Gobierno lo confirma. Y ya está, este día cualquiera, normalito, se convierte en una fecha histórica, de esas que los escolares tendrán que memorizar dentro de nada. A continuación, mientras se digiere la noticia, comienza a pedirse un referéndum para que los ciudadanos elijan qué quieren a partir de ahora, se reivindica la república y se convoca una manifestación para reclamarla. De pronto pienso en mí, en lo que yo quiero, y no sé. No sé si aceptar a pies juntillas que el Rey abdique en su hijo o unirme a la república. Y, de pronto, la tranquilidad asociada a un día aburrido y tonto se torna en inquietud por no dejar pasar la oportunidad que me brinda la vida de opinar y de opinar con convicción y con argumentos. Sea lo que sea, ya hoy no es un día de los que pasan y se olvidan. Y me alegro por ello.

jueves, 8 de mayo de 2014

No me importa equivocarme

Llevo semanas sin aparecer por aquí. Demasiadas para mí. Pero es que estoy en este sitio por propio interés personal sin más ni más grande objetivo. Esto de escribir respondió siempre a un interés muy íntimo y personal de consolarme y ordenarme. Algo infinitamente alejado de ese otro plan consistente en dar a conocer lo que pienso porque me creo un gurú de la opinión pública. Para nada. Mis modestos objetivos no me llevarán a ninguna meta, pero me llevarán a mí. Y digo esto porque he repasado todas estas entradas y, pasado el tiempo, con algunas ahora no estoy muy de acuerdo y con otras… lo habría dicho de otra forma. Sin embargo, lo peor es que observo un tono machacón, tristón, desesperanzado. Y yo soy así, sí, pero sólo a ratos. También he pensado en si estas entradas, en esta etapa en la que estoy inmersa, me benefician o me perjudican. La sociedad en general tiende a estigmatizarte, a colocar etiquetas: rojo, facha, perro flauta, parado, indignado, pijo, burgués…y lo cierto es que una única persona lo puede ser todo en una vida, incluso en un momento. A mí me ha pasado, he trabajado fielmente para aquellos que ideológicamente estaban al otro lado de mi inclinación política. Se puede hacer, hacer muy bien, y no eres un hipócrita ni un traidor por ello. Nunca hice apostolado con mis creencias, aunque a mí sí han intentado captarme en más de una ocasión, sobre todo en campaña… pero no compro lavadoras por teléfono. Soy sorda ya a los cantos de sirena. Y esto me lleva a decir alto y claro, aunque me arrepienta por el tono, que me importa una mierda que empiece la campaña electoral porque sinceramente no creo que los resultados europeos, sean cuales sean, mejoren mi vida, ni la mía ni la de mi familia cercana o lejana, ni la de mis amigos, ni la de mis conocidos… Y, como diría aquel, lo digo sin acritud y, sobre todo sin tristeza. Es más, lo digo con el alivio que da la seguridad de poseer la certeza o la verdad sobre algo. Ojalá me equivoque y vuelva a ruborizarme en un tiempo por esto que escribí, por ser un gran error de cálculo y por creer hoy que en política ya nada es para los ciudadanos. No me importa equivocarme.

viernes, 28 de marzo de 2014

El ejemplo que se llevó el alzheimer

Transcurrida la resaca por la muerte del ex presidente Adolfo Suárez creo que ha llegado el momento de darle salida a esta opinión, escrita justo cuando se anunció su fallecimiento. Sin embargo, en esos momentos había demasiado ruido informativo, aprovechando esa rancia costumbre de este país de destacar las virtudes de cualquiera casi exclusivamente en el momento de su muerte. Y resultaba extraña tanta admiración reconocimiento, homenaje y agradecimiento cuando en su día fue traicionado por propios y ajenos. Le atribuyen logros como el del consenso. Para un político que venía de la dictadura y que estaba acompañado por militares que se creían los firmes herederos del Franco, consiguió legalizar al Partido Comunista y sobre todo, y casi lo mejor, supo decir hasta aquí. Dimitió cuando comprobó que no podía, mejor dicho, no le dejaban hacer mucho más. Y estas son las cualidades que le destacan. Por tanto, entiendo que cuando se resaltan es porque se reconocen, están perfectamente identificadas. Así que me pregunto: Si los políticos que estos días han hablado saben lo que es un verdadero consenso y elogian la dimisión cuando toca, ¿por qué no lo ponen en práctica ellos mismos? Sin conocer con detalle los entresijos de sus años de gobierno, entre otros motivos porque la enseñanza de Historia Contemporánea en este país termina con el comienzo de la guerra civil, me quedo con el hombre que se enfrentó a muchos intereses políticos conservadores y después se retiró. Y luego llegaron todos los demás, los que han hecho de la política una farsa tan lejana del consenso porque prima ‘el porque yo lo digo’ y de la dimisión aunque los hayan pillado a manos llenas. Adolfo Suárez dio un gran ejemplo. ¡Cómo me gusta esa imagen del golpe de Estado del 81 en el que permanece impertérrito en su escaño mientras el resto de diputados se esconde! Eso fue lo que dejó, un gran ejemplo para políticos que se agachan ante la primera lluvia. Al final de sus años vivió ignorante de todo lo que acontecía. Su alzheimer, aunque triste, le sirvió al menos para ocultarle toda la degradación política que comenzó cuesta abajo y sin frenos años después hasta llegar a nuestros días. Él ya descansa en paz, pero queda su alzheimer, porque su ejemplo ya está casi olvidado.

jueves, 13 de marzo de 2014

Un día cualquiera

Un día cualquiera te puedes encontrar a uno cualquiera que grita ‘Con Franco esto no pasaría’ mientras muestra una apariencia de no contar con más de 30 años, así que mucho me temo que no conoció al señor del que habla ni vivió en la era del tal Franco. No entiendo la nostalgia. Horas después entro en un bar donde tienen la tele a toda mecha con la Belén Esteban recriminando otra vez a Jesulín la poca atención a Andreíta ante un público agradecido que aplaude a placer. Al mismo tiempo unas feligresas, en el mismo bar, intentan arrancarme el periódico porque quieren conocer los detalles de la muerte de una niña que participaba en ‘La Voz Kids’. Les sabe a poco conocer la tragedia y quieren más. Y para culminar el día, supongo que agotada de ver y oír tanto disparate, me quedo dormida viendo al Wyoming. Otro disparate. Y me perdí el grandioso repaso a los sermones de Rouco Varela y las inmensas contradicciones. A Dios rogando y con el mazo… Mientras tanto, durante todo el día, la radio no paraba de escupir noticias, que si la imputación de la ex ministra Magdalena Álvarez (vamos, lo de siempre), que si se había desarticulado un caso de tráfico de órganos (escalofriante) y que si la Región de Murcia contará con nuevo presidente. Aleluya… o no. Y es hoy, 24 horas después cuando consigo digerirlo todo, aunque sin degustarlo.

jueves, 6 de marzo de 2014

La mala educación

Si hay algo que me irrita sobremanera es la mala educación. No lo soporto. Cualquier gesto o cualquier expresión que denota, no ignorancia, pero sí dejadez, descuido, poco pudor y apatía, me pone a cien mil. Da igual que tengas estudios superiores o que no hayas salido del pueblo, la mala educación es un virus que está en el aire y afecta a todos… como la corrupción. El otro día iba caminando por una calle y casi me topo con un tío (porque señor no era) que se estaba escarbando el oído con una llave. Madre mía, me dieron ganas de empujarle la mano hasta que se tocara el cerebro, por cerdo. Sin embargo, una de las cosas más repugnantes que me encuentro todos los días a todas horas es esa gente que va escupiendo. Yo sé que ha llegado la estación del frío por los señores, y también señoras, que van por la calle soltando a diestro y siniestro sus esputos. Lo que no sé es cómo me he librado hasta ahora de que no me hayan salpicado. Ah, y di algo, que la última vez que recriminé a un chico su gesto me contestó ‘¿Y qué hago? ¿me lo trago? No le contesté, pero me dieron ganas de decirle sí, trágatelo a ver si te ahogas. ¡Qué bonita muerte! Tengo más ejemplos. A ver ¿qué es eso de ir a coger el pan al supermercado y tocar todas las barras que hay en la estantería? A ver si va a resultar que dentro hay sorpresas como en el roscón de Reyes y no me he enterado. Mi venganza es sacar la mirada de asesina para, cuando se den la vuelta, clavársela. Y bueno, bueno, cómo me ponen las señoras que intentan colarse en cualquier sitio, que no respetan la vez. ¿Para qué preguntan quién es la última, si les da igual? Siempre tienen prisa, aunque tengan ochenta años, pero luego tienen tiempo para darle conversación a la charcutera o el pescadero, que me lo entretienen y entre que se me han colado y hacen perder el tiempo a quien está despachando, me dan las uvas. Para rematar, porque tengo para escribir un libro, no puedo olvidarme de ese muchacho que fue mi jefe, con no sé cuántas carreras y masteres en el extranjero, que le daba todas las mañanas, bueno las que iba a trabajar, por dejarse la puerta del baño abierta. Sin comentarios. A mí me alegra el día un ‘por favor’, un ‘perdona’ o una sonrisa, así que no me rindo, aunque se trate de dar margaritas a los cerdos, sigo diciendo buenos días, pido permiso para entrar y no interrumpo una conversación.

lunes, 24 de febrero de 2014

El golpe de Jordi Évole

Pues sí, a mí Jordi Évole me la coló con su documental del Golpe de Estado del 23F y eso que desde el principio me chirriaban muchas cosas, por cierto, divertidísimas. Me chirriaba que en este país la cúpula política pudiera, primero, unirse tan férreamente ante el bien común, y segundo idear una trama tan delirante, tan efectista y tan discreta. A ver, me lo cuentan de la CIA y no me cabe duda, pero Spain is different. Me chirriaba la mezcla de conjuradores: políticos, periodistas, militares, la Casa Real y hasta cinestas. Me chirrió sobremanera que se eligiera a Garci entre Flotats, un ‘catalán afrancesado’ y Summers, que era el candidato de los socialistas, propuesto sólo por no perder protagonismo. A ver, esto sí que me hizo dudar, no de la verdad del documental pero sí de que ya estábamos en España. Me chirrió que Suárez tuviera que dimitir para reunir a todos los diputados en la Cámara. Jajajaja. Ahora, casi lo mejor fue cuando cuentan que tuvieron que negociar con los políticos para convencerlos de que tenían que meterse debajo del escaño. Jajaja. Aunque Santiago Carrillo incumplió y se mantuvo en su sitio, mientras a Fraga le entró hambre y se puso a desvariar. Buenísimo. Y el último detalle chocante, bueno penúltimo, fue que Garci se autoincluyera en su puesta en escena, al estilo Hitchcock, mientras Tejero se despedía de los guardias civiles que le habían acompañado en la aventura. Finalmente, me dejó pasmada el interés por el aparato que acompañó al Rey durante su discurso. Todo esto tambaleaba mi confianza ciega en Jordi Évole y en su revelación, que se fue al traste justo un par de minutos antes de los créditos cuando caí en la cuenta de que había demasiada gente implicada para que durante 33 años no hubiese trascendido nada. Vamos, eso no hubiese ocurrido en este país bajo ninguna circunstancia ni juramento. Eso de suceder así se sabe desde el mismo 24 de febrero de 1981, aunque ni entonces hubiera WhatsApp ni tan siquiera Internet. Yo también fui engañada, pero creo que nunca antes me había sentado tan bien, sobre todo porque creo que el documental de ficción no iba contra nadie. Fue una narración fantasiosa de lo que pudo motivar el Golpe del 23F y también una manera brillante de reivindicar transparencia y de pedir que los secretos de Estado estén limitados en el tiempo para que los ciudadanos conozcamos nuestra historia reciente.

jueves, 23 de enero de 2014

Atrapados y conformes

Llevo meses, quizá hace años, diciendo que me quiero ir de este país. Quizá, como aún no he dado ningún paso hacia ese rumbo, ya, marcharme a cualquier punto del planeta se me queda cerca. Así que prefiero esperar a una nave extraterrestre a ver si me abducen y dejo de tener conocimiento de hechos tan disparatados, tan injustos y tan aberrantes como los que me muestra esta sociedad en la que estamos atrapados pero conformes. Una de estas constataciones se produjo hace unos meses en un taller para desempleados en el que había gente muy joven con cualificaciones distintas, incluso recién licenciados, dispuestos a renunciar a sus conocimientos y experiencia por un puesto de trabajo cualquiera. ¡Qué pena! Sí, me da pena por ellos, por no tener siquiera la satisfacción de trabajar en lo que realmente les gusta, están preparados o saben hacer, pero también me da pena, más bien rabia, que el actual mercado laboral trate al desempleado como mano de obra, sin nombre, apellidos ni cerebro. Y casi peor, constaté igualmente, que serían felices si encontraran un puesto de trabajo con un salario de 600 euros mensuales ¡Qué horror! Hemos bajado tanto el listón, que nos queda ya poco por vender. ¿Y después qué? Después nada, santa Rita, Rita, lo que se da, no se quita, y les estamos dando todo a quienes tienen el deber de garantizarnos el estado del bienestar. Así que, paradojas de la vida, la juventud no es precisamente, en estos momentos, una virtud envidiable. Los de mi generación tuvimos más suerte, mucha más. La mayoría decidimos dónde queríamos estar e incluso tuvimos salarios dignos. Es verdad que lo tuvimos fácil porque estas ventajas nos las brindaba la misma sociedad sin tener que pelear por ellas. Quizá por esto, por la poca costumbre de pelear, hemos permitido que las generaciones siguientes se conformen con lo primero que encuentran. Y todos sabemos lo que pasa, cuanto más te agachas, más se te ve el culo. En fin, que yo no veo brotes verdes, ni recuperación ni señales de ningún tipo. Ahora eso sí, en mi caso no dejaré de esperar la estela de los paisanos de E.T.

viernes, 10 de enero de 2014

Año nuevo, vida...

Se acabó la Navidad, aunque yo siga comiéndome los restos de mazapán y algunos nostálgicos se empeñen en decir que hasta ‘San Antón Pascuas son’. A mí me gusta la Navidad. En fin, cada uno tiene sus vicios. Quizá me guste porque me da la excusa perfecta para ponerme hasta las trancas o quizá porque motiva que quede con gente que no es habitual de mi agenda. Sin embargo, en esta ocasión he respirado aliviada cuando se ha esfumado por la misma chimenea de la que año tras año espero que caiga algún regalo sorprendente, es decir, ni zapatillas de casa ni collares. He acabado muy harta y muy desilusionada de que siempre sea lo mismo. Así que para romper la tradición he decidido no hacerme ningún propósito para 2014. Ni voy a dejar de fumar, ni de decir tacos ni de criticar a amigos y enemigos. Tampoco voy a apuntarme a yoga ni mucho menos a inglés, total para pillar alguna palabra suelta en una canción lenta de Adele…No pienso cambiar en nada. Porque ¿para qué? Si nada cambia a mi alrededor. Ya hemos empezado el año y seguimos hablando de la ley del aborto y del caso Nóos, es decir, de restricciones a los derechos y de corrupción. Estamos en el mismo punto y tengo la sensación de que vivo atrapada en un bucle. En fin, no puedo decir eso de año nuevo, vida nueva. Así que voy a seguir dándole al mazapán que, de momento, es lo único que me deja buen sabor de boca.