jueves, 6 de marzo de 2014

La mala educación

Si hay algo que me irrita sobremanera es la mala educación. No lo soporto. Cualquier gesto o cualquier expresión que denota, no ignorancia, pero sí dejadez, descuido, poco pudor y apatía, me pone a cien mil. Da igual que tengas estudios superiores o que no hayas salido del pueblo, la mala educación es un virus que está en el aire y afecta a todos… como la corrupción. El otro día iba caminando por una calle y casi me topo con un tío (porque señor no era) que se estaba escarbando el oído con una llave. Madre mía, me dieron ganas de empujarle la mano hasta que se tocara el cerebro, por cerdo. Sin embargo, una de las cosas más repugnantes que me encuentro todos los días a todas horas es esa gente que va escupiendo. Yo sé que ha llegado la estación del frío por los señores, y también señoras, que van por la calle soltando a diestro y siniestro sus esputos. Lo que no sé es cómo me he librado hasta ahora de que no me hayan salpicado. Ah, y di algo, que la última vez que recriminé a un chico su gesto me contestó ‘¿Y qué hago? ¿me lo trago? No le contesté, pero me dieron ganas de decirle sí, trágatelo a ver si te ahogas. ¡Qué bonita muerte! Tengo más ejemplos. A ver ¿qué es eso de ir a coger el pan al supermercado y tocar todas las barras que hay en la estantería? A ver si va a resultar que dentro hay sorpresas como en el roscón de Reyes y no me he enterado. Mi venganza es sacar la mirada de asesina para, cuando se den la vuelta, clavársela. Y bueno, bueno, cómo me ponen las señoras que intentan colarse en cualquier sitio, que no respetan la vez. ¿Para qué preguntan quién es la última, si les da igual? Siempre tienen prisa, aunque tengan ochenta años, pero luego tienen tiempo para darle conversación a la charcutera o el pescadero, que me lo entretienen y entre que se me han colado y hacen perder el tiempo a quien está despachando, me dan las uvas. Para rematar, porque tengo para escribir un libro, no puedo olvidarme de ese muchacho que fue mi jefe, con no sé cuántas carreras y masteres en el extranjero, que le daba todas las mañanas, bueno las que iba a trabajar, por dejarse la puerta del baño abierta. Sin comentarios. A mí me alegra el día un ‘por favor’, un ‘perdona’ o una sonrisa, así que no me rindo, aunque se trate de dar margaritas a los cerdos, sigo diciendo buenos días, pido permiso para entrar y no interrumpo una conversación.

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