miércoles, 18 de diciembre de 2013

Bienvenidos al Club del Intrusismo

La pasada semana se armó cierto revuelo por conceder a la empresas particulares funciones propias de las fuerzas de seguridad del Estado. Ahora, según la nueva ley de Seguridad privada, aún no aprobada, un vigilante de un centro comercial puede identificarme, cachearme y hasta detenerme. No sé cómo se sentirán los policías y guardias civiles al comprobar cómo personas con una formación muy inferior a la suya van a realizar sus tareas. Entiendo que no les gustará nada. Es una descarada forma de intrusismo, que permite que algunos trabajadores desempeñen funciones para las que no están preparados. Esto me recuerda a lo que pasa con frecuencia en el periodismo, donde personas licenciadas en Derecho, Historia, Filología, Económicas… deciden, por esos macabros caprichos de la vida, que no van a ser economistas, abogados, historiadores y filólogos, sino periodistas, pero saltándose la formación académica exigida. Y no estoy hablando de esos que se sientan en tertulias televisadas a hablar de famosos y pseudofamosos. Esos sólo son la versión actualizada de las cotorras de patio de vecinos. Este intrusismo ha ‘jodido’ y mucho el periodismo. Sin embargo, en estos momentos de mi vida con lo que más me cuesta lidiar es con la inmensa competencia que un periodista licenciado tiene en el mercado laboral. Ese profesional sólo puede optar a las ofertas de trabajo que piden específicamente titulados en Ciencias de la Información, aunque pudiera desarrollar tareas propias de otras titulaciones. Por ejemplo, un responsable de Recursos Humanos de una empresa puede ser psicólogo, economista o abogado, pero no periodista. Entiendo perfectamente que sea así, lo que no entiendo ni quiero es que todos ellos puedan denominarse periodistas sin tener la formación y, lo más grave, sin intentarlo nunca. No se trata de saber escribir, sino de saber contar como si no existieras, lo que lleva implícito una gigantesca dosis de moralidad que te enseñan y que la práctica te exige, así que zapatero a tus zapatos. Si patética es esta situación, más lo es el inútil papel de los colegios profesionales. Nunca jamás han hecho nada por evitar esta injusticia. Es más, algunos incluso han abierto la veda para que los aficionados del periodismo se colegien con el fin único y aberrante de sumar almas a sus filas. He de admitir que conozco periodistas sin el título que ejercen con responsabilidad y honor la profesión, pero su incapacidad por el motivo que sea para ganarse la licenciatura en décadas me impide abrazarlos, aunque, jamás pondría el codo para impedir su entrada a una rueda de prensa. Sin embargo, quizá por ello, sólo quizá, el periodista es ese trabajador que se deja llevar por el vaivén de la actualidad, una actualidad que le come y le anula como persona, que limita la visión de su realidad individual, que ciega su capacidad para reivindicar y dignificar su profesión, quizá es ese trabajador que baja la cabeza en las comparecencias públicas sin preguntas y el que consiente que les escriban las cuestiones que ha de plantear. En fin, a lo que iba, señores policías y guardias civiles, bienvenidos al club del intrusismo. Por mi parte, por ponerme acorde con el absurdo y el esperpento que me circunda, pido que a la hora de cachearme venga un efectivo de esos que aparecen con el torso desnudo en los calendarios, porque a mí, si han de sacarme la barra de pan trincada en el centro comercial, que sea con profesionalidad, que de aficionados está el mundo lleno.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Mandela, el último héroe

En estos momentos, aún no silenciados los aplausos, las voces de admiración y las lágrimas por la muerte de Nelson Mandela, tengo la sensación de que su desaparición como hombre deja la estela de un héroe, quizá el último de esos héroes, personajes únicos, que han labrado los surcos que marcan hitos en la historia. A mí Mandela me resulta una referencia lejana en el tiempo y el espacio, pero no por ello deja de conmoverme su legado. Las grandes transformaciones de la humanidad han sido protagonizadas por iluminados como el líder sudafricano, por gente valiente que piensa en el colectivo antes que en sí mismo y se rebela contra el poder establecido, contra las costumbres cimentadas sobre siglos y, sobre todo contra quien maneja las armas. En la escuela, te cuentan que el primer revolucionario de la historia fue Jesús de Nazaret, quizá el mayor visionario por propugnar aquello del amor al prójimo, muy admirable si no hubiese tenido tantos malos herederos. Después, oías hablar de las gestas de Gandhi, Luther King, Che Guevara…Todos ellos han hecho historia y nosotros vivimos aquí apaciblemente el resultado de sus hazañas. También entiendo que para que hayan héroes debe existir previamente una situación de humillación, vergüenza, violencia o injusticia. Tal vez por ello escasean tanto por estos lares, por pensar ciegamente que nuestro mundo no los necesita, mientras dejamos que su trono sea ocupado por personajes que la historia jamás recordará o recordará mal y que en el mejor de los casos dejarán como señal el nombre de una calle en su ciudad natal. Estoy absolutamente convencida de que los héroes siguen haciendo falta, incluso en el primer mundo, donde las injusticias y la violencia existen aunque no nos parezcan graves porque las víctimas representan una minoría. Es curioso que en este momento de la sociedad nadie aspire a ser un héroe. A mí me hubiese gustado serlo, pero ya no. También, como todos, elegí vivir tranquila. Pude permitírmelo porque tenía el gran cobijo del legado de héroes como Mandela.

jueves, 5 de diciembre de 2013

En el paro, no parada

Hoy, me he levantado reivindicativa. Así que pido, exijo más bien, y de forma vehemente, que cuando el Gobierno presente cifras del paro que a mí no me incluya. Porque a ver, qué es estar en el paro o estar parada ¿no tener a alguien que te exija y te dirija? ¿No tener un horario? ¿No hacer un esfuerzo físico o mental? Pues yo estoy en el paro y no vivo en el paraíso de la relajación, el bienestar y la holgazanería. Y es que desde el minuto en que me levanto, siempre antes de las nueve de la mañana (lo que ya es un gran triunfo para mí), empiezo a correr, que si las camas, que si la comida, que si la lavadora, que si la compra… Y cuando creo que lo tengo todo controlado, me siento, tomo el libro de 600 páginas, que se me atragantó en el mes de julio, y ya en la primera línea empiezan a asomar unas migas de pan de debajo de la mesa. Las muy ‘hijaputas’ sólo aparecen cuando me apodero del sofá, hasta entonces están escondidas. Así que, lo siento, pero no puedo, dejo el libro, saco la aspiradora y, ya que estoy, la paso por toda la casa, no vaya a ser que las migas tengan más compañeras repartidas por debajo de armarios y camas. Y de esta forma se me hace la hora de comer todos los días, momento en el que empieza el ritual, de tenerlo todo preparado para aquellos que vuelven tras su jornada laboral o escolar. En cuanto entran por la puerta, comienza la tortura con preguntas tipo ¿me has buscado en el ordenador la vida de García Lorca? ¿Me has cosido el pantalón? ¿Me has planchado la camisa? Y es sólo en ese instante cuando pienso, ¿parada? Parada estaba yo cuando iba todos los días a trabajar. Ah, y no pongas el telediario a la hora de comer, porque entonces aparece el Gobierno hablando de brotes verdes, mientras tú ves las macetas chuchurridas en la ventana, porque sólo quedan 4.800.000 parados. Así que el Ministerio de Empleo me tendrá fichada como parada, pero yo trabajo, estoy activa y comprometida con lo que en estos momentos me toca. Eso sí, de vez en cuando (un día sí y otro no), me pongo la armadura y declaro la guerra a las migas de pan, a la ropa sucia y a todo. Y ese día se lo dedico a proyectar y a contar cosas a quien quiera oírme. A mí, el paro no me va a ganar ni tampoco el libro de las 600 páginas… ¡ya sólo me quedan cien!