jueves, 5 de diciembre de 2013

En el paro, no parada

Hoy, me he levantado reivindicativa. Así que pido, exijo más bien, y de forma vehemente, que cuando el Gobierno presente cifras del paro que a mí no me incluya. Porque a ver, qué es estar en el paro o estar parada ¿no tener a alguien que te exija y te dirija? ¿No tener un horario? ¿No hacer un esfuerzo físico o mental? Pues yo estoy en el paro y no vivo en el paraíso de la relajación, el bienestar y la holgazanería. Y es que desde el minuto en que me levanto, siempre antes de las nueve de la mañana (lo que ya es un gran triunfo para mí), empiezo a correr, que si las camas, que si la comida, que si la lavadora, que si la compra… Y cuando creo que lo tengo todo controlado, me siento, tomo el libro de 600 páginas, que se me atragantó en el mes de julio, y ya en la primera línea empiezan a asomar unas migas de pan de debajo de la mesa. Las muy ‘hijaputas’ sólo aparecen cuando me apodero del sofá, hasta entonces están escondidas. Así que, lo siento, pero no puedo, dejo el libro, saco la aspiradora y, ya que estoy, la paso por toda la casa, no vaya a ser que las migas tengan más compañeras repartidas por debajo de armarios y camas. Y de esta forma se me hace la hora de comer todos los días, momento en el que empieza el ritual, de tenerlo todo preparado para aquellos que vuelven tras su jornada laboral o escolar. En cuanto entran por la puerta, comienza la tortura con preguntas tipo ¿me has buscado en el ordenador la vida de García Lorca? ¿Me has cosido el pantalón? ¿Me has planchado la camisa? Y es sólo en ese instante cuando pienso, ¿parada? Parada estaba yo cuando iba todos los días a trabajar. Ah, y no pongas el telediario a la hora de comer, porque entonces aparece el Gobierno hablando de brotes verdes, mientras tú ves las macetas chuchurridas en la ventana, porque sólo quedan 4.800.000 parados. Así que el Ministerio de Empleo me tendrá fichada como parada, pero yo trabajo, estoy activa y comprometida con lo que en estos momentos me toca. Eso sí, de vez en cuando (un día sí y otro no), me pongo la armadura y declaro la guerra a las migas de pan, a la ropa sucia y a todo. Y ese día se lo dedico a proyectar y a contar cosas a quien quiera oírme. A mí, el paro no me va a ganar ni tampoco el libro de las 600 páginas… ¡ya sólo me quedan cien!

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