viernes, 28 de marzo de 2014

El ejemplo que se llevó el alzheimer

Transcurrida la resaca por la muerte del ex presidente Adolfo Suárez creo que ha llegado el momento de darle salida a esta opinión, escrita justo cuando se anunció su fallecimiento. Sin embargo, en esos momentos había demasiado ruido informativo, aprovechando esa rancia costumbre de este país de destacar las virtudes de cualquiera casi exclusivamente en el momento de su muerte. Y resultaba extraña tanta admiración reconocimiento, homenaje y agradecimiento cuando en su día fue traicionado por propios y ajenos. Le atribuyen logros como el del consenso. Para un político que venía de la dictadura y que estaba acompañado por militares que se creían los firmes herederos del Franco, consiguió legalizar al Partido Comunista y sobre todo, y casi lo mejor, supo decir hasta aquí. Dimitió cuando comprobó que no podía, mejor dicho, no le dejaban hacer mucho más. Y estas son las cualidades que le destacan. Por tanto, entiendo que cuando se resaltan es porque se reconocen, están perfectamente identificadas. Así que me pregunto: Si los políticos que estos días han hablado saben lo que es un verdadero consenso y elogian la dimisión cuando toca, ¿por qué no lo ponen en práctica ellos mismos? Sin conocer con detalle los entresijos de sus años de gobierno, entre otros motivos porque la enseñanza de Historia Contemporánea en este país termina con el comienzo de la guerra civil, me quedo con el hombre que se enfrentó a muchos intereses políticos conservadores y después se retiró. Y luego llegaron todos los demás, los que han hecho de la política una farsa tan lejana del consenso porque prima ‘el porque yo lo digo’ y de la dimisión aunque los hayan pillado a manos llenas. Adolfo Suárez dio un gran ejemplo. ¡Cómo me gusta esa imagen del golpe de Estado del 81 en el que permanece impertérrito en su escaño mientras el resto de diputados se esconde! Eso fue lo que dejó, un gran ejemplo para políticos que se agachan ante la primera lluvia. Al final de sus años vivió ignorante de todo lo que acontecía. Su alzheimer, aunque triste, le sirvió al menos para ocultarle toda la degradación política que comenzó cuesta abajo y sin frenos años después hasta llegar a nuestros días. Él ya descansa en paz, pero queda su alzheimer, porque su ejemplo ya está casi olvidado.

jueves, 13 de marzo de 2014

Un día cualquiera

Un día cualquiera te puedes encontrar a uno cualquiera que grita ‘Con Franco esto no pasaría’ mientras muestra una apariencia de no contar con más de 30 años, así que mucho me temo que no conoció al señor del que habla ni vivió en la era del tal Franco. No entiendo la nostalgia. Horas después entro en un bar donde tienen la tele a toda mecha con la Belén Esteban recriminando otra vez a Jesulín la poca atención a Andreíta ante un público agradecido que aplaude a placer. Al mismo tiempo unas feligresas, en el mismo bar, intentan arrancarme el periódico porque quieren conocer los detalles de la muerte de una niña que participaba en ‘La Voz Kids’. Les sabe a poco conocer la tragedia y quieren más. Y para culminar el día, supongo que agotada de ver y oír tanto disparate, me quedo dormida viendo al Wyoming. Otro disparate. Y me perdí el grandioso repaso a los sermones de Rouco Varela y las inmensas contradicciones. A Dios rogando y con el mazo… Mientras tanto, durante todo el día, la radio no paraba de escupir noticias, que si la imputación de la ex ministra Magdalena Álvarez (vamos, lo de siempre), que si se había desarticulado un caso de tráfico de órganos (escalofriante) y que si la Región de Murcia contará con nuevo presidente. Aleluya… o no. Y es hoy, 24 horas después cuando consigo digerirlo todo, aunque sin degustarlo.

jueves, 6 de marzo de 2014

La mala educación

Si hay algo que me irrita sobremanera es la mala educación. No lo soporto. Cualquier gesto o cualquier expresión que denota, no ignorancia, pero sí dejadez, descuido, poco pudor y apatía, me pone a cien mil. Da igual que tengas estudios superiores o que no hayas salido del pueblo, la mala educación es un virus que está en el aire y afecta a todos… como la corrupción. El otro día iba caminando por una calle y casi me topo con un tío (porque señor no era) que se estaba escarbando el oído con una llave. Madre mía, me dieron ganas de empujarle la mano hasta que se tocara el cerebro, por cerdo. Sin embargo, una de las cosas más repugnantes que me encuentro todos los días a todas horas es esa gente que va escupiendo. Yo sé que ha llegado la estación del frío por los señores, y también señoras, que van por la calle soltando a diestro y siniestro sus esputos. Lo que no sé es cómo me he librado hasta ahora de que no me hayan salpicado. Ah, y di algo, que la última vez que recriminé a un chico su gesto me contestó ‘¿Y qué hago? ¿me lo trago? No le contesté, pero me dieron ganas de decirle sí, trágatelo a ver si te ahogas. ¡Qué bonita muerte! Tengo más ejemplos. A ver ¿qué es eso de ir a coger el pan al supermercado y tocar todas las barras que hay en la estantería? A ver si va a resultar que dentro hay sorpresas como en el roscón de Reyes y no me he enterado. Mi venganza es sacar la mirada de asesina para, cuando se den la vuelta, clavársela. Y bueno, bueno, cómo me ponen las señoras que intentan colarse en cualquier sitio, que no respetan la vez. ¿Para qué preguntan quién es la última, si les da igual? Siempre tienen prisa, aunque tengan ochenta años, pero luego tienen tiempo para darle conversación a la charcutera o el pescadero, que me lo entretienen y entre que se me han colado y hacen perder el tiempo a quien está despachando, me dan las uvas. Para rematar, porque tengo para escribir un libro, no puedo olvidarme de ese muchacho que fue mi jefe, con no sé cuántas carreras y masteres en el extranjero, que le daba todas las mañanas, bueno las que iba a trabajar, por dejarse la puerta del baño abierta. Sin comentarios. A mí me alegra el día un ‘por favor’, un ‘perdona’ o una sonrisa, así que no me rindo, aunque se trate de dar margaritas a los cerdos, sigo diciendo buenos días, pido permiso para entrar y no interrumpo una conversación.