martes, 10 de junio de 2014

Los protegidos

No entiendo muy bien la reivindicación de aforamiento para el Rey. ¿Por qué tanta preocupación? Después de casi 40 años de reinado ¿es lo único, lo importante? Este tipo de discusiones pueden ser fútiles, completamente. Pero ¿y si no lo son? ¿Y si lo que motiva verdaderamente este nervioso entresijo es que existen indicios de una futura acusación? Bien, pues señores, la apertura de la sospecha es para mí más inquietante como ciudadana y como súbdita que el ocaso del bipartidismo, el ascenso de grupos izquierdistas, con lo que, por cierto, aunque aún no lo había compartido, estoy encantada; y la reclamación de la república, con la que no sé si estoy de acuerdo, pero sí que quiero un referéndum para que me dé la alternativa de decidir. La posibilidad de opinar es siempre lo que distingue a la democracia de lo que no lo es. En fin, a lo que iba, la inmunidad, el aforamiento y la protección de los representantes ciudadanos me resulta carca, incierta y maliciosa, además de clasista, ya que parece que su búsqueda entraña la coartada para salvaguardar a presuntos. Y en España, sólo, solamente, hay 10.000, entre políticos, jueces, fiscales… No digo que no sea necesario para aislar a determinados responsables con el fin de que se centren en su oficio, pero lo de a pajera abierta… Si es como todo, cuando existe cierta exclusividad en el privilegio, la posesión o la virtud uno se siente especial y único, pero cuando la globalización entra a saco no tiene ninguna gracia. Es curioso porque he visto a políticos que por el mero hecho de serlo se arrogan automáticamente ese halo de inmunidad de una forma salvaje, atropellada e irracional. Sabiendo como saben desde el minuto cero que su puesto es caduco, algunos fornican con su grado de protección como si no hubiera un mañana. Hacen y deshacen sin sutilezas, contratan de forma feroz, colocan y descolocan con la bravura de creerse indemnes porque se sienten intocables, y juegan como vándalos ausentes y alejados de la pobreza, el desahucio, la enfermedad y hasta la muerte. Invencibles e inmortales. Si de verdad todos fuéramos honestos, todos jugáramos a las cartas sin trampas, no existiría ninguna necesidad de protección. La protección sólo quedaría limitada al coito.

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