viernes, 22 de agosto de 2014

Rosa autóctona

Rosa se ha ido. Y en el momento posterior al rumbo cogido, ya definitivo, me acuerdo de cuando la conocí. Fue en Cabo de Gata. Mi primera vez en Cabo de Gata, en Almería y con Rosa. Mientras su hija, mi amiga, nos conducía por la zona, ella me hablaba de la pita y me decía 'esto es autóctono' y me impresionó más la palabra utilizada para destacar la flora del lugar que la especie en sí. Desde entonces cada vez que veo una pita, sea de dónde sea, me acuerdo de autóctono, y de Cabo de Gata y de Rosa.
Años después cuando volví a encontrarme con ella siempre andaba por la casa con la radio encendida escuchando alguna tertulia, por eso podía opinar sin dificultad de cualquier personaje o hecho, y me seguía impresionando, porque uno vive rodeado de prejuicios, agarrado a generalidades que tapian la posibilidad de ver que una mujer, esposa entregada, madre protectora y abuela de las de antes puede saber sin buscarlo mucho más que cualquier licenciado.
La última vez que Rosa hizo una demostración de su bagaje intelectual fue cuando la coronación de Felipe VI porque recordó que el V fue el primer Borbón, Felipe D'Anjou. Ella con sus ochenta y tantos sabía de Felipe V, mientras cientos de jóvenes no conocen a sus contemporáneos a no ser que salgan en profundos y sesudos programas como ese de "Mujeres, hombres y viceversa".
Rosa era sabía y supo estar en la vida.
Sólo espero que allá donde vaya se encuentre con lo auténtico y lo autóctono y pueda disfrutarlo eternamente con la misma mirada, orgullosa de su tierra, que le dedicaba a la pita de Cabo de Gata.

3 comentarios:

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  2. He conocido a Rosa poco tiempo, en los últimos años de su vida, quizá los más duros para ella; pero algo siempre me llamó la atención en nuestros contactos, su perenne sonrisa, su alegría instintiva, el fuego de su mirada llena de vida, que no era acorde con su cuerpo gastado.
    Cuando pasabas frente a la residencia en la que vivía, en muchas ocasiones, la veías asomada a un gran ventanal de los pisos superiores, observando un mar que llegaba más lejos de África, que daba la vuelta al mundo, porque estaba hecho con el agua de su existencia. A través de esas olas incansables ella flotaba, liberada de la maldición de la vejez, y retornaba a un pasado grato, a momentos deliciosos en los que el gran ser humano que era se manifestaba en todo su esplendor.
    La última vez que la vi fue hace un año. Rosi la llevó, silla de ruedas incluida, a pasar un rato a un chiringuito de la playa en el que estábamos tomando unas cervezas acompañadas de unas riquísimas sardinas. Me es difícil expresar la imagen que recuerdo con palabras, a mi cabeza solo acuden sensaciones, sin embargo puedo asegurar que la Rosa que estaba allí, compartiendo con nosotros aquel tiempo irrepetible, estaba liberada de su cuerpo y reía y tocaba y respiraba el aire de su amada Almería con una intensidad envidiable.
    En realidad, no sé cómo era Rosa, solo poseo destellos de esos breves instantes que vivimos juntos, como grandes amigos desconocidos que éramos (una paradoja, lo sé), pero serán los que conservaré para siempre en ese álbum que todas las personas tenemos oculto en algún punto de nuestra memoria, donde se guardan los momentos felices.

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  3. Muy bonito, Ángel, y muy tierno y grande

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