viernes, 1 de julio de 2022

Drogas

He leído que hay drogas para enamorar. En espray, te lo aplicas a la altura de la nariz y ¡alejop! caen rendidos o rendidas. 

Al final, tenemos que recurrir a las drogas para todo, para salir de la cama, para calmar tu alma, para el dolor de cabeza, para controlar el colesterol... y ahora también para enamorar.

Sin embargo, me parece más práctico una pastillita para dejar de odiar y, sobre todo, para ser respetuoso. El día que logremos la droga para permitir y favorecer que los demás hagan, dentro de los límites de los derechos, es decir, sin fastidiar al prójimo (que eso también es muy de los Mandamientos de la Ley de Dios), lo que les venga en gana, habremos dado un salto en la evolución que nos llevará a Marte sin transbordador espacial.

Así, países como Estados Unidos, panacea de las libertades, no volverán a abrir debates frentistas sobre aborto sí o aborto no. Porque en la inmensa mayoría de los casos no es una decisión alegre tipo: ¡uy, esta mañana me he levantado con ganas de practicarme un aborto! Todo lo contrario, es una alternativa que las mujeres, en un porcentaje que roza el cien por cien, le gustaría esquivar.

Que unos jueces o un gobierno decida qué hacer con tu cuerpo es otra forma de estupro. Y siempre, siempre, es el de la mujer el que está en constante discusión ¿por qué costará tanto respetarlo? ¿por qué se le tendrá tanto miedo?

De igual manera, no logro encontrar la razón de por qué tengo que asumir y doblegarme ante las ideas conservadoras, incluso retrógradas, de determinadas fracciones sociales, y estas mismas no pueden ni siquiera respetar las mías porque son opuestas a las suyas. En fin, la discriminación ideológica no es nueva y ya es costumbre que los grupos de poder se impongan pese a la protesta, pese a las mujeres.

Los hombres que deciden sobre nosotras deben tener alguna tara, algún temor, alguna herida. Los hombres que se meten con las mujeres no son los que nos hacen progresar, ni los que hacen el mundo mejor, más equilibrado y justo. Ojalá existiera una droga para aislarlos. A esa me apunto sin mirar los efectos secundarios.

De momento, tendremos que conformarnos con las drogas comunes, las que nos quitan el dolor, mientras los hombres que no conocen nuestro cuerpo, aunque hayan salido de él, ni respetan nuestras decisiones, sigan haciéndonos daño, un daño contra el que en este momento no existen pastillas, ni siquiera una tirita.

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