jueves, 30 de noviembre de 2023

Un amor

Hacía tiempo que una película no llenaba todos mis sentidos como Un amor, de Isabel Coixet. Es cierto que había predisposición, tenía decididos deseos de ir a ver este largometraje y eso que el libro me dejó una inquietud y una rabia que, si hubiese podido, habría entrado con armadura en las páginas.

La directora nos ofrece una visión, versión, lectura más dulcificada, que yo, después de transitar por el lado oscuro del texto de Sara Mesa (que es muy bueno), agradezco como el reo que celebra el indulto (no se me ocurrirá utilizar la palabra amnistía).


La película está llena de imágenes bellísimas pese a la soledad, decadencia, ruina y brutalidad que encierra. Eso sí es arte: transfigurar la fealdad del mundo, sin ocultarla.


La protagonista, Nat, que interpreta (y no me imagino a otra actriz mejor) una Laia Costa pulcra, pese a la suciedad de la desolación y los escombros, huye, se esconde, de su propio mundo, cuya tragedia le agrade, y no le importa el grosor de la multa que tenga que asumir por ello. Precisamente, es esa asunción apacible lo que yo no perdonaba como lectora.


También, con esta película, reflexionas sobre este vicio tan común de aferrarnos a un amor, a una amistad o a una lealtad que no merecen la pena por lo que sea. Deberíamos soltar amarras, dejar que se derrame todo, aunque duela, aunque te desangres y luego a seguir. Igualmente, no hay que conformarse con media caricia o con un medio amigo porque sientas que no hay nada mejor o, peor aún, porque pienses que no te lo mereces.


Nat cree que no puede elegir, coge lo que se le ofrece como única posibilidad, quizá porque es demasiado consciente de que hay otros sufriendo atrocidades verdaderamente descarnadas y ella, rodeada de goteras y cascotes, de seres superficiales y salvajes, es una privilegiada. Entonces, opta por castigarse con un hogar mísero, con los ataques de un casero misógino y vil, con la ferocidad de sus congéneres a quienes sólo les mueven instintos primarios, hasta el punto de que juegan con el trueque en las cosas del querer, y con un perro de pasado cruel.


Los libros te permiten crear imágenes libres de lo que lees, fantaseas con la cara de los personajes, ves con detalle paisajes lejanos y te trasladas a las escenas como un voyeur invisible. Es una experiencia tan íntima y tan autónoma que siempre creo que las películas acotan, empequeñecen e incluso contrarían tu perspectiva. No obstante, en este caso, Coixet hace una traducción esclarecedora del lúgubre mundo de Nat, que yo representé durante la lectura de Un amor, y lo agradezco. 


Me gustan de la película la casa inhabitable, el incesante sonido a lluvia y viento, los huecos arenosos de los azulejos caídos y la maravillosa banda sonora, incluso el par de toques folklóricos. Igualmente, me ha resultado un gran acierto incluir como personaje la voz del trabajo de traducción.


No digo más. He sufrido con Nat (en el libro y la película) y he bailado con ella y me he vengado con ella (en la película), me he intentado poner en su lugar aunque me ha costado entenderla, pero al final es todo cuestión de amor, y no tanto de amor al prójimo, como a uno mismo. El film te inspira todos esos amores que podemos experimentar, empezando por el propio.


Recomendable película y, por supuesto, el libro. No hay incompatibilidad, es sólo amor, un amor.

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