miércoles, 17 de abril de 2024

El viaje

¡Qué maravilloso intermedio en la vida es el viaje! No hay susurros de la rutina, ni un tenue eco de la molestia de madrugar, de la pereza de hacer. El viaje es una extracción, y temo que, en un descuido, algo del destino que me invita me invada agarrándome del brazo, igual que la hiedra se aferra y tapiza los olmos pelados y raquíticos, que intentan mostrarse entre mimosas ya agotadas de su breve primavera.
El viaje te desplaza en una cabina transparente que te aleja y te aísla, te reconvierte y entrega a la alegría. Es una bienvenida y una despedida sincronizadas y acotadas. Es una enseñanza, un curso rápido y presencial sobre otra perspectiva de la vida.
Es una callejuela estrecha, una escultura flor, un mensaje en el suelo, un mar al fondo, perenne e inagotable, una ventana engordada a través de una reja con barriga cervecera, son los árboles y las plantas, es todo lo autóctono que vive y resiste, una nube en un cielo sin fronteras (la única carretera continua sin cruces ni rotondas ni peajes), una puerta con pérgola ruinosa, una iglesia fría, un edificio antiguo, unos restos añejos, un plato de comida típico o un muro lleno de musgo. Todo llama tu atención, todo parece nuevo y único. Por ello, se dispara la curiosidad insaciable e incontrolable.
El viaje también es turismo, no obstante, es la parte frívola y fastidiosa, la foto, la visita rápida, otra foto, el cansancio, arrastrar maletas (que únicamente pesan durante el regreso), volar en low cost, que te cacheen en el aeropuerto...
Pero lo que interesa, lo que gozas, es el viaje como recorrido, como destino, como movimiento, como descubrimiento. Es un borrado, un reseteado, para llenarte o reprogramarte de nuevo aunque queden archivos antiguos y la nube (la de internet) esté llena de basura intergaláctica. Sí, te refresca, te repone y sus paisajes se imponen. 
Además, el viaje oculta los nombres de los días y siempre es fin de semana, de igual forma que difumina las fechas célebres. Todo es un ligero sábado lleno de expectativas hasta el final.
Igualmente, es un encuentro en vivo con postales típicas e incluso con escenarios de los directos de los corresponsales del telediario. Es lo que queda: las miradas adheridas que no se limpian ni con agua micelar.
Y es la gente que te acompaña, a la que redescubres, con la que compartes. Esos otros viajeros que están a tu lado son tu único asidero en las ciudades que visitas. Son tus cuidadores, te hacen de traductor, vigilan tus pertenencias, aparecen en tus fotos, tienen la misma mirada emocionada y brindan entusiasmados contigo. Su roce permite la seguridad y el disfrute de un entorno desconocido, en el que podrías perderte en soledad. La mitad del viaje son los acompañantes con los que te unes en una ceremonia invisible y duradera en la memoria.
Viajar es también desprenderte de molestias que se han quedado atrás incordiando a tus vecinos. Está lleno de apeaderos desde los que tomar fuerzas. No importa lo que engorda, ni si te bebes un vino de más porque hay un mantra silencioso pero constante que te dice, aprovecha, estás de viaje.
Sabes de la excepcionalidad y por ello quieres atraparlo todo. Y todo es bello y tú te sientes bella. Las ciudades se revalorizan con la mirada del visitante, resucitan, porque sus hijos no las observan ya con el deseo de atraparlas ni la admiración de creerlas únicas. La fascinación por todo lo que visitas es difícil de comparar con sensaciones propias, hasta el punto de creer (fantasear) que los autóctonos del lugar tienen un privilegio, son extraordinarios, viven en un espacio superior.
Luego, el viaje se queda en la memoria a remiendos, hay escenas o frases u olores que se adhieren como esas hojas lobuladas recién mojadas por la lluvia que el viento estampa contra los parabrisas de los coches. Sabes que esos recuerdos, que no son los que has elegido quedarte, son los más fuertes, son el rey de la selva memorística.
Sin embargo, poco a poco estos retazos van encogiéndose hasta perder el fulgor del instante, según van distanciándose del presente. Y al final quedan fotos fijas de un paisaje difícil de definir, una carcajada cuyo eco aún te hace feliz, queda un pecho henchido perdiendo la geografía y mezclándose con esa nube inmensa de documentos dispares que es la retentiva individual.
Dan igual la coordenada geográfica y los kilómetros de distancia, da igual cómo se llame el lugar, da igual si el alojamiento es apartamento turístico, hotel o cueva, todo tiene encanto y te seduce. Da igual que sea Chinchilla o la Costa Azul, da igual que te dirijas a la Abadía de Westminster o al nacimiento del río Cuervo, da igual que se hable el portugués de El Algarve o el catalán de Formentera.
El viaje es sanador, es una metáfora de la existencia, de la necesidad de soltarse y de huir, es por eso, y por mucho más, uno de los grandes temas de la literatura. Si no viajas no expandes la mirada, contraes el álbum de recortes sonoros, achicas la vida, la marginas, conviertes tu mundo en un gueto de uno solo.
En ese movimiento que impone el viaje hay una desnudez que te obliga a desligarte de la ropa usada para dirigirte impoluta al destino, sin vicios, ni arrastres, sin holgura. Así, todo entra nuevo a los ojos (aunque alguna vez hayas pasado por ahí), así, se estrenan los sentidos y todo se presenta como si fuera por primera vez.
Y después, cuando el regreso se asienta y pasan los días, queda el poso, un poso que alimenta, que te proporciona la energía y la ilusión para tirar hacia delante en espera deseosa del próximo destino, de otros muchos viajes, de interrupciones de la vida.

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Muchas gracias. Que te guste a ti siempre es un honor

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  2. Pepa Perez Martinez18 de abril de 2024, 10:14

    " El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando" decía Unamuno. Recurro mucho a esta frase porque está entre mis favoritas. Al viajar compruebas que las personas, aquí y en la Cochabamba, responden a las mismas pulsiones, se mueven por los mismos intereses, aborrecen, aman, sueñan y trabajan por las mismas cosas. Da igual el color de la piel, tus dioses o tu lengua, al final todos somoa lo mismo.
    Felicidades como siempre por deleiarnos com su dominio de las palabras, está usteddesaprovechada

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    1. Pues sí, querida mía, el viaje (y la lectura) es un gran antibiótico para el virus de la intolerancia y otras plagas que, pese a conocer sus implacables efectos en el pasado, dejamos que vuelvan. Gracias por leerme. No estoy desaprovechada mientras tenga lectores como tú.

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