miércoles, 9 de diciembre de 2020

Homenaje

A mí tiene que empezar a importarme todo una mierda. Debo dejar que todo se deslice sin enredarse en la frente ni en el pelo, que los pequeños fracasos no engorden y que las insignificantes decepciones sigan siendo raquíticas.

No debo alterarme por la brutalidad de lo que oigo ni de lo que veo o leo, por esos linchamientos de boquilla (y plumilla) en twitter o en cualquier otro escenario, ni sentirme provocada por el recuerdo mohoso de alguien que se me ha quedado podrido y maloliente en algún rincón que no se ventila con limpieza diaria.

Si sé a quien quiero y lo que quiero, a mí todo lo demás me tiene que importar una mierda. Casi todo lo demás. Porque todo, es siempre demasiado y tampoco hay que generalizar, que eso es de vagos emocionales.

Me tiene que dar igual que mi propuesta o mi opinión pase de largo sin detenerse, que mis consejos caigan en un gigantesco saco roto sin fondo ni fin, de donde no hay rescate posible.

No debo dar importancia a no llegar a tiempo, a rutinas que se quedaron a medio, a pensamientos que se encajaron en la boca y no pudieron salir, a ese relato que comencé con entusiasmo y lleva años esperando un final, como cualquiera de tantos otros asuntos de mi vida real, incluso, de cualquier vida. No me debe roer lo que no me atreví a hacer ni lo que sueño que ocurra. Tengo que jalearme aunque sólo haya alcanzado la meta situada en el portal de casa. 

Debo adoptar y aceptar sin más aprendizaje, sin leerme el libro de instrucciones, la calma como santo y seña.


Porque ya sé que hay muy poco que merezca la pena, que la vida, en el mejor de los casos, son dos días.

Porque sé que todo puede cambiar, que nada es lo que imaginas, por lo que no hay que forzar. Además, casi todo se gasta.

Sé que me quedo con quien me ha hecho reír antes que con quien me ha dado un beso, porque el amor se va silencioso pero la risa tiene eco. Me quedo con quien comparte conmigo el entusiasmo por una lectura, el sabor del dulce de membrillo, la ilusión por un proyecto o por la receta de un guiso.

Que no hay que correr para ganar nada, que la vida no es una carrera aunque algunos la vivamos con prisa. Y que sí, que es mejor morir yonqui de lo que te gusta que harto de tristeza. Que es mejor un brindis en un momento inesperado que un cotillón de nochevieja. Que es más valiente la soledad voluntaria que batirse en duelo con armas de destrucción masiva. Que la vida son versiones y cada uno tiene la suya. Y que hay aceptar, porque en la guerra no logras nada aunque estés en el bando de los vencedores.


Es hoy, cuando el luto oficial se acaba y tu ausencia se queda (esa goteante ausencia tuya que es ya perenne), cuando todo esto brota y sé que eres tú quien lo empuja.

No lloraré, porque mis lágrimas no dejan surco, pero mis palabras sí. Va por ti, Sebas.

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