martes, 14 de febrero de 2012

San Valentín

Acaba de entrar un tipo con un ramo de rosas, rojas, como a mí me gustan, al despacho. He tardado en levantar la cabeza, igual que hacía cuando no quería que la profesora me preguntara en clase. Y, como en aquella época, me ha tocado a mí, de lleno. No me disgusta, a ver, volverme loca, tampoco. No me disgusta que me regalen por San Valentín porque soy agradecida, pero nada más que de pensar que tengo que cruzarme media ciudad ramo en mano hasta llegar a mi casa, se me corta la respiración, y hasta la orina. Ya he soportado las risas y comentarios de los compañeros, ahora me tengo que exponer a las miradas de la calle. Y eso nunca lo he soportado, me ha cohibido tanto, desde hace tanto tiempo, que ya veo difícil una reconversión.
Sin embargo, lo curioso de todo esto es la evidencia, casi exacta, de que nos pasamos la vida hablando de más, opinando y ofreciendo palabras gratuitas, acerca de muchas cosas, pero en concreto de celebraciones, de esos días del Padre, de la Madre... que detestamos de forma oral y, sin embargo, nos da un gustillo si alguien se acuerda de nosotros, que traiciona todos los pensamientos previos, aunque sea el Día de los Enamorados. Y para olvidar las vergüenzas y rubores de este día, me he ido a una tienda especializada a comprar una ginebra que la conocerán sus fabricantes, pero que me la voy a pimplar con el inductor de las rosas, en cuanto caiga la noche. Así que ¡Viva San Valentín!

No hay comentarios:

Publicar un comentario